'No somos nadie, y bien que nos lo recuerda la difunta sardina. ¿Qué fue de las alegrías pasadas? ¿Qué se hizo de las chirigotas y las chanzas? ¿Dónde quedan los proyectos y los sueños, cuya zozobra ni siquiera la solemnidad de este Patio de Cristales puede disimular? Se fueron en un soplo, como ceniza de miércoles. Algunos dirán, tratando de consolarnos en este trance, que al menos la sardina ha vivido. Magro consuelo. Porque, como dijo el célebre replicante de esa obra sobre el carnaval del futuro que es Blade Runner, al final de tantas fatigas, '¿quién vive?' Ella, desde luego, no. Toda una existencia de discreción y estrechez para terminar ahora como la veis, apenas acompañada de unos pocos fieles, vosotros, alegres cofrades del Entierro de la Sardina, y yo, humilde servidor de esta Casa (Consistorial). Y que siempre tengamos que reunirnos con motivo tan triste...
Aunque seamos justos. Puede que la sardina no haya visto arder naves más allá de la puerta de Orión, pero tal vez haya conocido algunas experiencias extraordinarias como las que hemos vivido los demás, que para eso Madrid se transmuta en escenario de ficción cuando quiere. Los antropólogos no se ponen de acuerdo sobre el significado de la sardina, no saben si milita en el bando de Don Carnal, en el de Doña Cuaresma, o en ninguno, pero yo me resisto a creer que nunca se haya tomado ninguna licencia. ¿Quién nos asegura que tras una máscara de gesto adusto, en algún baile de disfraces, en un pasacalles junto a gigantes y comparsas, murgas y desvaríos, no se escondía este pescado sencillo? Y aún así, ¡ha sido todo tan rápido, tan quebradizo y volátil, como es siempre la alegría del pobre...! No ha transcurrido ni una semana desde que yo mismo le cediera las llaves de la ciudad a Su Majestad Carlos IV en la Plaza de la Villa, y ya Don Carnal, después de arrebatárselas con malas artes, ha perdido la batalla contra Doña Cuaresma. Fugacidad de la política... A mí, la verdad, no me parecía un mal gobierno, aunque sólo fuera porque por unos días me ha dado un respiro, pero, como tantos, el suyo ha caído, deprisa y ante la conmoción general... de los que aquí lloramos a la sardina.
¡Cuántas vueltas da la vida, y qué imprevisibles son, en medio de la mudanza, los sentimientos, capaces de regalarnos un destello de ilusión en un momento difícil, o de refrenar el optimismo con un punto de inquietud! ¿Acaso sabían Carlos IV y los madrileños de hace doscientos años lo que se les avecinaba después de aquel último carnaval en paz? Ni la sardina lo imaginaba. Porque nunca hay que aventurar que la dicha de hoy dure hasta mañana. Ya lo dice Gaspar de Lucas Hidalgo: 'Martes era, que no lunes, / martes de Carnestolendas, / víspera de Ceniza, / primer día de Cuaresma. / Ved qué martes y qué miércoles, / qué víspera y qué fiesta; / el martes lleno de risa, / el miércoles de tristeza.' Pero lo importante, en fin, es que Madrid supo seguir adelante y sobreponerse al dolor de la guerra, como nos sobreponemos todos a nuestras congojas, y que estos días, al mirar hacia atrás sin ira, no nos hemos tomado en serio ni siquiera el famoso bicentenario. Una cosa, eso sí, hay que agradecer a Don Carnal, Doña Cuaresma, la Tarasca y los matachines: que nos han ayudado a demostrar, otra vez, que Madrid es la mejor cuando de combinar tradición y modernidad se trata, mezclando acentos y renovando la fiesta. Y eso que ésta ha sido una ceremonia de antiguo perseguida, y que Alcalde hubo, según cuenta Pedro Montoliú, que tuvo que dimitir por haber puesto trabas a esta ceremonia fúnebre. Prejuicio escandaloso que llegó al mismísimo Congreso allá por 1851, y que habría de costarle el bastón de mando al marqués de Santa Cruz. Así que no seré yo, queridos cofrades, quien os ponga peros. Vais a enterrar a la sardina, por lo demás, a la vera de nuestro Manzanares, aunque no sé si es para vosotros consuelo que repose en la más magnificente zona del nuevo Madrid, un río renacido que será nuestra imagen ante el mundo y que nunca sospechará ?ay, ingratitud de la vida? qué clase de sentido panteón esconde.
Pero el carnaval es catarsis. Y ahora, hecha la limpieza, ventiladas las estancias del alma, satisfechas las expansiones emocionales, toca entrar en un tiempo de entereza y contemplación. Sí, amigos: ha triunfado Doña Cuaresma, la del gesto agrio y estricta conducta, y no queda más remedio que plegarse al triste designio que a los alegres y buenhumorados nos depara. Pero no os deis a la melancolía: sabemos que su victoria es pasajera, porque, en el peor de los casos, representa sólo la mitad de la vida, y dentro de un año estaremos celebrando de nuevo, junto a la rediviva sardina, nuevos días de fantasía y esplendor. Madrid volverá a reír, porque ésta es ciudad fértil y risueña, que a diario se sacude la ceniza con su propio nervio y su quehacer incesante. Así pues, y como que hay otra vida, enterremos ya a la sardina, y con ella todas nuestras zozobras y quebrantos, que no hay mal que por bien no venga. Requiescat in pacem'.
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