El superdepredador del Ártico, el gigante resplandeciente que domina una veintena de subregiones en el norte del planeta, desde Canadá a Siberia, pasando por Groenlandia. Hablamos, claro está, del oso polar, uno de los pocos mamíferos que ha logrado adaptarse a las inhóspitas condiciones del medio polar y a las zonas heladas del hemisferio norte.
Aprovechando que el 27 de febrero es el Día Internacional del Oso Polar, nos damos una vuelta por algunos de los rincones más fascinantes (y menos concurridos) del planeta siguiendo las huellas de este imponente animal que es un verdadero ejemplo de adaptación al medio.
12 curiosidades sobre el oso polar
Y es que el origen del oso polar (Ursus maritimus, oso marítimo) pudo ser una población aislada de osos pardos, especie de la que desciende, que quedó al margen de sus parientes en algún momento hace 150.000 años. En ese instante, se vieron obligados a sobrevivir en un entorno gélido: esta adaptación al medio helado explica buena parte de sus rasgos más peculiares que lo singularizan frente a los osos pardos.
El oso polar es negro
Aunque no lo creas, dada su apariencia, el color de su piel es negro. Fíjate bien en los lugares donde tiene menos pelo, como el hocico o los pies, donde podrás apreciar mejor el color real de la piel del oso. Pero es que ni siquiera el pelo es realmente blanco, aunque lo parezca por la luz que refleja, sino transparente, libre de pigmentos y relleno de aire. Todo ello tiene como principal función el aislamiento térmico.
En este sentido, la piel negra absorbe mejor la radiación solar aumentando el calor corporal y los pelos huecos forman miles de pequeñas cámaras de aire que funcionan como aislante. Si a todo ellos unimos la gruesa capa de grasa o panículo adiposo que se encuentra bajo la piel tenemos el “atuendo” perfecto para vivir en el Ártico: miles de años de adaptación de estos osos han logrado el milagro de vivir tan campantes en uno de los ambientes más desagradables (para muchos otros mamíferos) del mundo.
Es el carnívoro terrestre más grande del mundo
Aunque técnicamente hablando se considera al oso polar como un mamífero marino (de ahí su nombre ya referido, Ursus maritimus) está en la cima de la lista de carnívoros terrestres de nuestro planeta, por encima del oso pardo, el tigre o el león. Su masa media ronda los 360 kg, aunque algunos machos pueden llegar a superar los 700. Erguidos, los individuos más grandes pueden rozar los tres metros. Por algo es el superdepredador del Ártico. ¡Menuda bestia!
Puede nadar varios días seguidos… y correr tan rápido como Usain Bolt
Esta doble condición de animal que frecuenta tanto la tierra como el agua lo convierte en un auténtico aventurero. Es capaz de pasarse varios días nadando si es menester, salir del agua, sacudirse un poco, y a seguir con su vida como si no hubiera pasado nada. Además, en tierra, aunque no acostumbra a ir muy rápido, si se pone en modo caza puede alcanzar los 45 km/h en esfuerzos cortos, casi como un caballo al galope, o como Usain Bolt en los 100 metros lisos de Berlín en 2009, donde el jamaicano estableció el récord del mundo de velocidad.
Una de las mordidas más potentes del mundo
No es el gran tiburón blanco ni el cocodrilo del Nilo, pero el oso polar también da buenos bocados ubicándose en el octavo lugar en la lista de mordidas más potentes del reino animal. En concreto, alcanza 1.235 PSI, libra por pulgada, la forma en la que se puede medir este acto básico para la supervivencia de los carnívoros.
Y es que los osos polares no muerden tan fuerte porque sean fanáticos de la violencia, sino para no dejar escapar a las presas. Y no son precisamente unos cazadores muy eficientes: solo tienen éxito, según los expertos, en uno de cada 50 intentos de caza. Así que también son bien pacientes y persistentes.
Pueden ser caníbales
Esta escasez de alimento puede llevar al oso polar a medidas extremas, incluso a alimentarse de pequeños oseznos, razón por la que las madres se afanan en proteger a sus crías de los machos adultos más desesperados, tal y como sucede también entre los osos pardos.
No olvidemos que el oso no tiene depredadores naturales: más allá de la caza, a menudo ya prohibida, de ser humanos, el mayor enemigo del oso polar es la ausencia de alimento y los cambios abruptos de las condiciones medioambientales.
El hígado tóxico del oso polar
Los inuit comprobaron pronto que alimentarse de toda la carne del oso polar podía ser un grave error, ya que el hígado de estos animales posee grandes cantidades de vitamina A que pueden ser tóxicas para el ser humano. Si bien la vitamina A permite que muchos animales acostumbrados a vivir en zonas heladas sobrevivan al frío, tiene efectos letales en el ser humano si es ingerida en exceso.
Una corte de zorros árticos
El zorro ártico es uno de los animales más misteriosos de las zonas heladas del hemisferio norte, pero una buena manera de seguir su pista es localizar algún grupo de osos polares puesto que el zorro ártico es un animal carroñero.
Y no es que la carroña abunde por el Ártico así que suelen seguir, a una distancia considerable para evitar ataques, a los osos polares, cruzando los dedos para que su próximo ataque a una foca o una beluga tenga éxito y deje unas deliciosas sobras en su camino.
No beben agua
Otro de los ‘milagros’ de la evolución de los osos polares es su capacidad para sobrevivir sin necesidad de beber agua. Y es que la mayor parte del agua dulce del Ártico está congelada. Pero no importa, obtienen los fluidos que necesitan de su alimentación.
La implantación diferida del oso polar
El ciclo reproductor del oso polar también se adapta a las condiciones climáticas. Entre abril y mayo, ambos sexos entran en contacto (única fase en la que lo hacen de forma ‘amistosa’) pero los óvulos de las hembras no se fertilizan en el acto, sino que se comienzan a desarrollar en septiembre en lo que se conoce como implantación diferida.
Se trata de una estrategia reproductiva utilizada por un centenar de especies de mamíferos como murciélagos o canguros que tiene como principal objetivo evitar el riesgo tanto para sus propias vidas como las de las crías. La osa polar ocupa el tiempo entre la primavera y el final del verano en almacenar la mayor cantidad de grasa posible.
Una vez que dan a luz, las osas protegen a los oseznos en cuevas excavadas en el suelo, dedicándose al cuidado exclusivo de las crías, apenas ingiriendo alimento por lo que sufren fuertes pérdidas de peso. En cinco meses, las crías ya pueden empezar a seguir a la madre que puede recuperar su peso normal.
Casi 20 subáreas de osos polares
Según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), el oso polar ocupa 19 subregiones en cuatro ecorregiones diferentes, destacando el mar de Barents, el mar de Chukotka, la bahía de Hudson o el mar de Kara, todo ello en torno a Canadá, Alaska, Rusia, Groenlandia y el archipiélago Svalbard que pertenece a Noruega.
¿Cuál es el nivel de amenaza de los osos polares?
El oso polar se ha convertido en uno de los símbolos de los peligros del cambio climático, pero los estudios al respecto de su evolución en las últimas décadas son confusos tal y como señala la UICN en su ficha. No obstante, se calcula que la población de osos polares se podría reducir en un 30% en las próximas cuatro décadas si continúa la misma evolución climática y no se toman medidas al respecto. El número de osos polares en la actualidad rondaría los 25.000 individuos.
¿Un peligro para los inuit?
En 2018, dos hombres de Nunavut, al norte de Canadá, fueron muertos por el ataque de un oso polar. Se trató del primer caso en casi dos décadas en la zona: es muy poco habitual que un oso polar ataque a una persona. No obstante, en aquel momento la comunidad de inuit de Nunavut demandó un nuevo plan de gestión de osos que los protegiera de estos ataques.
Detrás de esta demanda está también la ancestral caza del oso polar por parte de estas comunidades nativas del norte de Canadá. De hecho, las propias autoridades del país han permitido de forma excepcional la caza de estos animales a través de diferentes normativas, pero la reducción en el número de individuos a cazar (20 osos al año a principios de siglo XXI) supuso, según los inuit, un aumento de la población de osos en zonas cercanas a asentamientos humanos.