Cargando...

Madrid "Nadie quiere vivir bajo un puente, pero no me queda otro remedio"

Ben Charles no tiene papeles. Sin ellos, asegura, tampoco tendrá curro ni casa. Su vida es una novela que lleva su propia firma

Publicidad

Ben Charles, bajo el viaducto de Segovia, en Madrid. / REPORTAJE GRÁFICO: JAIRO VARGAS

MADRID,


Bajo el viaducto de Segovia, vive Benjamin Charles. “¿Que cómo es vivir debajo de un puente? Pues como lo ves: así”.

Publicidad


Levanta el pañuelo y descubre la carrocería. No hay ningún conejo, pero sí un muñeco: “¡Mira, un hijo!”. Luego confesará que tiene dos, de carne y hueso, en su país. “Son mayores que éste”. Señala a Santiago, un vigués trotamundos de veintiséis años que asoma la cabeza tras verse zarandeado por tanta cháchara durante la siesta. Un cartón protege su tienda del sol desde que el termómetro se ha desbocado en Madrid. Él, en cambio, despliega una sombrilla. “Y en invierno entra la lluvia: aquí nos quejamos del frío y del calor”.

Click to enlarge
A fallback.

Ben Charles, en Madrid. / JAIRO VARGAS


Ben sigue exhibiendo su muestrario: una radio, un bolso, una CPU, unos zapatos, una maleta… “Todo lo que puedo ofrecer por ahí o subir a Wallapop”. Con lo que saca, va al súper, explica mientras muestra el último tique de la compra: “Cuando tengo dinero, lo invierto en comida. Y vuelta a empezar”. A veces le sale alguna chapuza: “Esta noche voy con unos albañiles a reformar un bar. Un trabajo temporal de tres días, aunque tenemos que currar de madrugada”.


No da más explicaciones. Ben no tiene papeles. Su último pasaporte era liberiano, mas en algún momento se volatilizó. “Sin documentación no puedo trabajar, ni acceder a ayudas sociales, ni siquiera cumplir los requisitos para dormir en un albergue. Nada que me permita buscarme la vida”. ¿Pero qué fue del pasaporte? “El mundo de la droga tiene mucha historia”, susurra, críptico.

Publicidad

Ben Charles, en Madrid. / JAIRO VARGAS


La vida de Ben, una novela que lleva su propia firma. Pueden leer aquí un adelanto:

Ben Charles, en Madrid. / JAIRO VARGAS


Frente a las cuatro tiendas camina de vez en cuando algún grupo de jóvenes y vecinos que pasean sus mascotas. “Nos llevamos bien con ellos”, deja claro Santiago. “Sin embargo, esto es muy duro, sobre todo cuando te acosan los policías. A veces, llaman al Servicio de Limpieza Urgente (Selur), aunque nosotros barremos y lo mantenemos limpito”, añade este vigués errante. “Los municipales son unos mandados. Si algún vecino se queja, es normal que vengan, pero nosotros no nos metemos con nadie”, tercia Ben. Calle arriba, los responsables de varios establecimientos comerciales reconocen que no ha habido ningún incidente. “No se mueven de ahí, ni molestan a nadie”, afirma uno. “Ningún roce con ellos. Bastante tienen con vivir en la calle”, responde el otro. Santi comenta que el camarero de un bar cercano a veces hasta les lleva comida. El dueño de la terraza situada a escasos metros de las tiendas de campaña suscribe sus palabras: “No hemos tenido ningún problema, estamos encantados con ellos”.

Publicidad

Ben Charles, en Madrid. / JAIRO VARGAS


“Son muy tranquilos y agradecidos”, afirma Karina Fache, voluntaria de la asociación Granito a Granito. Todos los lunes les llevan bocadillos, fruta, yogures y zumos, aunque su labor, en el fondo, pretende ir más allá. “Intentamos echarles una mano en todo lo que necesitan, moviéndonos en cadena con otras entidades, desde redactarles un currículo hasta buscarles piso o trabajo”.


Ben asegura que no hay alternativa. “Nadie quiere estar en esta situación, pero no me queda otro remedio. Claro que lo cambiaría por un curro, una casa y un plato de comida”.

Publicidad

Ben Charles, en Madrid. / JAIRO VARGAS


“Charles ha sido capaz de generar unas condiciones bastante buenas en comparación con otra gente en su misma situación. Como lleva mucho tiempo en la calle, cuenta con cierto amparo del Samur Social. Además, dispone de un espacio organizado, aunque en las últimas semanas lo han presionado más. A cualquier hora, incluso de madrugada, se presentan los municipales y el Selur para que se vayan”, comenta Sandín, quien reconoce que en ocasiones algunos sin techo rechazan ir a un albergue porque no quieren abandonar su ecosistema.

El campamento de Ben. / JAIRO VARGAS

Ben, sin embargo, ha tejido una red humana y establecido un vínculo con las personas que viven junto a él, explica el técnico de Solidarios para el Desarrollo. “Si bien los centros de acogida de Madrid son espacios bastante dignos, los usuarios no tienen intimidad, están sujetos a horarios, no pueden elegir a sus compañeros de habitación y, al final, su vida se pierde. Tendría lógica que, debido a sus capacidades, Charles no quisiera vivir allí, por lo que quizás habría que ofrecerle otro tipo de recursos, más allá de un albergue”, cree Sandín, quien insiste en que es “un tío bastante razonable que no da problemas” y rechaza el estereotipo de que las personas sin hogar sean agresivas. “Al contrario, por instinto de supervivencia, no se meten en líos con los comerciantes ni con los vecinos. Quizás estos, antes de llamar a la policía, deberían de hablar con ellos para resolver los problemas”.

Publicidad


¿Qué le pides a la vida, Ben? “Le pido una casa”. Y un trabajo: “Estoy intentando empadronarme con la ayuda del Samur Social”. Y dejarías el puente: “Me iría ahora mismo a un piso”. Siempre en Madrid: “Me gusta esta ciudad”. ¿Y nunca has pensado en volver a tu pueblo? “Bueno, cuando pueda. Quizás algún día”.

El NIS de Ben. / JAIRO VARGAS


Ben se calla que, pese a su vigoroso aspecto, hace poco tuvo que ingresar en el hospital por unos problemas respiratorios. Tampoco cuenta hasta el final que tiene una orden de expulsión, aunque no ha llegado a estar encerrado en el Centro de Internamiento de Extranjeros. “Una vez fui al CIE de Aluche y les dije que me diesen documentos o que me expulsasen, pero no me hicieron caso. En la comisaría también pasaron de mí. Mientras esto no cambie, seguiré aquí, bajo el viaducto, porque sin el NIE no puedo trabajar ni cobrar”.

Publicidad


La burocracia de la sigla: a falta del Número de Identidad de Extranjero (NIE), esgrime el Número de Identificación Sistemática (NIS) que le asignó Instituciones Penitenciarias. “Ya no le tengo miedo a nada. Con cincuenta y cuatro años, ¿cuánto me queda de vida?”.


También hay una foto, una huella dactilar y un escudo difuminado de España. El carné podría ilustrar la portada de la novela de su vida, a la que le falta por escribir la última frase:

Publicidad

Ben Charles, en Madrid. / JAIRO VARGAS

Publicidad