Al sureste de la provincia de Salamanca, ya en la frontera con Ávila y Cáceres, resguardado en la ladera de uno de los montes de la sierra, encontramos Candelario, uno de los pueblos más bonitos de España. Su ubicación en plena Sierra de Candelario, el pintoresquismo de su entramado urbano y de su arquitectura popular y su persuasiva gastronomía convierten a este pueblo salmantino en una visita inolvidable.
Candelario, el embrujo de la sierra
A una altura de más de 1000 metros y rodeado de montañas que superan los 2000 metros, Candelario es un pueblo cuya historia está marcada por su carácter montaraz. Y es que la Sierra de Candelario se alza en las estribaciones occidentales de la Sierra de Gredos estando a un paso de la estación de esquí de la Covatilla, ya un clásico de la Vuelta a España. Este espléndido entorno natural fue declarado en 2006 como Reserva de la Biosfera por la Unesco incluyéndose dentro de la Reserva de las Sierras de Béjar y Francia.
30 años antes, en 1975, era el casco urbano de Candelario el que recibía su reconocimiento declarándose Conjunto Histórico-Artístico, una forma de asegurar la protección de un delicioso e intricando callejero marcado por su ubicación en la ladera de la sierra.
Ubicado a una hora al sur de Salamanca, a media hora al oeste del Barco de Ávila y a un paso de Béjar, llegamos ya a Candelario con ganas de recorrer ese famoso callejero. Nuestra visita se inicia en una de las casas típicas del pueblo convertida en museo. Se trata del Museo de la Casa Chacinera, la mejor forma de empezar a comprender la singularidad candelariense.
Aunque la relación de estas tierras con la ganadería viene de antiguo —no hay que olvidar que Guijuelo está a solo media hora al norte— fue a partir del siglo XVIII cuando la industria chacinera se convirtió en la principal fuente de ingresos de los vecinos del pueblo.
Es así como surge la necesidad de un nuevo tipo de construcción que se adecúe a las necesidades tanto de vivienda como de fábrica de embutidos, dividiendo las casas en tres pisos: la inferior para la elaboración de los productos cárnicos, la segunda para la propia vivienda y la tercera como secadero y almacén.
Continuamos nuestra ruta urbana acercándonos ahora al Ayuntamiento, erigido a finales del XIX sobre la antigua Casa del Concejo que se encontraba en ruinas. Fue diseñado por Benito Guitart Trulls —arquitecto que colaboraría en la Ciudad Lineal madrileña de Arturo Soria—dividiendo la estructura en cuatro plantas.
Más al sur debemos visitar ahora la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, cuyo origen se encuentra en el siglo XIV aunque tuvo que reconstruirse en el XVII. Se trata de un templo de tres naves que combina detalles de sus diferentes etapas constructivas: románico, gótico, mudéjar y barroco.
Tras dejar la iglesia callejeamos un rato disfrutando de la peculiaridad de la estructura urbana del pueblo… y de sus batipuertas, uno de los símbolos de Candelario. Se trata de una ‘media puerta’ que antecede a la propia puerta de las viviendas y que podemos ver en numerosas casas del pueblo.
¿Su origen y función? Unos dicen que defendía a los vecinos de las bajas temperaturas invernales, otros que evitaba la entrada de los animales de las ganaderías que pasaban habitualmente por el pueblo, mientras que la teoría con más seguidores señala que formaría parte del proceso de matanza de los cerdos. De cualquier forma, lo más probable es que acumulara varias funciones.
Otro de los símbolos de las calles candelarienses son sus regaderas que definen el otro elemento clásico del pueblo: el agua. Efectivamente, Candelario es un refrescante pueblo que recibe abundante agua de los manantiales y del deshielo de la sierra. Los vecinos aprovecharon esta circunstancia construyendo pequeños canales que bajan desde la parte alta del pueblo hasta la más baja regando las huertas y arrastrando y limpiando los despojos de la época de matanza.
Nosotros bajamos ya hasta la amplia plaza del Humilladero, zona en la que se aprecia un intento de regularizar el trazado urbano dentro de las limitaciones del entorno serrano. Es aquí donde se ubica la ermita del Santo Cristo del Refugio que goza de gran devoción por parte de los vecinos.
Gastronomía y naturaleza en Candelario
No nos podemos ir de Candelario sin probar sus delicias gastronómicas que, como no podía ser de otra manera, han de estar vinculadas a su legendaria industria chacinera. Cuentan que ya desde tiempos de Carlos IV, a finales del siglo XVIII, el embutido de Candelario llegó a la corte lo que supuso la definitiva consolidación de esta industria.
Aunque ya ha llovido desde entonces, la gastronomía candelariense ha sabido aprovechar su legado para seguir engatusando al visitante con deliciosos platos. Para empezar fuerte, unas patatas meneás con tocino, patatas revueltas con pimentón al que se añaden, claro, producto de la matanza del cerdo.
De segundo, unas chichas de cerdo, que son el plato estrella de la fiesta de Candelario del 2 febrero. Y como también es el Día de la Marmota, podemos repetir y repetir haciendo un recorrido por los bares de la zona donde convidan a una tapa con cada consumición.
Aunque suponemos que tras este festival gastronómico no estés para muchos senderos serranos, no podemos olvidarnos de la naturaleza que rodea Candelario. Y la mejor forma de disfrutarlo es recorriendo alguno de los muchos senderos de la zona.
Para abrir boca, podemos acercarnos al pantano de Navamuño en una ruta que ronda las dos horas y media de duración y que puede hacerse en familia gracias a su poco desnivel. Pero si buscamos algo más ambicioso, entonces te recomendamos la ruta que llega al Cancho de la Muela desde Fuentesanta, cerca del propio pantano de Navamuño, un itinerario de 9 kilómetros ida y vuelta con un desnivel de algo menos de 400 metros que nos ofrece fantásticas panorámicas del valle del río Candelario y del valle del Ambroz.