Orgullo gay en Marruecos Melilla, un falso oasis para migrantes LGTBI: del sueño del asilo a la pesadilla burócrata
Trabas con los documentos, trámites que se alargan años, cuestionamiento de su sexualidad y del riesgos que corren en su país son algunas de las situaciones que viven los solicitantes de asilo por orientación sexual e identidad de género en la ciudad.
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melilla, Actualizado:
"Rechazado". Mahmoud se quedó helado cuando leyó la notificación que echaba para atrás su solicitud como demandante de asilo por ser víctima de violencia por su orientación sexual. Este aviso daba paso al procedimiento con el que se le “invita” a abandonar el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) de Melilla para regresar a Marruecos. Rechazado. Así se siente este joven marroquí de 18 años que llegó a la ciudad autónoma hace poco más de dos meses, tras dos años y medio recorriendo el Rif, huyendo de las amenazas, insultos y vejaciones que recibió por parte de familiares y amigos cuando descubrieron que mantenía una relación sentimental con otro chico de su barrio, en Casablanca.
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"Mi tío llegó a casa hecho una furia cuando se enteró de que estaba liado con un vecino. Me empujó contra la pared mientras me golpeaba en el hombro y me gritó que era la vergüenza de la familia, que cómo podía hacer esto a mi madre, que me había adoptado y sacado del orfanato cuando tenía tres años para darme una oportunidad en la vida”, relata Mahmoud con entereza. Fue entonces cuando su tío lo echó a la calle bajo amenazas de muerte por ser la “desgracia” de la familia.
Con 16 años, estudios básicos y sin dinero se vio solo, repudiado por su familia y también por el que fuera su novio, quien forzado por su entorno acusó a Mahmoud de ser una mala influencia. La noticia de que era gay corrió como la pólvora por la ciudad y fueron varios los grupos de jóvenes que se acercaron a su barriada para insultarle después de que familiares de su expareja filtraran algunas fotografías suyas en redes sociales. Fue entonces cuando empezó su viaje hacia la Unión Europea con la intención de “cambiar de vida y vivir sin miedo”, pero en su huida hacia la frontera sur de Europa se encontró con numerosas trabas documentales para acreditar la persecución que sufría por orientación sexual y solicitar asilo.
Sin documentación
Mahmoud se hizo mayor de edad recorriendo este camino en busca de una nueva vida. Sin un pasaporte expedido en Nador no podía acceder a Melilla, a 14 kilómetros de distancia, para demandar asilo, según marca una excepcionalidad del Tratado Schengen: sólo los ciudadanos de la provincia de Nador pueden acceder a la ciudad autónoma. Los marroquíes que no dispongan de documentos de identificación de esta región deberán presentar un visado de turista especial para acceder a Melilla y acreditar que la visita tiene fecha de finalización para evitar su expulsión.
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"Se metían conmigo porque decían que me comportaba como una chica”
Después de buscarse la vida pidiendo limosna durante año y medio en la ciudad vecina de Uchda, trabajó todo un año de camarero en una cafetería de Nador ocho horas al día por 150 euros al mes y pagando 45 euros de alquiler por una minúscula habitación en un piso destartalado. “Traté de pasar desapercibido, pero a veces se metían conmigo porque decían que me comportaba como una chica”, explica Mahmoud, quien reconoce que desde entonces dejó de maquillarse, algo que ahora hace a escondidas delante del espejo del baño.
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En cuanto ahorró 350 euros, consiguió comprar a través de unos conocidos un pasaporte de Nador para cruzar de manera temporal la frontera que separa España de Marruecos, y no fue hasta hace dos meses cuando logró acceder al puesto fronterizo de Beni Enzar, en la ciudad española, en el que solicitó asilo.
La valla de Melilla separa algo más que dos Estados, también reduce a la nada los derechos de homosexuales, transexuales y de todas las personas que conforman el colectivo LGTBI y rompen así con la heteronormatividad. En el reino de Marruecos, cualquier “desviación” en la orientación sexual o de género acarrea penas de prisión que van desde los tres meses hasta los seis años, según estipula el artículo 489 del Código Penal marroquí, que criminaliza la homosexualidad.
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Eterna espera
Tras cruzar la tierra de nadie que separa la frontera de España y la de Marruecos, Mahmoud solicitó asilo por ser víctima de agresiones y amenazas de muerte por su orientación sexual. Desde la Oficina de Asilo y Refugio de la Policía Nacional fue trasladado al CETI. Un mes más tarde recibió una primera carta en la que se le rechazaba la petición tras considerar que su vida no correría peligro si regresaba a su país. Mahmoud, sorprendido por la rapidez en la respuesta a su solicitud, recurrió esta negativa asesorado por la Asociación Melillense de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales (Amlega). El presidente de esta entidad, Rafael Robles, reconoce que a partir del año 2015 se empezaron a restringir las peticiones de protección internacional del colectivo migrante LGTBI. Si antes tardaban de media unos dos meses, ahora el procedimiento puede alargarse hasta dos años, y todo ello causa estragos en la salud mental de los solicitantes, como depresión y ansiedad, que en gran parte de los casos han sido víctimas de amenazas y agresiones físicas. “Los migrantes LGTBI son discriminados por dos aspectos: por ser migrantes y por ser parte del colectivo LGTBI, ya sea por orientación sexual o identidad de género”, asevera.
El retraso en el tratamiento de estas solicitudes se produce en gran medida por la avalancha de peticiones que reciben y la falta de personal para atenderlas, especialmente por la ausencia o falta de disponibilidad de traductores que permitan llevar a cabo la entrevista personal con el solicitante acompañado del correspondiente abogado del turno de oficio.
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Se estima que en Melilla se registran unas 50 peticiones de asilo al año por orientación sexual e identidad de género
El letrado especializado en protección internacional y miembro del Ilustre Colegio de Abogados de Melilla (ICAME) Antonio Zapata señala que la resolución de expedientes de asilo por cuestión de orientación sexual o identidad de género llega a alargarse cerca de dos años desde que se solicita y se admite a trámite hasta que se acepta o se rechaza. De hecho, uno de los motivos por los que se están alargando estos trámites son las sospechas que acusan a los solicitantes de asilo de mentir en su expediente y alegar falsamente que son perseguidos por su condición sexual, ya que se extendió el rumor que por esta razón se agilizan antes las gestiones. Sin embargo, estas sospechas infundadas hace que los agentes que atienden a los migrantes sean más reticentes a la hora de dar credibilidad a los testimonios, añade Robles. La agilidad y extrema rapidez con la que se sentenció el rechazo de la petición de Mahmoud es el ejemplo contrario: ante la abrumadora cantidad de solicitudes de asilo y tras una vista rápida del joven sin profundizar en su situación, se consideró que posiblemente se trataba de un falso testimonio de persecución por homosexualidad. “¿Quién se inventaría un relato así?”, se pregunta Mahmoud.
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Según los datos publicados por el Ministerio del Interior, 2018 cerró con 3.475 solicitudes de asilo registradas en la ciudad autónoma de Melilla, y de acuerdo con los datos provisionales a fecha de 31 de mayo de 2019, la Oficina de Asilo y Refugio de Melilla recibió en la primera mitad del año un total de 1.885 demandas de asilo. Aunque el informe no desglosa el motivo de estas peticiones, desde Amlega estiman que en Melilla se registran unas 50 anuales por orientación sexual e identidad de género.
El salvoconducto
A pesar de todo este periplo documental, Mahmoud se siente afortunado. Hace poco más de una semana recibió una segunda carta en la que le indicaban que su petición de asilo finalmente había sido admitida a trámite tras tener en cuenta las alegaciones efectuadas en una segunda entrevista. Su expediente se ha gestionado en poco más de dos meses, pero todavía tiene trámites pendientes que pueden alargar su estancia en el CETI. “Ahora debo enviar una fotografía de carnet para que después me envíen la tarjeta roja”, dice Mahmoud con una amplía sonrisa, aunque desconoce cuánto tardarán en enviarle esta identificación que acredita que se está estudiando la solicitud de protección internacional. Pero eso no garantiza que finalmente se la otorguen. “En cuanto tenga la tarjeta roja calculo que me trasladarán a la Península en cuatro o cinco meses”, estima el joven.
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"En España puedo hacer mi vida, ser quien soy, en Marruecos, no"
No hay ningún calendario que determine la espera que todavía tiene por delante este marroquí para saber si su solicitud de asilo será aceptada ni cuándo podrá abandonar el CETI de Melilla y viajar a la Península. El abogado del ICAME recuerda que el hecho de poseer la tarjeta roja otorga al solicitante de asilo regularidad en su situación administrativa con todas las garantías que ello conlleva, como circular libremente y salir de Melilla y a fijar su residencia en cualquier otro sitio con la condición de que notifique este cambio de domicilio. Aún así, advierte que, lamentablemente, en ocasiones se restringe de forma arbitraria el derecho de la libre circulación hacia territorio peninsular según considere la autoridad de turno, algo que va en contra del reconocimiento de esta persona como solicitante de asilo. A pesar de estas consideraciones, Mahmoud se muestra positivo y desde que sabe que tendrá la tarjeta roja se ha dado permiso para soñar: “Quiero mejorar mi nivel de castellano y trabajar de camarero o de lo que sea, no me importa en qué ciudad. En España puedo hacer mi vida, ser quien soy, en Marruecos, no”.
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Amar entre fronteras
A pesar de este periplo documental, Mahmoud ve en Melilla la ciudad que le da cobijo de las agresiones y amenazas que sufrió por ser homosexual en Casablanca y Nador. Para Ilyas, un joven nadorense de 24 años, es su nuevo hogar junto a su novio, Quique, un melillense de la misma edad al que conoció hace tres años a través de una aplicación móvil. Quique se ha convertido en su máximo apoyo para superar todo el papeleo como solicitante de asilo y reiniciar su vida después de la paliza que recibió hace algo más de un año por parte de su tío y de su primo cuando descubrieron que era gay al revisarle los mensajes de móvil.
Esa noche escapó de casa con lo puesto, únicamente le dio tiempo de coger el pasaporte para cruzar la frontera de Beni Enzar con la intención de acceder a Melilla, pero los policías se lo impidieron a pesar de tener el documento en regla. “No me dejaron pasar, veían sospechoso que cada día cruzara a Melilla y lo hacía siempre con la acreditación de la Asociación de Sordos de Melilla (ASOME), a la que voy a clases porque soy sordo, pero el día de la paliza me olvidé ese documento en casa, cogí sólo el pasaporte y no me dejaron pasar”, relata entre lágrimas en el despacho de su abogado, acompañado de Quique, mientras se ajusta el audífono en su oído izquierdo.
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Probó suerte a través del paso fronterizo de Barrio Chino, pero también se lo impidieron, hasta que finalmente consiguió entrar a la ciudad autónoma a través de la frontera de Farhana. Desde allí contactó con ASOME, quienes lo acompañaron a la Oficina de Asilo y Refugio de Beni Enzar a la que no pudo acceder porque los agentes fronterizos se lo impidieron.
"En Melilla puedo ir de la mano con mi pareja, pero aún así noto miradas de rechazo"
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Ahí comenzó sus peripecias para solicitar asilo. Realizó la entrevista sin garantías, ya que por aquel entonces apenas hablaba castellano y no contaba con un traductor oficial, por lo que el compañero de ASOME se encargó de traducir la conversación. Tampoco estuvo presente un abogado durante esta sesión. Tras acabar la entrevista, Quique se negó a dejar a Ilyas en el CETI y le acondicionó un pequeño local que tenía alquilado y que ahora comparten junto a sus tres gatas.
Ese día, Quique dio el paso y salió del armario ante su familia y aunque sus abuelos, con los que vivía, ya conocían a Ilyas de verlo alguna vez por casa, se sorprendieron a pesar de que sospechaban algo. “Se mostraron más preocupados por creer que Ilyas sólo me quiere por los papeles, aunque al principio tampoco les hizo gracia que fuera gay y mi novio, un marroquí. Es la doble discriminación de los migrantes LGTBI”, relata Quique.
A pesar de la “desastrosa entrevista”, la petición de solicitud a trámite ha sido admitida y ahora Ilyas ya tiene la tarjeta roja. Este joven marroquí es un ejemplo de integración, al menos así lo define su pareja: ha participado en el concurso de belenes, también en el de las Cruces de Mayo (en el que ganaron el cuarto premio) y se apuntó a la banda de música de una cofradía melillense. Tras seis meses inmerso en estas actividades, Ilyas comenzó a trabajar de camarero en un conocido bar próximo al recinto histórico de Melilla. “Con contrato”, sonríe. Este trabajo le permite pagar a medias el alquiler del local en el que vive con Quique, que trabaja en el hospital. Su próximo encuentro con la administración será en agosto, cuando tendrá que renovar la tarjeta roja, mientras se resuelve su solicitud de asilo.
Atrás quedaron las persecuciones a las que estaba sometido Ilyas por parte de su primo, quien seguía de cerca sus pasos para controlarlo. “En Melilla puedo ir de la mano con mi pareja, pero aún así noto miradas de rechazo”, admite Ilyas. Quique añade: “Después de todo, Melilla en realidad es como Marruecos, pero con leyes. Cuando sales a la Península sí sientes libertad, pero regresar aquí a veces se siente como volver a meterse en el armario”.
Un espejismo
Un caso completamente distinto es el de Amer, sobrenombre que utiliza un hombre trans marroquí, de 34 años natural de Nador, que nació en el cuerpo de una mujer y que lleva toda su vida luchando por el colectivo LGTBI en su país para abolir la criminalización de la homosexualidad y de la transexualidad con la derogación del artículo 489 del código penal marroquí. “Ser transgénero es muy jodido. Puedes esconder tu orientación sexual, puedes esconder que eres lesbiana o gay, pero no que eres transgénero porque simplemente no puedes esconder tu identidad”, reivindica en inglés.
"Ser transgénero en Marruecos es jodido pero, si me voy, ¿quién defenderá nuestros derechos aquí?"
A diferencia de Mahmoud e Ilyas, Amer decidió no solicitar asilo en Melilla, no por los trámites que conlleva y la espera que supone, sino por una causa distinta: “Claro que he pensado muchas veces en irme de mi país a otro como España, pero si no me quedo yo para luchar por mí y los demás de mi colectivo, ¿quién lo hará? ¿Quién defenderá nuestros derechos?”.
Sin embargo, reconoce que cuando se planteó la posibilidad de cruzar la frontera se echó para atrás por miedo a sentirse despreciado y tener que revivir las amenazas y agresiones sufridas ante un traductor, un psicólogo, un abogado y un policía, todos ellos desconocidos que en una entrevista de diez minutos decidirán si su testimonio es creíble para otorgarle protección internacional. Esta frialdad unida a la necesidad de reivindicarse como ciudadano de pleno derecho en su país lo motivaron a quedarse en Nador.
Para Amer, la igualdad y la libertad independientemente de la orientación sexual y de la identidad de género es un espejismo. “Melilla es un oasis en medio del desierto de la criminalización de la homosexualidad en el norte de África”, recalca tras admitir que lo más probable es que Marruecos no vea avances en este sentido hasta dentro de dos o tres generaciones.
"Antes era musulmán, ya no. No puedo creer en un dios que quiere matarme y no me acepta como soy"
Para Amer, lo peor de todo es que las mujeres trans están doblemente estigmatizadas porque “la mujer ha sido marginada históricamente por la sociedad, siempre se ha considerado inferior. Además, si es transgénero rompe con los esquemas tradicionales de comportamiento, ya que no se identifica con el género asignado al nacer”, algo que en su país está todavía muy arraigado “por la influencia de la religión”, y añade: “Ya no hablemos si eres lesbiana”. Precisamente, el acoso que recibió por parte de su familia, muy religiosa, le llevó a renegar de Dios. “Antes era musulmán, ya no. No puedo creer en un dios, en una religión que quiere matarme y no me acepta por ser como soy”.
Rechazo y autoafirmación
Con siete años, Amer se sintió atraído por una amiga, pero lo ignoró hasta que entró en la adolescencia. “Padecí un verdadero infierno. Recuerdo que una noche mi madre me pegó porque sospechaba que era algo raro. No aceptaban mi orientación y a medida que crecía me decían que tenía que casarme con un hombre y comportarme como una mujer”. Sin embargo, Amer lo tuvo muy claro con 15 años: “Soy un hombre que nací en el cuerpo de una mujer, soy un hombre encerrado en un cuerpo femenino y al que le gustan las mujeres, no una mujer lesbiana”.
A pesar de los esfuerzos familiares por ocultar esa “deshonra”, el entorno empezó a notar algo raro en él. En el instituto se mofaban de Amer por la ambigüedad de sus rasgos y por su comportamiento. Siendo un veinteañero y todavía estudiante, hizo las maletas y abandonó su casa cansado de las presiones e insultos de su familia. Actualmente trabaja en un comercio y mantiene una relación esquiva y distante con sus padres, quienes han hecho la vista gorda a “su hija rebelde” para evitar un escándalo con los vecinos o las penas de prisión que podrían recaer sobre Amer por su transexualidad. “Fue muy duro el debate interno que tuve conmigo mismo sobre quién era, pero en cuanto lo asumí a través de investigar en foros de Internet y conocer más testimonios como el mío me sentí en paz, pero no pude aguantar el rechazo de mi familia. Me fui de casa cuando descubrieron que tenía una novia con la que me enviaba mensajes de móvil”, recuerda.
Ahora, Amer vive su vida de manera discreta en un pequeño piso de Nador, pero carga contra la doble moral marroquí: “Muchos reniegan de la homosexualidad cuando en realidad la practican porque en el ideario arcaico no puedes mantener sexo con una mujer a menos que te vayas a casar con ella y a tener hijos. Hipócritas”, sentencia.