valència
"Por la tarde colgué en Facebook la noticia de que, con la orden del cierre, seguiríamos sirviendo comida, aunque fuera para llevar. El día siguiente por la mañana entré en Facebook y la entrada tenía más de 3.000 interacciones. No me lo podía creer y pensé que algún amigo me había pagado el post o algo similar, porque era totalmente extraordinario. Pero no, era toda la gente compartiendo y comentándolo. Fue muy impactante y me emocioné".
Quién explica esto es Òscar Gisbert, propietario y único trabajador de la taberna Goldsmith de Alcoi, un pequeño establecimiento que desde hace siete años sirve tostadas, tapas y cervezas artesanas en el centro de la ciudad. La anécdota podría servir para un guión de alguna comedia motivacional, pero sirve también para representar a la perfección el movimiento espontáneo para salvar los bares y restaurantes del País Valencià, una vez recibieron la orden de cierre por motivos sanitarios el pasado 21 de enero.
"En marzo todo nos cogió por sorpresa y fue más traumático, nadie sabía que hacer y nos quedamos en casa. Pero cuando empezaron las nuevas restricciones decidí que esta vez seguiría abierto, no solo porque las ayudas son insuficientes, es que tampoco es bueno para la cabeza quedarse sin hacer nada", continúa Gisbert.
Así, a pesar de que su tipo de oferta no era, a priori, idónea para que la gente se la llevara, Gisbert se reinventó, ofreciendo un menú para los fines de semana que combina con los pinchos habituales y la cerveza artesana que le provee una distribuidora local con quien comparte los beneficios –"así nos ayudamos uno al otro en estos momentos". La respuesta de su clientela, pero también del vecindario y de los trabajadores de los negocios próximos, ha sido muy buena: "No solo son los pedidos, sino que después la gente te envía un mensaje diciendo que estaba muy bueno y cuando vienen a buscarlo charlamos un poquito, les doy consejos de cómo calentarlo y rompes un poco el aislamiento".
El caso del Goldsmith no es una excepción. Lorena Gascón, cocinera de Al Paladar, un restaurante especializado en cocina de temporada en el barrio de Benimaclet de València, explica que "el primer fin de semana hicimos más caja que con la sala abierta. Después durante la semana ha bajado un poquito, pero te quedas con una sensación de cariño muy agradable".
Este apoyo ha permitido que por ahora mantengan los cuatro puestos de trabajo y hayan renunciado a pedir un ERTE. Se han limitado a repartirse la reducción de jornada entre todos. Gascón agradece enormemente el apoyo del barrio: "no es solo que te hagan publicidad por las redes o que te venga gente que te reconoce que en la vida había comprado tanta comida preparada, sino que hay un local de hamburguesas veganas que ha renunciado a cocinar para dejar más espacio al resto de locales o que la revista del barrio esté organizando una campaña para sostener el pequeño comercio".
A pocas calles de Al Paladar está El Carabasser, un pequeño restaurante regentado por Laura Peña, que lucha para mantenerse abierto. "Llegamos a tener hasta quince empleados y ahora nos hemos quedado solos mi socio y yo –explica-, ha sido muy doloroso. El otro restaurante que teníamos lo hemos tenido que cerrar definitivamente, puesto que suponía muchos gastos fijos que solo con la comida para llevar no se podían cubrir". También han tenido que adaptarse a la nueva situación, potenciando un menú de mediodía, que tiene mucha más salida que los montaditos nocturnos por los que el local es conocido. "Esto ha desconcertado algunos clientes, pero también hemos ganado otros, como un señor que vino el otro día y nos dijo que nunca había conseguido entrar porque siempre estábamos llenos y le hacía ilusión probar nuestra comida".
En El Carabasser también cuentan muchas historias de apoyo: "El día que se anunció el cierre, el móvil me hervía, mucha gente se preocupó, una vecina diseñadora nos ha hecho un cartel para promocionarnos y otras amigas que lo han pegado por el barrio o se han ofrecido para repartir los pedidos", aunque admite que "por ahora voy yo a pie, con el carro, ya que hemos limitado el servicio en el barrio".
Michel Monster, del Nostre Bar de Alboraia, en cambio, hace el reparto con una bici de carga que le ha diseñado una empresa especializada. Otro cliente, informático, le ha regalado una aplicación para facilitar los pedidos. "No sabemos como agradecer tanta bondad, creo que estamos viviendo en una burbuja de buena gente", explica Monster, quien también ha tenido que reinventar el negocio, con cenas temáticas los fines de semana que compensan la caída a la mitad de los menús de mediodía.
También ha incluido un servicio de compra de fruta y verdura local y de temporada, muy consecuente con la apuesta del restaurante por el producto local. Monster cree que la respuesta es fruto "de haber cuidado la clientela los tres años que llevamos abiertos", pero también a la capacidad de adaptación: "las acciones que hemos hecho han sido fundamentales, pienso que la gente que ha querido seguir haciendo el mismo está sufriendo más".
En La Galeta Daurada de Castelló la situación todavía fue más allá. Cuando en noviembre empezaron las primeras restricciones de aforo ya empezaron a ofrecer pasteles, pan y cruasanes para llevar y "la respuesta fue tan masiva que tuve que parar el servicio porque me obligaba a rebajar la calidad del producto" explica la propietaria, Dunja Merx. Ahora ha aprovechado para reformar el local, especializado en repostería holandesa dulce y salada, pero los últimos días que todavía estaba abierto recuerda que "vino tanta gente a despedirse y consumir como forma de apoyo que daba pena cerrar y todo".
Merx también destaca el apoyo que se está produciendo entre los pequeños empresarios de la ciudad: "pienso que antes había una mentalidad más competitiva, de desconfiar del otro, que ahora está cambiando por otra en que se entiende que si ganamos todos también gano yo, que nos estamos abriendo más a compartir y ayudarnos y esto también es bonito".
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