Por Lynne Peeples
Un nuevo estudio sugiere quelos bebés con ictericia serían más propensos a que se lesdiagnostique autismo más adelante.
No obstante, los autores dinamarqueses advierten que aúnquedan muchas preguntas por responder sobre la relación entreambos trastornos.
La exposición ambiental antes, durante e inmediatamentedespués de nacer está emergiendo como un factor de riesgoimportante de autismo, junto con los factores genéticos, explicóHannah Gardener, de la Escuela de Medicina Miller de laUniversity of Miami, que no participó del estudio.
La ictericia es una enfermedad común en los recién nacidosque aparece cuando la bilirrubina, el pigmento amarillo de labilis, se acumula más rápido de lo que el hígado inmaduro puedeprocesarlo.
Más de la mitad de los bebés a término tienen ese coloramarillento característico en la piel y los ojos, algo quedesaparece sin tratamiento y rara vez es dañino.
El autismo, que altera la capacidad de interactuar con otrosy comunicarse, afecta a uno de cada 110 niños de Estados Unidos,según los Centros para el Control y la Prevención deEnfermedades.
En un estudio previo, la doctora Rikke Damkjaer Maimburg, dela Universidad de Aarhus, halló que los niños con autismo erandos veces más propensos a haber ingresado a la unidad de cuidadosneonatales al nacer, especialmente por ictericia.
Pero otros estudios llegaron a resultados contradictorios. Demodo que el equipo de Maimburg decidió hacer un estudio másgrande y riguroso.
Para eso, reunió información detallada de los registrosnacionales de casi todos los bebés nacidos en Dinamarca entre1994 y el 2004.
De los 733.826 niños nacidos en ese período, 35.766 lohicieron con ictericia. A 1.721 se les diagnosticó más adelantealgún tipo de trastorno psicológico y 577 desarrollaron autismo.
Tras considerar otros factores, como el peso al nacer y eltabaquismo materno, el equipo determinó que los niños nacidos atérmino con ictericia tenían un 56 por ciento más posibilidad dedesarrollar un desorden del espectro autista más adelante que elresto, publicó el equipo en la revista Pediatrics.
Esos niños tenían también un riesgo significativamentesuperior de desarrollar distintos trastornos del desarrollomental, como los desórdenes del aprendizaje y el lenguaje.
Otro análisis de los datos reveló que los bebés primerizos ylos prematuros de 37 semanas de gestación aparecieron protegidosde los efectos de la ictericia. Lo mismo ocurrió con los bebésnacidos durante la primavera y el verano.
La hipótesis del equipo es que cualquier daño de la ictericiaocurre en las primeras semanas de gestación y que los factoresambientales estacionales después del parto mitigarían oagravarían el problema.
"Es posible que la bilirrubina cruce la barrerasangre-cerebro y destruya las células cerebrales, como lo hace enla parálisis cerebral", dijo Maimburg a Reuters Health.
El aumento del desarrollo cerebral en las últimas semanas degestación, la mayor tasa de infecciones y la menor cantidad deluz solar (que ayuda en la degradación de la bilirrubina) duranteel invierno explicarían algunas de las diferenciasidentificadas.
Los anticuerpos acumulados durante los embarazos previostambién contribuirían con la magnitud del efecto observado enniños no primerizos.
Maimburg sugirió que las clases después del nacimiento sobrecómo los padres deben observar a sus bebés recién nacidos yreconocer cuando la ictericia necesita atención podrían minimizarun posible riesgo.
Con todo, la autora señaló que los padres no deberíanalarmarse si detectan un color amarillento en la piel del bebéporque la mayoría de los recién nacidos suele tener ictericialeve en los primeros días de vida.
FUENTE: Pediatrics, online 11 de octubre del 2010
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