Es un poco difícil ser el rey cuando al pronunciar la palabra 'King' te quedas atrapado en el primer sonido y no puedes salir de él. La monarquía británica puede haber funcionado como un reloj durante siglos con su catálogo de ritos protocolarios pero el siglo XX exigía algo más.
En la película El discurso del rey, que se estrena el miércoles en los cines españoles, Jorge V se lo explica a su hijo tartamudo con meridiana claridad: 'Antes, lo único que debíamos hacer era tener buen aspecto en uniforme y no caernos del caballo. Ahora (señala el micrófono), tenemos que ser actores'.
Eso es precisamente El discurso del rey. Una película que gira casi exclusivamente en torno a dos actores, de esos que están en condiciones de llevarse todos los premios a nada que el guión ponga algo de su parte.
Colin Firth y Geoffrey Rush forman una pareja improbable. El primero es el duque de York, más tarde Jorge VI, aquejado desde los ocho años de un caso agudo de tartamudez.
Rush es Lionel Logue, un australiano extrovertido que sin ninguna titulación ha creado su propia terapia para superar esos problemas. Comenzó ayudando a los soldados australianos psicológicamente destrozados por las trincheras de la Primera Guerra Mundial y se ha presentado en Londres para seguir con su trabajo.
La película arranca con la escena perfecta. El duque tiene que pronunciar el discurso inaugural de la Exposición del Imperio Británico de 1925. No está llamado a reinar, lo que no le impide tener algunas obligaciones públicas. Es un discurso breve e intrascendente, pero lo vemos preso de una completa ansiedad.
La cara de Firth casi se contrae por la angustia antes de subir al estrado. En realidad, lo que le espera es el patíbulo, porque el discurso es un desastre.
Aconsejado por su mujer la madre de Isabel II, interpretada por Helena Bonham Carter, visita a especialistas y finalmente cae en manos del locuaz e irreverente Logue. El profesor se toma la libertad de llamarlo Bertie, el apodo familiar. En otra época, habría acabado en la Torre de Londres cargado de cadenas. El contraste entre ambos no puede ser más marcado.
El guionista David Seidler, que también sufrió de tartamudez, tuvo la idea de escribir la historia hace casi 30 años. Tuvo acceso a los cuadernos de Logue hasta que se topó con un obstáculo infranqueable. La Reina Madre (en inglés lo escriben con mayúsculas) le envió un mensaje claro: 'Por favor, señor Seidler, no mientras yo viva. Los recuerdos de esa época son muy dolorosos'.
Sus asesores no suplicaron. Dijeron a la familia de Logue que sería 'de muy mal gusto' que las cartas que se remitieron Jorge V y Logue, que terminaron siendo grandes amigos, cayeran en manos de Seidler.
El fallecimiento de la viuda de Jorge VI permitió retomar el proyecto. El guión inicialmente una obra de teatro acabó en el buzón de Geoffrey Rush, al que le encantó. Es un papel que le va como un guante. Por las cosas de la Commonwealth, la reina británica es aún la jefa de Estado de Australia, además de Canadá y Nueva Zelanda, y Rush es de los que encuentran todo esto algo desfasado: 'Me gustaría que mi país fuera un poco más adulto e independiente, pero encuentro que hay algo intrigante en la monarquía', dijo al presentar la película en Londres.
Los años treinta fueron precisamente una época en la que la monarquía estuvo sobrada de intrigas. A la muerte de Jorge V, le sucedió su hijo mayor, Eduardo VIII, pero en el paquete venía una divorciada norteamericana llamada Wallis Simpson. En la película, Guy Pearce da la medida exacta de un joven adicto a las fiestas y al amor por Wallis, al que la corona le quedaba muy grande.
Quedan fuera del plano las ideas antisemitas y reaccionarias de Eduardo VIII y su admiración por los nazis, que hicieron que el Gobierno británico presionara sin disimulo para quitárselo de encima en 1936. Para agradecérselo, lo enviaron lo más lejos posible, de gobernador a las Bahamas.
Ya como Jorge VI, el problema de la tartamudez del rey se hace acuciante. Se avecinan tiempos de guerra y el monarca está obligado a inspirar al pueblo en sus discursos. No lo hará si cada palabra se convierte en un tormento interminable.
En una escena, aparece viendo intrigado una imagen de Hitler pronunciando un discurso en Nuremberg. ¿Qué dice?, le preguntan. 'No lo sé. Pero parece que lo dice muy bien', es la respuesta del hombre traumatizado por su defecto.
La terapia que Logue aplicó al monarca es el eje central de la película. Ejercicios de respiración, gárgaras con agua tibia, relajación de mandíbula y hasta tacos. Resulta bastante cómico ver al rey peleando contra sus prejuicios y la buena educación recibida para soltar un 'fuck!' con la ventana abierta.
Aviso a los historiadores: no hay pruebas de esto último. Queda para el apartado de licencias narrativas.
A pesar de algún detalle como este, el director ha querido atenerse a lo que cuentan los papeles personales del terapeuta. 'Esta película no trata de una cura milagrosa', dijo Tom Hooper. 'Se ha evitado cualquier tipo de clímax final al estilo de Hollywood. En el discurso final, vemos que el rey aún sufre de tartamudez'. Pero los progresos son obvios y el Gobierno respira aliviado.
Tirando para casa, los críticos británicos han dicho que la película le pertenece a Colin Firth. En la ceremonia del año pasado, Lloyd Bridges le dejó sin Oscar, y resulta difícil que la decepción se vuelva a repetir, como demuestran las candidaturas a los Globos de Oro.
Los cínicos siempre recuerdan que cualquier impedimento físico o mental es una garantía de llegar lejos en la carrera por los Oscar. Cierto, pero en este caso Firth no exagera el gesto. Ofrece la angustia de un hombre con un defecto físico que no puede dominar, pero al mismo tiempo vemos lo que se espera de un Windsor.
Seco, distante y altanero, no se sabe lo que le horroriza más: su propio defecto o tener que soportar las clases de un plebeyo que no para de sonreír.
Jorge VI y Logue celebraron 82 sesiones desde 1926 y a lo largo de años. El terapeuta cobró 172 libras, el equivalente a 9.000 libras (10.500 euros) de hoy. Fue una inversión excelente para el Imperio británico.
Ataques de pánico. El remedio
¿Miedo al micrófono? ¿Al escenario? Eso es algo por lo que han pasado muchos actores. Rush lo contaba entre risas: 'Tuve como dos o tres años en que casi sufría ataques de pánico cuando subía al escenario. Pero empecé a tener una carrera en el cine internacional y se me pasó'.
Firth sufre. La noche del estreno
A Colin Firth le ocurrió algo parecido en su última actuación teatral, que quizá por eso se remonta a 1999. Tras dos semanas de ensayos, obviamente insuficientes, estaba tan atemorizado en la noche del estreno que se encerró en el baño. No se le pasaba y decidió salir fuera a respirar un poco.
Una mala idea. La terapia
Pero salió por la puerta de incendios, que no podía abrirse desde fuera. Sólo faltaban cinco minutos para el comienzo de la obra: 'Sólo me quedaba entrar por la puerta principal y pasar al lado de todo el público, precisamente la gente de la que estaba aterrorizado'. No es extraño que no haya vuelto al teatro.
'La red social'
Para gran parte de la crítica, el filme sobre los creadores de Facebook del director David Fincher y el guionista Aaron Sorkin es el mejor del año. De momento, cuenta con seis nominaciones a los Globos de Oro. En principio, se disputará el Oscar a la mejor película con ‘El discurso del rey'.
'The fighter'
Una de las revelaciones de la temporada. El heterodoxo director David O. Russell (‘Tres reyes') cuenta la historia real del boxeador Micky Ward. El filme, con un presupuesto bajo (20 millones de dólares) para los estándares de Hollywood, opta también a seis Globos de Oro.
'El cisne negro'
Darren Aranofsky presentó ‘El cisne negro', una angustiosa intriga psicológica sobre el competitivo mundo del ballet, en la Mostra de Venecia. Su protagonista, Natalie Portman, se llevó allí la Copa Volpi a la mejor actriz. Todas las apuestas indican que repetirá triunfo en los Oscar.
'127 horas'
El popular cineasta británico Danny Boyle (‘Slumdog Millionaire') sorprendió en el festival de Toronto con este filme de bajo presupuesto sobre un montañero atrapado por un gran bloque de piedra en el Cañón del Colorado. Ha conseguido tres nominaciones en los Globos de Oro.
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