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Actualizado:Ha tenido que llenarse de valentía y ser maestra de sí misma para poder salir con fuerza de una pesadilla que ha durado 365 días. La artista granadina Marina Vargas respira aliviada un año después de denunciar el episodio “de abuso de poder y de violencia de género” por parte de Fernando Francés, exdirector del Centro Contemporáneo (CAC) de Málaga, y de tener por fin fecha de juicio. El denunciado, actual secretario general de innovación cultural y museos de la Junta de Andalucía, agredió a Vargas durante la celebración de la Feria de Arte de Santander del 2018. “Me pegó un bofetón y me abroncó en público sin motivo", recuerda Vargas.
Ahora, después de que “por fin apareciese la denuncia” que la artista interpuso contra Francés cuando regresó a Madrid y “perdida en algún lugar de la burocracia en Santander”, el directivo tendrá que declarar el próximo 23 de octubre en el Juzgado de Instrucción número 4 de Santander por un delito leve de lesiones. “De no haber sido por mi implicación a la hora de buscar la denuncia, esta no habría aparecido y entonces habría sido una losa que me habrían puesto encima y que no habría podido quitarme nunca. De suceder esto, tendría que haber estado callada para siempre. Por fin puedo volver a vivir", añade esta superviviente. El acusado se enfrenta así a una denuncia que puede llevarle a prisión entre tres meses a tres años o a pagar una multa.
Doce meses cuestionada
Vargas, a un año vista de lo que denomina su “muerte pública”, sigue sin entender cómo se pudo traspapelar su denuncia. “El que yo haya tenido que ir a ver qué sucedía es cuanto menos surrealista. Que una víctima haya tenido que estar pendiente de la justicia te genera muchas dudas”, reconoce a Público. “Hasta que ha aparecido la denuncia, he tenido que aprender a dominar mi silencio. Ahora me encuentro bien, fuerte y con entereza. Asumo conscientemente lo que me ocurrió y que la denuncia haya llegado a trámite es ya en sí todo un éxito”, recalca.
Y justo por esa fuerza recuperada, la artista ha aprovechado para escribir desde el corazón una carta en su muro de Facebook con la que denuncia a los cómplices de su escarnio público y en la que habla de “unas manos crispadas” que quisieron confinarla al exilio y al mutismo. Y es que la artista granadina ha tenido que escuchar durante todo este tiempo las voces que la creían y arropaban, pero también las que hacían todo lo contrario. “Se me puso en duda y en titulares de prensa se anunció que mi denuncia no existía. Algunos medios de comunicación dijeron que ni la Policía Municipal ni la Nacional tenían constancia de mi denuncia. Pues para todos los que no creen en la palabra de una mujer ni en su silencio, sepan que ¡hay juicio!”, expresa.
A esos medios que la han acusado “por el mero hecho de ser mujer y no callar” les lanza un mensaje. “He visto titulares diciendo que lo mío era una denuncia falsa, que había mentido. Hay que ser muy cuidadosos, porque decir eso es algo muy serio. Titular para llamar la atención o buscar clics hace un daño terrible porque se guía a la gente a una visión errónea que perjudica a la víctima. Una denuncia es un proceso legal muy lento. Antes de escribir y desinformar hay que pensar en qué ocurriría si les pasara a ellos. La ética periodística debe estar siempre por encima de todo”, comenta.
Pero Marina Vargas no solo ha sido cuestionada entre algunos medios. “He tenido que escuchar de gente cercana decir que cómo había podido permitir que pasara lo que me pasó con el carácter que yo tengo o por qué, en lugar de reaccionar, me quedé en shock”, añade en declaraciones a este medio. Por si eso fuera poco, la granadina también desgrana cómo la culpan hasta de ser una “artista visceral”, de “haber traspasado los límites”, de haber “tenido ambición y de ser emocional" o de “no haber respondido a la violencia con violencia”, añade.
La artista también denuncia cómo la inculpan hasta del contenido de su obra o de haber denunciado “para trascender, menudo plan infalible”, dice. “Se me acusa de ser feminista para estar de moda, cuando soy feminista porque lo personal es político y porque militaba de antes en este maravilloso y sanador movimiento. Se me acusa de haber dejado una galería a pesar de que ya se planificaba mi próxima fecha de exposición. Se me acusa de haber tenido aparente éxito y poder y de haber tomado esa decisión desde esa posición. Se me acusa de dar visibilidad a lo invisible. De hacer visible una violencia que no deja marcas y sin embargo arrasa”, escribe.
En nombre de todas
De todo ese escarnio público Vargas se declara culpable porque reconoce que tan descarnada mofa no es solo hacía ella. Es un aviso a todas y cada una de las mujeres que se revelan al poder del machismo, pero también a las que no lo hacen por miedo. “Es un juicio de todas las artistas descabezadas, de todas las que nos posicionamos, activamos y generamos la reflexión y por todo ello se nos marca. Este juicio también va por aquellas que no se posicionan por temor a perder poder dentro del sistema, un sistema que sí admite discursos feministas legitimados en los grandes mercados, pero que obvia las críticas concretas y las denuncias con nombre y apellidos”, recalca.
“Pase lo que pase con la sentencia, el silencio se ha roto", asegura Vargas
Con ese orgullo de haber sido fiel a sí misma, a la artista solo le importa que “pase lo que pase con la sentencia, el silencio se ha roto. He estado un año callada, pero no huyendo de tener una citación para hablar. He ido superando todo con mucho apoyo y amor de la gente que me conoce y me quiere y viendo todo como una lección para ser más fuerte. Para mi ir a juicio ya es una victoria por mi dignidad, mi palabra y la dignidad de todas las mujeres. Me doy por satisfecha con este trámite. He tenido mis altos y mis bajos y he tomado la decisión de tomarme esto como un regalo de la vida para abrir los ojos. Ahora, gracias a lo sucedido, soy más consciente de mi objetivo de lucha y trabajo, de mi fuerza interna, de darme tiempo, de dar importancia solo a lo importante. He evolucionado por necesidad. El peor miedo es tener miedo al miedo porque con él se blanquea el machismo”, añade.
Voces sororas
Algunas de las buenas compañías que la galerista ha tenido a lo largo de este año y que le han hecho seguir adelante no solo han sido las de su gente cercana. También la de otras compañeras que saben muy bien de lo que habla. La artista visual Yolanda Dominguez reconoce que el caso de su compañera le provoca empatía, “son demasiados los casos y situaciones que hemos vivido todas de abuso de poder por parte de hombres dentro del circuito artístico. En estos casos es imprescindible escuchar a la mujer que denuncia y hacer todo lo posible por investigar y esclarecer el asunto (que la justicia haya “traspapelado” la denuncia es una muestra más de la falta de apoyo que recibimos las mujeres). Como compañera me solidarizo totalmente con ella y en el sector es vox pópuli la mala praxis de este individuo. El silencio es cómplice de los abusos”, explica.
Por su parte, Concha Mayordomo, presidenta fundacional de Blanco Negro y Magenta, añade que hay situaciones que producen vergüenza. “Comprobar que existen conductas violentas y máxime cuando el contexto es en la cultura produce bochorno. Lo ocurrido en Art Santander en el 2018 contra Marina Vargas no tiene ningún tipo de justificación. Marina es una artista que goza de un gran prestigio, con unas de las producciones más interesantes del panorama nacional y poseedora de una sensibilidad muy especial. Una persona admirable en todos los aspectos. Los cánones se repiten una vez, un ser que goza de una posición de poder (hombre) y una mujer agredida. Lo que tiene de peculiar este caso es que se trata de una persona con cargo público al que se le debe exigir concienciación social y cultural”, recalca.
Para finalizar, la actriz y activista feminista Zúa Méndez, quien formó parte del colectivo de la Caja de Pandora -la plataforma de mujeres que denuncia la violencia sexual en el mundo artístico- añade: “lo repulsivo y denigrante es que una vez más la palabra de una mujer agredida no ha sido creída”, comenta. Además, apunta cómo la conducta de Fernando Francés “era de sobra conocida entre el círculo artístico” y cómo su caso es una vez más el espejo más descarnado del machismo. “Es la práctica de un depredador que hace un abuso sistemático de su posición de poder porque así está aceptado socialmente. Lo que le ha pasado a Marina es un ejemplo más del precio que pagamos las mujeres mientras el mundo calla y no hace nada”.
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