¿Por qué tu pueblo siempre es el más bonito?

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¿Recuerdas los paseos en bici hasta la cueva del pirata?, ¿las partidas al mentiroso en la toalla hasta que cerraban la piscina? ¿cuando ibas a llenar el botijo de agua a la fuente del lavadero? ¿las noches estrelladas fumando a escondidas? Y como escenario de todas esas aventuras, el pueblo más bonito del mundo, mucho, mucho más bonito que el vecino…¿o no?, ¿o son los recuerdos y la nostalgia los que convierten un pueblo normalucho tirando a feo en el más bonito del mundo?

La nostalgia que embellece tu pueblo

Pumares - Fuente: Depositphotos
Pumares – Fuente: Depositphotos

Cada cierto tiempo se hacen listas de los pueblos más bonitos de determinado territorio. Aquí también hemos hecho dos o tres listas de ese tipo porque, entre otras cosas, siempre despiertan interés (¿estará mi pueblo en la lista?, vamos, tiene que estar, porque es el más bonito con diferencia) y cierta controversia (¡cómo es posible que no esté mi pueblo!, ¡no tienen ni idea! ¡fuckin becario!)

Como imaginarás, hacer una lista de este tipo y satisfacer a todo el mundo tratando de ser mínimamente objetivo no es sencillo… bueno, es imposible. Para empezar, hay que conocer bien el terreno, y los pueblos de los que se habla. Y no sé exactamente en qué momento un fuckin becario puede recorrerse todos los pueblos de una provincia para hacer una lista de este tipo.

Y luego está la objetividad que debe dejar al margen lo que la mayoría sugiere a la hora de definir la belleza de una localidad: la nostalgia, los recuerdos, el arraigo y ese orgullo casi pueril que nos lleva concluir que lo nuestro siempre es lo más bonito y lo mejor.

Pero dejando al margen el orgullo, el arraigo y la pertenencia que, obviamente, no son elementos objetivos para valorar la belleza de nada, tenemos la nostalgia, todavía más subjetivo si cabe, pero que envuelve cualquier recuerdo en una radiante nebulosa, como en las películas.

Y cuando recuerdas el atrio de la iglesia del pueblo, nos ves un pastiche mal restaurado, sino el memorable punto de encuentro con los amigos, cuando piensas en la playa, no recuerdas que a las cinco de la tarde ya había sombra por culpa de los mamotretos construidos junto al paseo, sino que ves el emblema de tus veranos, y cuando recuerdas la cueva del pirata, no piensas en una minúscula caverna de estructura sospechosa en la que ahora no entrarías por miedo a no salir para seguir recordándola, sino que piensas en el inolvidable escenario de tu primer beso.

Y así es como tu pueblo se convierte en el más bonito de todos: es la nostalgia impulsada por los recuerdos, una suma de bonitas experiencias (y alguna menos bonita que preferimos olvidar) que se adhiere a los muros de las casas, los adoquines de las calles, la arena de las playas y la corteza de los árboles.

¿Volver al pueblo y romper el hechizo?

Santa María do Cebreiro - Fuente: Depositphotos
Santa María do Cebreiro – Fuente: Depositphotos

Dicen que si tienes un buen recuerdo de un lugar, mejor no vuelvas porque corres el riesgo de superponer nuevos recuerdos, que tal vez no sean tan maravillosos. Y aunque hay quien cambiaría “todos mis mañanas por un solo ayer”, el pasado nunca vuelve, y regresar al pueblo para entregarte a la nostalgia esperando que la belleza esté tal cual la custodias en tus recueros puede ser temerario.

Porque tal vez descubras que lo que anhelas de tu pueblo no sean sus casas, sus calles, sus cuevas y playas, sino tu niñez, tu inocencia perdida. Y la inocencia sí que es objetivamente bella, de una belleza pura y brutal, intachable. Pero también irrecuperable.

Aún con todo, hay quién decide asumir el riesgo de volver al pueblo y romper el hechizo, y cuando pasea por sus calles, la realidad del presente batalla con los recuerdos teniendo lugar una de esas escenas que se veían en algunas películas de Bergman, como Fresas Salvajes, escenas teñidas de terrible melancolía.

¿Y los ‘desarraigados’ que ven su pueblo feo?

Aún con bicis y besos, hay personas que no tienen reparo en admitir que su pueblo, no solo no es el más bonito del mundo, sino que es más bien feo, porque lo es, solo hay que verlo. Cuando vuelve al pueblo, lógicamente, se guarda su opinión para sí mismo, como se guarda decir que las fiestas del pueblo nunca le gustaron mucho y que siempre lo pasó mejor en las del pueblo vecino que, además, es más bonito.

Pero presentarse en el bar de la plaza y decir con una caña en la mano, “pues las fiestas de Villarriba no están tan mal, y la orquesta que suelen traer es mejor que la nuestra, y su mercado yo creo que está mejor organizado y su plaza es más espacioso, y el bar de su plaza… ¿De qué estábamos hablando antes?”. Mejor callar, y seguir la corriente, aclamar Villabajo como el pueblo más bonito del mundo y protestar airadamente si un becario decide no incluirlo en la lista de pueblos más bonitos de la comarca. ¡Si es que no tiene ni idea!

Por cierto, ¿para cuándo una lista de los pueblos más feos de determinado territorio? ¿Os imagináis? Eso si sería controvertido, e incluso viral. ¿Estará el mío, no estará el mío? Porque pueblos feos, haberlos haylos, empezando por uno que yo conozco muy bien…

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