Zapatero llegó a la conclusión de que ningún presidente podría gobernar en España más de ocho años después de que José María Aznar cumpliera el compromiso de limitar su mandato a dos legislaturas. En política, 'nunca' puede ser un ratito y las conclusiones intelectuales no siempre se compadecen con las decisiones finales, ente otras cosas porque el hombre propone y el Partido dispone. Consciente de ello, el líder del PSOE siempre ha evitado cualquier comentario público que pueda atarle. Pero el precedente le toca muy de cerca porque, precisamente él, fue el sucesor.
La reflexión sobre la limitación de los mandatos la ha hecho Zapatero en privado en algunas ocasiones y ante diversos aunque contados interlocutores, alguno tan infidente como José Bono, que la largó en diciembre de 2007 durante la presentación de un libro 'habiendo ya dicho el presidente que no repetirá una tercera legislatura...', con el consiguiente alboroto y el inmediato autodesmentido. Eran otros tiempos, cuando el PSOE navegaba a toda vela con el viento a favor y su tripulación tenía fe ciega en la brújula del timonel.
Ahora, desgastado por la crisis y acosado por la oposición, con la inesperada derrota de Galicia en el casillero y su infalibilidad cuestionada internamente, la incertidumbre se ha reavivado entre los cuadros socialistas. Las cábalas sobre la fecha de caducidad de su liderazgo, alentadas por algunos de los últimos movimientos del presidente, son la comidilla en la trastienda del PSOE, donde se ha abierto la porra sobre la agenda oculta de José Luis Rodríguez Zapatero.
Muchos sospechan aunque pocos se atreven a decirlo que el presidente puede haber interiorizado que en 2012 ya no será una apuesta ganadora, no por la recesión económica sino por las consecuencias de su forma de afrontarla. La pérdida de credibilidad derivada de su renuencia a reconocer el alcance de la crisis, en la que la oposición martillea con voz coral, se ha convertido en un pesado lastre para quien hizo de la denuncia del engaño su ariete de oposición y de la verdad su estandarte de renovación política.
Aunque resulte injusto su actitud no fue distinta a la del resto de los gobernantes del mundo, en el ánimo colectivo ha quedado que edulcoró la realidad por intereses electorales. Además, aunque a día de hoy Mariano Rajoy es el candidato del PP, está por ver que así sea, según reconocen dirigentes conservadores. Si no lo fuera, de modo automático Zapatero se convertiría en lo viejo y el candidato conservador en la opción de cambio.
Hasta ahora, el presidente se ha beneficiado del endeble liderazgo opositor de Rajoy. Por activa y por pasiva. Las disputas y corrupciones en la derecha no sólo le han allanado el camino sino que también han difuminado el acomodamiento del PSOE, cuya dirigencia está demasiado acostumbrada a dejar que sea el líder el que tire del carro. El PSOE aplaude a Zapatero, que lo sacó a pulso del hoyo en el tiempo récord de cuatro años, pero la frialdad del apoyo de los barones es cada vez más palpable.
Zapatero ha logrado acumular más poder del que nunca tuvo Felipe González, pero salvo en el 35 Congreso nunca ha alcanzado el liderazgo emocional del ex presidente. Su heterodoxia ideológica, que traslada a su forma de ejercer el poder con decisiones y nombramientos que internamente se consideran arbitrarios por no respetar las pautas y equilibrios tradicionales, ha ido generando un sustrato de malestar y distanciamiento en los jerarcas territoriales. Nada de ello se traslucirá públicamente mientras siga siendo su campeón electoral, pero sabido es que si el poder se conquista con tiempo, se pierde en un instante.
Las apuestas se reparten entre quienes sostienen que Zapatero no se presentará de nuevo si es para perder y quienes, por el contrario, opinan que sólo se irá si el PSOE afronta 2012 con una ventaja que ofrezca suficientes garantías de victoria con otro candidato. Será con el resultado de las elecciones municipales y autonómicas de 2011 sobre la mesa cuando ese escenario se perfilará con más claridad y cuando Zapatero revise su análisis.
El presidente ha ido moviendo las fichas de su tablero para sentar las bases de un relevo generacional ordenado y dejar que dos o tres personas alberguen la expectativa de convertirse en su sucesor. Ha aprovechado la que puede ser la última gran remodelación del Gobierno en esta legislatura para saldar la deuda que tenía con José Blanco y Trinidad Jiménez la primera musa del zapaterismo sentando a ambos en el Consejo de Ministros; ha destaponado la renovación del partido en Andalucía, donde el granero de votos daba síntomas de flaquear, y ha puesto el partido en manos de la generación treintañera de Leire Pajín, a la que ha abierto también la dirección del grupo parlamentario con la inclusión de Eduardo Madina como número dos.
Es probable que la agenda oculta de Zapatero no coincida con la del PSOE. La idiosincrasia de todo partido es exprimir a sus líderes como caballos de carreras y puede que sus perspectivas no coincidan, como le ocurrió a González. Aunque la actitud de los barones pueda ser otra, el aparato socialista en manos de sus incondicionales ya adelanta que, llegado el caso, hará todo lo posible para impedir su marcha: 'De la política sólo se va uno cuando lo echan o lo dejan'. Además, la política es la pasión de Zapatero, su vida. Pero también ha dicho siempre que hay política fuera del Gobierno...
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