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Ya hace seis años desde que el expresidente del Gobierno, José María Aznar, pronunció las palabras arriba reproducidas durante una cata de vinos y, desde entonces, unos cuantos acólitos han decidido seguir su senda pero olvidando la parte en la que el mandatario matizaba que no se debe poner en peligro a los demás. No es corta la lista de políticos a los que se ha pillado ebrios al volante.
El último ha sido un allegado de Aznar. Miguel Ángel Rodríguez, que fue portavoz del Gobierno entre el 96 y el 98, tuvo un desliz nocturno que le costó la carrocería de su mercedes, la de otros tres coches más y un cargo por delito contra la seguridad vial. Cuadruplicaba la tasa de alcohol permitida y, por lo visto, tampoco quiso que nadie condujera por él. Sin embargo, más vale un taxi a tiempo que un siniestro mediático, sobre todo cuando muchos de tus colegas han empinado el codo mientras tenían el volante entre las manos.
A Rodríguez no le costará el puesto haberse tomado unas copas de más. Hace 15 años que no desempeña ningún puesto en la Adminsitración pública. Sin embargo, echando la vista atrás, tomarse unos whiskys dobles tiene más delito -políticamente hablando- que adquirir sin pagar "tres mierdas de trajes" que diría Fabra. Porque el problema de circular borracho cuando pasas cerca de un agente de la ley es que no hay secreto de sumario ni una larga investigación para destapar una trama corrupta. En cincuenta segundos de exhalación queda probada la inocencia o culpabilidad del piloto en cuestión.
Y es que, en cuanto te cazan conduciendo bajo efectos del alcohol, la credibilidad se la lleva el juez junto al carnet y puede que vuelvas a conducir antes de recuperar el estatus de persona respetable, con o sin condecoración de la Cruz de la Orden de Isabel la Católica.
En el Partido Popular, y a pesar de la postura de Aznar, ha habido dimisiones sólo por duplicar la tasa. Es el caso de Ignacio Uriarte, vocal de la Comisión de Seguridad Vial en el Congreso y presidente de Nuevas Generaciones, que tuvo que abandonar su puesto -que no su acta de diputado- ante la incompatibilidad de dar consejos de correcta conducción y chocar con la parte de atrás de un coche que espera a que el semáforo se ponga verde. Todo esto con una tasa de 0.54 miligramos de alochol en el aire. Si bien es cierto que el diputado popular volvía de su despedida de soltero.
El mal trago de Neira
Pero el paradigma del mal trago es, sin duda, el profesor Jesús Neira . Pasó dos meses en coma al recibir una paliza de un toxicómano que maltrataba a su pareja. Neira salió en su defensa y acabó en el hospital, aunque eso le hizo valedor, una vez recuperado, de la presidencia del Consejo Asesor del Observatorio Madrileño Contra la Violencia de Género por cortesía de la lideresa, Esperanza Aguirre.
Sin embargo, en 2010 decidió volver a casa después de darse "un revolcón con una mujer" y "tomarse unas cervecillas", lo que llevó a triplicar la tasa permitida en una circunvalación de la M-40.
Tras la sentencia que le condenaba a pagar una multa de 1.800 euros, la pérdida por diez meses del carné de conducir y la realización de trabajos sociales, Aguirre decidió, no sólo cesarle, sino eliminar el observatorio que presidía al completo. Si bien, después de recapacitar y de recibir un toque de atención por parte de las asociaciones de víctimas de malos tratos, decidió suprimir sólo el consejo asesor del observatorio. Neira dijo que no dejaría de beber y nunca reconoció haber cometido una mala acción.
La política y el alcohol, al menos al volante, no son compatibles. Se puede, como Nicolás Sarkozy, hacer esperar a los periodistas mientras apuras unos cuantos vodkas con Vladimir Putin y contestar a trompicones a las preguntas sobre la cumbre del G-8. Pero no está bien visto pedir el voto a los que te cruzas mientras vuelves en coche -sin chófer oficial-y con unos cuantos miligramos de alcohol en sangre.
Un coctel de alcohol, política y corrupción
Si resulta bochornoso para un cargo público ser descubierto en la carretera con una copita de más, el caso de Ángel Espadas traspasa los límites de la impopularidad. Concejal del consistorio de Santiago de Compostela desde 2007, tuvo que dimitir en 2011 después de que una pareja de agentes detectara "síntomas evidentes de consumo de bebidas alcohólicas" cuando se lo encontraron durmiendo en el interior de su coche.
Hasta ahí podría parecer lamentable pero inofensivo. Sin embargo hay que añadirle un par de apuntes: el motor estaba en marcha y se había detenido en un semáforo. Los 0,79 miligramos de alcohol por litro de aire espirado le sumieron en un profundo sueño en el transcurso del verde al rojo. Tras dormir dos años de resaca, Espadas fue detenido el pasado febrero en el marco de la operación Pokemon, que investiga un trama corrupta en la que políticos y empresarios gallegos intercambiaban concesiones y contratos públicos.
Como se aprecia, no son sólo unas cuantas las ovejas negras que no predican con el ejemplo de "no poner en peligro a nadie", que decía Aznar. A esta lista se puede añadir el caso del alcalde de Trujillo -este del PSOE-, que en mayo 2008 fue detenido en el casco antiguo de la localidad cacereña con una tasa de 0,79 miligramos de alcohol en aire y hablando por teléfono. También se le imputó desobediencia a agente de la autoridad y tuvo que dimitir.
El 12 de febrero de 2010 el alcalde de Siero, en Asturias, el socialista Juan José Corrales tuvo un accidente con su coche oficial y dio positivo en el control de alcoholemia. Dimitió a los 15 días después diez años como edil. Y como estos, otros ocho políticos más fueron pillados conduciendo beodos entre 2009 y 2011.
Estos patinazos a los que se les achaca una gran falta de responsabilidad no le suceden, por ejemplo, al actual ministro de Justicia, Alberto Ruiz Gallardón, que después de que el PP ganara las elecciones el 22-M se presentaba ante los miles de militantes desde el balcón de Génova "embriagado por la emoción" y por algún que otro trago. Sin embargo, esa noche tomó una de las decisiones más acertadas de su carrera política y personal: no condujo hasta su casa.
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