Salvo para aquellos que aman los aspavientos, no creo que enterarse de que T. S. Eliot rechazase en su momento, 1944, la publicación de Rebelión en la granja, de Orwell, deba ser motivo para rasgarse vestiduras o torpes buenasconciencias. Como editor, es decir, como responsable de hacer públicos, publicar determinados textos en razón del interés que estos puedan tener para la sociedad en donde nuestro trabajo se lleva a cabo, entiendo y comprendo la actitud del autor de La tierra baldía. No por eso dejo de entender que la noticia sea llamativa. Pues, queramos o no, todos somos hijos de la Guerra Fría y del imaginario correspondiente.
Saussure dijo que 'tan importante como encontrar la verdad es saber situarla' y al respecto conviene no olvidar que el rechazo tiene lugar en 1944, cuando la URSS era un país aliado de Gran Bretaña y la Guerra Fría todavía no había estallado. Otros tiempos, otras circunstancias, otros juicios, otros prejuicios. Un año antes, por ejemplo, se había estrenado, dentro de lo que podríamos llamar cinematografía de guerra, Misión en Moscú, dirigida por Michael Curtiz, hecha a partir de un libro del mismo nombre, Missión to Moscou, escrito por Joseph E. Davies, quien fue embajador de EEUU en Moscú en los años inmediatamente anteriores al estallido de la II Guerra Mundial.
En la versión cinematográfica, Stalin aparece como un aliado fiable, necesario y prudente que, sólo por la falta de inteligencia de Chamberlain y compañía, se va a ver obligado a firmar el escandaloso pacto ruso-germánico. Que hoy esa película nos parezca algo inverosímil como la nota de Eliot, refleja muy bien el cambio que la Guerra Fría supuso en lo que respecta a nuestro entendimiento sobre la antigua URSS y del estalinismo. A más de uno le daría un soponcio si revisara el tratamiento del tema que la filmografía de Hollywood dibujó sobre ambos temas en aquel entonces.
Así que la actitud de Eliot no me parece editorialmente hablando ni insensata ni extraña ni equivocada. Rebelión en la granja no era un libro ni oportuno lo que hay que decir en este momento, ni conveniente para lo que llamaríamos la salud semántica de la sociedad británica, en aquellas circunstancias históricas en los que el aliado ruso es el que está llevando en el Este el peso de la derrota de Hitler.
En ese sentido, Eliot se comportó como un editor responsable y prudente. Los valores literarios que Eliot parece conceder a Rebelión en la granja en una carta privada de cuya retórica forma parte la cortesía, incluso me parecen excesivos dado el trazo grueso y esquemático con que en la novela se abordan tanto el conflicto como los personajes.
Algo inevitable cuando en la representación y configuración narrativa se trasladan, como hace Orwell, las luchas de clases en el interior de la URSS a un contexto más propio de un sistema biológico de castas que de otra cosa.
Supongo que ese esquematismo fue el que se celebró tanto cuando la Guerra Fría sobrevino y sigue celebrándose. Trosky, buen crítico literario, tampoco se lo hubiera perdonado.
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