Ya dicen de ella que es la mejor serie de todos los tiempos. Chernobyl de HBO se ha convertido en un fenómeno cultural reactivando el interés por el peor desastre nuclear de la historia. Pripyat, la conocida como ciudad fantasma, y el resto de la zona de exclusión nuclear en torno a Chernobyl podrían convertirse en el mayor reclamo turístico de toda Ucrania.
«¿Dónde cae eso de Chernobyl?» Muchos fans de la serie —no particularmente interesados en la historia europea— se han sentido repentinamente atraídos por esta zona del norte de Ucrania, cerca ya de la frontera con Bielorrusia.
Y las empresas que organizan tours para visitar la zona de exclusión alrededor de la central nuclear de Chernobyl han recogido el guante. Algunas de ellas ya publicitan sus tours con imágenes tomadas de la serie.
Según datos procedentes de algunos de estos turoperadores ucranianos, la contratación de visitas a la zona de Chernobyl registró un incremento de un 30% a lo largo del mes de mayo, fechas en las que la serie de HBO fue emitida. Y para el verano, las reservas han crecido en un 40% con respecto al año anterior.
Sin un permiso especial —exclusivo de trabajadores o residentes— no podrás visitar libremente Chernobyl ni Pripyat por lo que los turistas han de contratar un tour con el que sí se puede cruzar los puntos de control instalados a la entrada de la zona de exclusión.
El tour comienza generalmente tomando un autobús en Kiev que recorre los 120 km que separan la capital de Ucrania de Chernobyl. Una vez allí comienza la visita guiada que puede ser de unas horas o de varios días: en el caso de los tours más amplios se pernocta en alguno de los hoteles construidos en la zona.
Los precios oscilan entre los 80 euros para las excursiones más sencillas a más de 400 para los tours privados que incluyen una entrada a las zonas no restringidas dentro de la propia central nuclear de Chernobyl. La foto ante la armadura que cubre el tristemente famoso reactor 4 de la central es una de las más habituales entre los turistas.
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A 3 kilómetros de Chernobyl está Pripyat, esa ciudad fundada en 1970 para cobijar a los trabajadores vinculados a la central y que llegó a albergar 50.000 habitantes en 1986, los cuales tuvieron que ser desalojados rápidamente de sus hogares tras el desastre. Hoy es la principal atracción de la zona, al margen de Chernobyl.
Aunque las autoridades han aumentado el control sobre la actividad de los turistas en la ciudad fantasma —desde 2012 no se puede entrar en ningún edificio de la ciudad— los tours siguen incluyendo el acceso algunas zonas abiertas, como el famoso cartel de Pripyat con el año de su fundación o el parque de atracciones con su noria, la cual se ha erigido en el lugar más fotografiado de la zona.
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A pesar de las restricciones, algunos tours prometen la entrada a edificios y lugares únicos (fuera de la frontera con Pripyat) que “darán escalofríos”. Porque la visita a Chernobyl tiene una faceta histórica, otra cultural y otra abiertamente morbosa. Es el ya denominado turismo apocalíptico una subdivisión dentro del turismo negro que explota los testimonios y vestigios históricos de desastres naturales, catástrofes humanas y genocidios.
¿Por qué Auschwitz ha superado en 2018 los 2.15 millones de visitantes, 50.000 más que en el año precedente? ¿Viajamos más, tenemos más interés por la historia contemporánea, o nos sentimos morbosamente atraídos por el horror? ¿Tal vez un poco de todo?
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Cualquiera que haya visitado un campo de concentración nazi recordará la serie de emociones paradójicas que le asaltaron durante su estancia: una suerte de ensimismamiento, sobreexcitación, cinismo, repulsión y desolación. Hay quien vomita, hay quien pone cara de reconcentracción y pesadumbre aunque internamente esté pensando en que no sabe dónde va a comer ese día, y hay quien se hace selfies ante las cámaras de gas. Pero nadie sale igual que entra de un campo de concentración.
Lo mismo se puede decir de Hiroshima que, desde hace décadas, ofrece orgullosa un excelente museo que brinda al visitante un testimonio del horror que generaron las bombas atómicas lanzadas por los americanos al final de la II Guerra Mundial. Y el turista — local y extranjero— no duda en hacerse una foto ante la denominada Cúpula de la Bomba Atómica, edificio icónico que las propias autoridades japonesas decidieron mantener en pie como símbolo de la devastación.
¿Son Auschwitz o Hiroshima imprescindibles testimonios de dos de las peores tragedias originadas por el hombre durante el siglo XX o son atracciones turísticas que benefician a miles de personas? ¿Invalida lo uno a lo otro?
Sin duda, Chernobyl mira de reojo a otros testimonios de los grandes desastres humanos para optimizar la gestión de su promoción turística, con la particularidad —y el aliciente— que tiene el hecho de ser un lugar “peligroso”. Aunque las empresas que gestionan los tours que llevan a Chernobyl afirman que se trata de una visita segura —“lo más probable es que recibas más radiación durante el vuelo a Kiev”— prestan mascarillas y dosímetros para que te puedas hacer fotos la mar de chulas y apocalípticas.
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Y es que al turista del siglo XXI le gusta sentirse peligroso, siempre en un entorno perfectamente controlado, claro. Y Chernobyl ofrece el escenario adecuado para ello. Se trata de otra muestra más del nuevo turismo experiencial que se promociona destacando esencialmente las emociones que el turista va a sentir en su viaje: y no hay mayor experiencia que la muerte, ¿no?
Si la serie de HBO sobre Chernobyl ha sido un éxito —al margen de sus cualidades puramente cinematográficas— es porque aborda uno de los sucesos más dramáticos y controvertidos de la historia contemporánea europea. Muchos han descubierto (o redescubierto) que la suma de energía nuclear y gobierno totalitario no conduce a nada bueno.
Y si Chernobyl se pone de moda como destino turístico —teniendo en cuenta que toda actividad turística tiene siempre, en mayor o menor medida, un punto de frivolidad—, habrá que quedarse con lo positivo: será más difícil olvidar que un 26 de abril de 1986 ocurrió una tragedia que de ninguna manera se puede volver a repetir.