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Del amago de retirada a émulo de Guerra

Blanco ha pacificado el partido y tiene más poder que muchos ministros

GONZALO LÓPEZ ALBA

Ocho años atrás José Luis Rodríguez Zapatero y José Blanco apenas se conocían. Les puso en contacto el juez Ventura Pérez Mariño, diputado independiente en la legislatura de 1996-2000, y el gallego no dudó en incorporarse al proyecto de Nueva Vía. El primer aglutinador de aquel grupo que llevaría a Zapatero al liderazgo del PSOE fue Jesús Caldera, pero una vez que el diputado leonés decidió postularse como candidato a secretario general, Blanco asumió la coordinación del grupo.

En la política desde los 16 años, su primer gran éxito lo cosechó como coordinador de la candidatura de Emilio Pérez Touriño a la secretaría general del PSOE de Galicia. Blanco clavó su pronóstico y Pérez Touriño se convirtió en el nuevo líder de una organización que llevaba camino de la descomposición. Fue el comienzo de la leyenda del que sería bautizado como O Bruxo de Palas de Rei.De la duda a 'imprescindible'.

Cuando, en 2000, Zapatero ganó el pulso a José Bono, incluso dentro de Nueva Vía se cuestionó abiertamente la designación de Blanco como secretario de Organización. Fueron los dirigentes más veteranos del partido los que aconsejaron al nuevo secretario general que ese puesto debía ocuparlo alguien de su entera confianza, y si Blanco había logrado ganar el congreso con poco más que un móvil...

Aun así, pocos daban un duro por él. Pero Blanco ha llegado al 37 Congreso del PSOE siendo el secretario de Organización más longevo en la historia del partido: ocho años. El comienzo de su gestión no estuvo exento de errores de bulto, especialmente en Madrid, donde fue abucheado por los delegados cuando tras el 35 congreso federal intentó promover una candidatura alternativa a la de Rafael Simancas. Pero se fue asentando poco a poco hasta lograr una paz interna como se recuerda en pocas épocas del partido.

Su peor momento lo vivió cuando se produjo la traición de Eduardo Tamayo y María Teresa Sáez en la Asamblea de Madrid, que se utilizó por sus detractores para intentar derribarle con el argumento de que era el responsable último de las listas electorales y de la presencia en la misma de los balbases, a los que había reclutado en 2000 como único apoyo madrileño a la candidatura de Zapatero.

Blanco llegó al 37 Congreso tras pasar una intensa reflexión sobre su futuro personal, que incluía dejar la política para dedicarse a la actividad privada. Pero en estos ocho años se ha hecho 'imprescindible' para Zapatero, en expresión del secretario general. No sólo ha pacificado el partido y lo ha mantenido como una piña en el apoyo incondicional al Gobierno, sino que acumula más influencia que cualquier miembro del Ejecutivo, en el que más de un ministro está por sugerencia o propuesta suya.

No sólo es el jefe del partido por delegación del líder, sino una de las cada vez más escasas personas que se atreve a cuestionar sus decisiones, aunque siempre en privado. Eso le ha convertido también en el confidente del presidente, que ahora le premia con su ascenso a un cargo que en la historia democrática sólo ha tenido en el PSOE Alfonso Guerra.

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