Un fin de año más un tronco risueño cubierto por una barretina ocupará un lugar de privilegio en la Navidad catalana. Se trata del Caga Tió, cuya tradición se remonta a las celebraciones del solsticio de invierno en los entornos rurales de Cataluña y Aragón, posteriormente integrado en las celebraciones cristianas de fin de año. Actualmente, el Caga Tió sigue siendo uno de los personajes más singulares de nuestra Navidad.
Los orígenes del Caga Tió
El solsticio de invierno siempre ha sido una fecha muy especial en la tradición cultural. Se trata de la llegada oficial del invierno que transcurre entre el 21 de diciembre y el 22 de diciembre según la correspondencia con el calendario, la noche más larga del año en el hemisferio norte. Célebres monumentos megalíticos como Stonehenge están vinculados con los soslticios de verano e invierno, revelando que ya eran instantes solemnizados por nuestros ancestros.
El principio del invierno anunciaba frío y escasez, eran tiempos oscuros que requerían resistencia y austeridad, por lo que, en muchos casos, se celebraban fiestas en las que la recogida de las cosechas y el sacrificio de los animales eran protagonistas: un gran ágape final para afrontar el duro invierno.
Es en este contexto precristiano donde se rastrea el germen del Caga Tió, un tronco que ardería simbólicamente en el hogar de aquellas comunidades rurales regalando luz y calor al inicio del invierno y del que ya existirían referencias en el siglo VI d.C. tal y como sugiere el antropólogo Josep Fornés.
Etimológicamente, el término ‘tió’ procedería del latín tītiō (‘tizón’) y que en proto-itálico significaría ‘calentarse’. En origen, este tizón sería también un tributo a los antepasados: al llegar el solsticio de invierno, el tió sería quemado esparciendo sus cenizas por el campo como símbolo de regeneración.
En este sentido, también se dice que el Tió formaría parte de una serie de personajes que representarían el espíritu de la vegetación, de las profundidades del bosque, una figura que ocuparía un lugar central en las reuniones familiares en las que el tronco sería una suerte de cornucopia llena de alimentos y regalos para aguantar el duro invierno que está por venir.
Del tronco pagano a los pastores de Belén
El nacimiento histórico de la celebración navideña se integra en una tradición que ha de vincularse con las célebres Saturnales romanas, unas fiestas que transcurrían durante el mencionado solsticio de invierno y en el que se rendía tributo a Saturno, dios de la agricultura y la cosecha, además del tiempo. Los propios romanos, como hicieron antes que ellos otras culturas indoeuropeas, visitaban a familiares y amigos en estas fechas, intercambiando regalos y celebrando grandes ágapes.
Tanto las Saturnales como la propia celebración del simbólico nacimiento de Apolo el 25 de diciembre —el conocido como Natalis Solis Invicti— influyó indudablemente en fijar la fecha del nacimiento de Jesucristo la misma madrugada del 24 de diciembre, a pesar de que diversas investigaciones —y la falta de fechas concretas en los Evangelios— apuntan a que en realidad habría nacido en primavera. No sería hasta mediados del siglo IV d.C. cuando la comunidad cristiana fijaría la celebración de la Navidad el 25 de diciembre.
Es así como la fiesta por excelencia del cristianismo hunde sus raíces en celebraciones paganas adaptando diversos elementos de las mismas, como nuestro Caga Tió. Desconocemos en qué momento exacto alguien decidió empezar a golpear simbólicamente al tió para que defecase regalos, pero no cabe duda de que este hecho se vinculó en primera instancia con el acto de azuzar el tronco en las brasas para que regalase calor a la familia.
Una de las leyendas que ponen relación el origen pagano del tió con el posterior Caga Tió navideño es aquella protagonizada por unos pastores que asistieron a la legendaria Adoración. Como no tenían nada que ofrecer, dejaron su comida en el pesebre siendo divinamente recompensados en su vuelta a casa con abundantes alimentos que encontraron… bajo el tronco de la hoguera.
El Caga Tió en la Navidad actual
“Caga, tió / ametlles i torró / no caguis arengades / que són massa salades / caga torrons / que són més bons / Caga tió / ametlles i torró / si no vols cagar / et donaré un cop de bastó / Caga tió!”. Y el bastó entró en juego dándole un matiz cómico a la antigua tradición que rápidamente fue adoptada por los más pequeños de la casa que no querían saber nada de los arenques, deseosos de probar turrones y almendras navideñas.
Pero para que el Tió cague dulces, chuches y regalos debemos alimentarlo bien. En torno al 8 de diciembre, fiesta de la Inmaculada Concepción, se toma el tronco que se deposita en casa cubierto por una manta para que no pase frío la cual ha ido combinándose o sustituyéndose por una barretina. La cuestión es cuidarlo bien y que no se constipe, no vaya a ser que cuando llegue el momento cumbre tenga un no deseado episodio de estreñimiento.
Es el momento de empezar a alimentar al tronco con los restos de la comida de la familia que el Tió come gustosamente para ir engordando. No caigas en la tentación de obligarle a defecar antes de tiempo, el Tió tiene su ciclo digestivo. Si te fijas bien, su sonrisa irá también creciendo y sus ojos se abrirán cada vez un poco más al ser alimentando durante esas casi tres semanas.
Y, por fin, llega el gran día. Es momento de sacar los bastones del armario, hacer algunos estiramientos previos, aclarase la voz para entonar adecuadamente la canción y confiar en que el Tió haya hecho bien la digestión. Llega el día 25 de diciembre cuando el Caga Tió, bien gordito y rechoncho, recibe una somanta de palos, pero con cariño, cagando turrones, almendras y muchos regalos, endulzando las fiestas y recordando una de las tradiciones más entrañables de la Navidad.