¿Por qué las gallinas ponen huevos todos los días?

Las gallinas de corral ponen huevos todos los días porque el ser humano las “engaña” sustrayéndole los huevos, cada día. Por supuesto, el proceso de puesta de huevos en una explotación avícola es un poco más complejo, pero, en esencia, deriva de la intervención humana que ha domesticado a la especie Gallus gallus para convertirla en Gallus gallus domesticus, la cual nos proporciona huevos y carne puntualmente desde hace 7500 años. 

Una gallina solo necesita una docena de huevos 

Una gallina con sus crías - Fuente: Unsplash
Una gallina con sus crías – Fuente: Unsplash

Una gallina que no ha sido criada para poner huevos pone, como máximo, 12 huevos de cada vez y tan solo en una época del año. Ese es el número límite de huevos de su nidada, el conjunto de crías de una misma puesta que están en el nido. En ese momento deja de liberar óvulos de las reservas de su cuerpo, no solo porque es un proceso con el que gasta una gran energía, sino también porque no puede mantener más de 12 huevos a la vez, según su propia naturaleza. 

Otra cosa es que el huevo esté fertilizado, algo que no siempre ocurre. El óvulo de una gallina se desarrolla en su mayor parte antes de ser fertilizado por el gallo. “La gallina no sabe de antemano si el óvulo terminará fertilizado o no” como dice este interesante artículo del profesor de Física Christopher S. Baird, “por lo que simplemente tiene que seguir adelante y hacer crecer el óvulo con la esperanza de que sea fertilizado: en la naturaleza, este sistema funciona bien porque el apareamiento entre aves es común y la mayoría de los huevos terminan fertilizados”. 

Si el gallo interviene, como suele pasar en la naturaleza, los espermatozoides fecundan la yema del huevo y el propio organismo de la gallina impulsa la formación de la cáscara que recubrirá el embrión: en 24 horas aproximadamente, el huevo se depositará en el nido —hasta un máximo de 12 como hemos visto— que la gallina incubará durante 21 días.  

Además, en estado silvestre, este proceso no se da durante todo el año, como sucede en las explotaciones industriales avícolas, sino que, por ejemplo, se detiene en invierno, cuando el alimento escasea más y sería más difícil criar con éxito a sus polluelos. 

La puesta de huevos en una granja avícola 

Gallinas en una explotación industrial - Fuente: Unsplash
Gallinas en una explotación industrial – Fuente: Unsplash

El proceso cambia considerablemente cuando se trata de una explotación industrial de gallinas. El objetivo, en este caso, es alterar las condiciones naturales para que la gallina ponga más huevos, incluso en invierno. ¿Y cómo se logra? 

En primer lugar, el ambiente en el que viven las gallinas se prepara para que estas pueden poner huevos la mayor parte del tiempo. No hay cambios de temperatura que hagan creer a la gallina que llega el invierno. Así mismo, las condiciones de luz también se manejan para que estos animales sientan la necesidad de seguir poniendo huevos. 

No obstante, también depende de la granja. En algunos casos, los responsables de las explotaciones les dan el invierno “libre” a sus gallinas no usando luz artificial durante esos meses de forma que puedan descansar de la puesta.  

Pero el factor principal que favorece la puesta de huevos en las gallinas domesticadas es la propia sustracción de los huevos. Los huevos se retiran a diario para que el nido nunca llegue a estar lleno, de forma que no se complete esa docena que sería el tope que indica a la gallina que es hora de parar. 

Huevos - Fuente: Pexels
Huevos – Fuente: Pexels

¿Y cómo se ofrece a la gallina esa dosis extra de energía para acometer tal esfuerzo reproductor? Además del manejo de las condiciones ambientales, se ofrece una alimentación rica en proteínas, minerales y vitaminas y esencialmente vegetal que busca tener a las gallinas bien alimentadas para que puedan continuar sin gran esfuerzo con el proceso reproductor.

No hay que olvidar, en este sentido, que la formación de la cáscara del huevo necesita un aporte importante de carbonato cálcico que la gallina debe reponer comiendo, sino, los huevos no saldrán con una cáscara suficientemente dura y podrían estar contaminados o no desarrollarse adecuadamente.  

Además, el control de la alimentación también es relevante para la propia “calidad” del huevo que es dirigido al consumo humano: es importante asegurar que tienen los niveles adecuados de minerales y vitaminas que, por otro lado, reducen esa posible contaminación del huevo. 

La no intervención del gallo en las explotaciones avícolas determina también que estos huevos no estén fecundados y, por tanto, no puedan generar una cría: así que el temor a abrir un huevo en tu casa y que aparezca un pollito está infundado. Además, aún en el caso de que estuviera fecundado, el huevo debe ser incubado.  

¿Bioingeniería genética?: de la gallina silvestre a la gallina domesticada 

Una mujer en una granja - Fuente: Unsplash
Una mujer en una granja – Fuente: Unsplash

Se considera que el gallo bankiva que se desarrolló en el sudeste asiático habría sido el ancestro de los gallos y las gallinas actuales, cuyo proceso de domesticación se habría iniciado hace 7.500 años, incluyéndose varios eventos simultáneos pero independientes en el propio sudeste asiático y China. Las evidencias arqueológicas nos indican también que en el II milenio a.C. también se produjo la domesticación del bankiva en el subcontinente indio.  

Este proceso fue expandiéndose hacia occidente a través de Irán, Anatolia y Siria, pasando también por Egipto que podría haber sido precursor de su domesticación en el Mediterráneo. 

Finalmente, serían los fenicios los que llevarían la gallina domesticada por el resto del Mediterráneo hasta la propia península ibérica donde estos animales encontrarían un entorno geográfico y climático adecuado para asentarse. 

El profesor Christopher S. Baird de la West Texas University que citábamos más arriba, se refiere a este proceso de domesticación como “ingeniería humana”: “Los principios evolutivos de supervivencia del más apto y la herencia de rasgos genéticos todavía se aplican en la selección artificial, pero el agente que determina quién es el más apto es un ser humano y no una presión ambiental natural”. 

En este sentido, han sido los humanos los que han elegido los individuos de una especie que tienen los rasgos deseables para utilizarlos como padres de la siguiente generación. Pero no son los seres humanos los que “entrenan” o “enseñan” a los organismos a tener el rasgo deseado, sino que son las mutaciones genéticas las que hacen que la próxima generación de individuos tenga una variedad de rasgos nuevos. 

Baird llega afirmar, a este respecto, que “todos” nuestros alimentos agrícolas han sido alterados genéticamente a través de miles de años de reproducción selectiva, así como ha sucedido con los animales domésticos, como el propio perro: “Después de muchas generaciones a lo largo de cientos de años, las gallinas domesticadas han puesto cada vez más huevos por año como resultado de la selección de este rasgo por parte de los humanos. Todos los alimentos agrícolas que comemos, desde el trigo y el arroz hasta la carne y la leche, son mucho más ricos en nutrientes, deliciosos y prolíficos que sus antiguos y salvajes predecesores debido a la intervención humana”. 

“Quizás sin darnos cuenta, los humanos hemos sido bioingenieros genéticos desde los albores de la agricultura mediante la cría selectiva”. ¿Estás de acuerdo con este profesor de Física? 



Deja una respuesta

Your email address will not be published.