Este artículo se publicó hace 4 años.
Los pollos que comemos, el maltrato animal que desconocemos
La industria del pollo es la segunda más grande de España dentro del sector cárnico. Al día son sacrificados 1,9 millones de estas aves, pero antes del matadero hay un proceso de cría marcado por la crueldad.
Alejandro Tena
Madrid-Actualizado a
El aceite de palma es deforestación; el café, explotación campesina; y la carne, maltrato animal. La opacidad tiñe de negro el modelo alimentario mundial, haciendo que en la mayoría de los casos no se disponga de suficiente de las diferentes huellas que marcan los alimentos comunes. Uno de los casos más llamativos es el de la industria cárnica, en tanto que el 64% de la población europea y el 71% de la española desearía disponer de más información sobre las condiciones de vida que tienen los animales en las granjas industriales, según los datos del Eurobarómetro. La producción intensiva de pollo es, en cualquiera de los casos, una de las más importantes para la industria española, pero también una de las más desconocidas para la ciudadanía.
En España se produce el 11% de la carne de pollo de toda Europa, siendo el segundo país en encabezar el ranking del continente por detrás de Reino Unido. Ese porcentaje significa el sacrificio diario de 1,9 millones de pollos y de 695 millones en todo el año, según una investigación de Igualdad Animal realizada con datos oficiales. El 90% de los pollos de cría que se encuentran en los supermercados proceden de granjas de ganadería intensiva, donde las condiciones de vida son cuestionables si se tiene en cuenta que cerca de 41 millones de aves mueren en estos centros antes de llegar al matadero. Además, otros dos millones terminan finados antes durante el proceso de transporte.
La muerte de pollos durante la cría se debe a las formas en las que se articula la industria, primando la rentabilidad económica por encima del bienestar animal. Además de la forma en la que se hacina a las aves en hangares, destaca los métodos de selección genética y crecimiento rápido que hacen que los escasos días de vida que los animales pasan en la granja antes de ser sacrificados sean una tortura. La industria ha ido seleccionando a las razas que más rápido crecen, predominando la raza Broiler por sus cualidades, que hacen que en pocos días "su cuerpo sea su propia jaula", tal y como argumenta Silvia Barquero, directora ejecutiva de Igualdad Animal.
Este diario ha podido adentrarse en el interior de uno de estos centros y constatar cómo el crecimiento rápido hace que la vida de estos pollos sea una tortura. Con poco más de 30 días de vida, sus patas son todavía demasiado débiles para sustentar un cuerpo grande y desproporcionado, por lo que muchos de ellos –tal y como se demuestra en la investigación realizada por Público en una granja española– terminan yaciendo en el suelo hasta perder la vida debido la escasa asistencia veterinaria de la que disponen estos centros.
Según los datos de Open Wing Alliance (OWA), el 27% de estas aves de granjas intensivas sufren deformaciones e inmovilidad por causa de la selección genética y el denominado crecimiento rápido, que busca acelerar el proceso productivo. El mismo informe constata que el 3,3% de ellos es incapaz de caminar.
El hacinamiento y el crecimiento rápido también deriva en otro tipo de enfermedades. Una de ellas es la ascitis, es decir, la acumulación de líquido en la barriga abdominal que puede desembocar en la muerte súbita del animal. Tanto es así que OWA estima que pueden morir de manera prematura cerca de 2,7 millones de pollos a causa de este trastorno.
El problema de la densidad, a ojos de las organizaciones animalistas, radica en las propias normativas europeas, que permiten llegar hasta los 33 kilos por metro cuadrado y superar esta cifra hasta los 42 kg/m2, siempre que se presente documentación relacionada con las instalaciones y con la calidad del aire que se respira en el interior, tal y como se recoge en la Directiva 2007/43 del Consejo Europeo. En España, según un estudio de la Comisión Europea, el 90% de las granjas de pollos se mantienen por debajo de la densidad mínima, por lo que hay un 10% de instalaciones que superarían el límite europeo.
En ese sentido, desde el European Chicken Commitment reclaman que se aplique una norma más estricta y se sitúe, sin excepciones, una densidad obligatoria máxima de 30 kilos por metro cuadrado en las granjas, ya que el apilamiento de las aves, junto al proceso de engorde, genera grandes problemas en la salud de los animales. Tanto es así, que estudios científicos relacionan el hacinamiento de los polluelos con una disminución de sus capacidades locomotrices, así como con una mayor humedad y un aumento del riesgo de microbios, lo que puede repercutir en los consumidores.
La luz es otro de los factores que intervienen en el estrés y el desarrollo de enfermedades en los pollos. Tanto es así, que se trata de animales diurnos que, en condiciones normales, están activas durante el día y duermen por la noche. Sin embargo, estas instalaciones se caracterizan por una iluminación tenue y constante –fijada en un mínimo de 20 lux de luz– que impide que las aves puedan sincronizar sus actividades esenciales y estén cansados, tal y como señalan algunas investigaciones científicas.
Por último, los que consiguen salir con vida de las granjas, se enfrentan al proceso del sacrificio que está marcado por un sistema de aturdimiento dudoso y cruel, tal y como denuncian desde Igualdad Animal. La mayoría de los pollos de Europa, –el 80% de estos, según OWA– son aturdidos en un baño eléctrico de agua. Con este método, las aves son colgadas boca abajo de una cadena en movimiento y sus cabezas pasan a través de un baño electrificado que les deja inconscientes. Después, sus gargantas son pasadas a cuchillo. Barquero tilda esta práctica de "atroz" y reclama un cambio que obligue a la industria a optar por otros mecanismos como el aturdimiento atmosférico controlado con gas.
Todo esto lleva a Barquero a reclamar "una reflexión acerca de la falta de conocimiento que la ciudadanía tiene sobre las granjas de pollos". Para la activista, "una mayor información a los consumidores presionaría a la industria lo suficiente para que cambie su sistema", agrega, recordando las repercusiones inmediatas que pudo tener el documental de Jordi Évole en La Sexta sobre la industria porcina.
Pero la información no es suficiente. Desde el European Chicken Commitment reclaman un cambio en la industria que garantice que se cumplen unos requisitos mínimos de bienestar animal. Desde disminuir la densidad de las granjas, hasta cambiar el método de aturdimiento y sacrificio, pasando por incrementar los controles periódicos realizados por las autoridades.
"¿Dónde está la línea roja entre la rentabilidad y el bienestar animal?", lamenta Barquero.
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