madrid
Aunque la Europa fortaleza trate de evitar que los veamos en nuestros países, aunque levante vallas y les lance gases para frenarlos en el continente de la libertad de movimiento de personas y mercancías, aunque los confine en atestados y nauseabundos campos en alejadas islas, aunque pague cientos de millones a otros países para que nos les dejen avanzar lejos de la guerra y del peligro de muerte, aunque ni siquiera cumpla sus propias obligaciones de acogida. Aunque intenten que se mire hacia otro lado, el drama de las personas refugiadas que buscan en Europa su oportunidad de ser simplemente personas sigue despertando el interés de los directores españoles, y la 34ª Edición de los premios Goya son una buena prueba.
Dos de los cuatro trabajos nominados en la categoría de mejor corto documental abordan las duras condiciones a las que son sometidas estas personas en las fronteras de la UE, aunque se centran en dos caras muy diferentes de esa vasta categoría que engloba la palabra refugiados. Por un lado, El sueño europeo: Serbia, del periodista y videorreportero madrileño Jaime Alekos, documenta la gélida y violenta espera de un grupo de refugiados —sobre todo afganos y pakistaníes— para cruzar la frontera con Hungría. Por otra parte, Nuestra vida como niños refugiados en Europa, de la directora extremeña Silvia Venegas, da voz a los menores que, acompañados o solos, emprendieron una huida que no termina del todo, ni siquiera cuando son trasladados de la depauperada Grecia a la moderna y aparentemente acogedora Suecia.
Torturas a las puertas de la UE
Lo que para Alekos iba a ser un viaje rápido en 2017 para cubrir la historia de los refugiados tras el cierre de la frontera griega con Macedonia, en Idomeni, terminó convirtiéndose en tres viajes y mes y medio de trabajo en Serbia, un punto muerto en la ruta que los refugiados siguen para entrar en la UE y llegar a Alemania y Suecia a través de los Balcanes. "Quería hacer una pieza breve sobre una ola de frío y las duras condiciones de sobrevivir en esas circunstancias para miles de refugiados que quedaron atrapados allí tras el cierre de las fronteras y estaban la auténtica mierda", resume gráficamente el director, productor, guionista, realizador y todos los puestos que exigen un trabajo así.
En una cuidadísima y envolvente fotografía, Alekos te transporta al interior de las fábricas abandonadas donde ellos se cobijan, se duchan en toneles oxidados, se calientan con fogatas y esperan el momento, en plena noche, de cruzar a Hungría; de entrar en la ansiada Europa. Pero la inversión europea en control fronterizo muestra aquí su cara más brutal. "La ruta tradicional que seguían fue reforzada con una doble valla, cámaras térmicas, sensores de movimiento, perros y cientos de policías Húngaros", resume. Lo que fuera para que no pudieran solicitar asilo en Europa occidental, ya que sólo podrán hacerlo en el primer país donde la Policía les tome las huellas dactilares, recuerda el realizador.
"Los policía húngaros tenían formas muy creativas de pegarles, era sistemático"
Ahí fue cuando los refugiados a los que seguía empezaron a dar cuenta de las auténticas torturas que sufrían a manos de las autoridades húngaras. "Les atrapaban siempre y, cuando los cogían, contaban que siempre te daban como poco una paliza: puñetazos, patadas, porrazos. También los tumbaban en la nieve y les hacían caminar descalzos, les rompían los teléfonos, les humillaban, les insultaban por la megafonía de la alambrada, les caminaban por encima. Al final descubrí que tenían formas muy creativas de pegarles, que era sistemático. Una auténtica vulneración de Derechos Humanos", ilustra. Pero muy efectiva. "Han padecido y pasado tanto miedo… Es tal el temor a la Policía húngara, que esa ruta ha cambiado y, actualmente, se ha desplazado a la frontera entre Bosnia y Croacia, y las escenas son muy parecidas", explica Alekos.
Voces de los más vulnerables
En el caso de Venegas, un documental anterior sobre dos hermanas afganas boxeadoras (Boxing for freedom, producido por MAKING DOC) la llevó hasta la ciudad sueca de Malmö, donde después de la proyección de este trabajo, tuvo la ocasión de escuchar los testimonios de algunos niños que les narraban su duro periplo hasta el país escandinavo. "Poco después leí una noticia que hablaba de más de 10.000 menores que, según la Europol, se habían registrado en Europa como refugiados y habían desaparecido", señala. Era 2016, pleno éxodo a pie de más de un millón de personas, sobre todo por causa de la guerra en Siria; un momento clave en el que Europa demostró que no estaba a la altura en materia de asilo y refugio. "Habíamos visto cómo llegaban en pateras a las costas griegas. Pero sentí la necesidad de saber qué pasaba después, cómo se sentían, cómo eran recibidos y qué pasaba con ellos después, porque los niños son los más vulnerables de todos y los que menos culpa tienen de los conflictos que les hacen huir", relata.
"Si hay una patria que merece ser defendida, para mí, son esos niños"
El documental es un relato tan sincero como la voz y la mirada de los niños ante una cámara fija. "Tenemos que hacer todo solos", sentencia uno de los entrevistados. "Los Europeos dicen que su cultura es diferente. Pues que nos enseñen su modo de vida", añade. No hay intermediarios entre esos mensajes y el público. "Quería que ellos fueran los únicos protagonistas, porque muchas veces son los medios, los políticos y las organizaciones quienes hablan por ellos", explica la directora, que se guio por una frase de la escritora Gloria Fuertes: "La patria no es una bandera ni una pistola, la patria es un niño que nos mira", recuerda. Y eso hizo. "Si hay una patria que merece ser defendida, para mí, son esos niños, a los que los Estados tienen que garantizar sus derechos, y no se está haciendo", critica.
Algunos de los testimonios están recogidos en los alrededores de un campamento en Atenas y el campo de Moria, en la isla de Lesbos. "Teníamos permiso para rodar dentro de estos campos, pero al final no nos dejaron acceder", lamenta Venegas. Lo que tuvieran que ocultar las autoridades nunca se solucionó. El campo de Moria, pensado para albergar a 3.000 personas, ya hacina a cerca de 20.000 en miserables condiciones donde la espera para salir es eterna y la esperanza a veces se pierde. "Hablamos con un chico que había intentado suicidarse porque ya no aguantaba más vivir así. Que un niño, que tiene que disfrutar de todo, esté cansado de vivir no se puede permitir. Es imperdonable", sostiene Venegas.
Pero la espera no acaba al salir de Grecia. "El contraste con las condiciones en Malmö es brutal. Allí hay dos niños por habitación en los centros. En Grecia hay familias enteras en habitaciones con literas y un voltario para cuidar a cien niños, cuando en Suecia hay buenos cuidados, todos están escolarizados y hacen deporte por las tardes en los equipos de los barrios para integrarse. En Grecia no tienen nada de esto". Pero aun así, el temor sigue. "Todos temen que al cumplir los 18 años no les concedan el permiso de residencia y sean deportados a sus países, del que les ha costado tanto irse y donde su vida corre peligro. Ellos relatan esa angustia y se preguntan qué hacer si les obligan a irse. Prefieren vivir escondidos a volver", relata la directora.
Interés en el cine, pero no para el público
Venegas y Alekos coinciden en que la potencia de las imágenes e historias de este drama les empujaron a tomar la decisión de hacer su parte del trabajo para cambiar la cosas, "aunque yo he perdido dinero haciendo este trabajo", confiesa Alekos, que lamenta que este tipo de contenidos apenas encuentren espacio en los medios de comunicación. "Intenté publicarlos en grandes cabeceras españolas e internacionales, pero a pesar de que había interés, nadie lo quiso", apunta el videoperiodista. Su corto ha tenido una gran acogida en el circuito de festivales, con más de diez premios, aunque aún no hay ninguna plataforma en el que el gran público pueda visionarlo. "Quizás la nominación a los Goya abra alguna puerta. Es una lástima que se esté perdiendo este tipo de producto, más reposado, de largo recorrido. Ahora es muy difícil que un medio deje más de dos o tres días para que un periodista cuente una historia", sentencia.
Al menos, dicen ambos, han logrado que los refugiados caminen por la alfombra roja de los Goya. “Creo que hay preocupación y sensibilidad con el tema, al menos, entre los que hacemos cine", añade Venegas. "Aunque a la mayoría de la sociedad no le importa nada después de las primeras noticias", dice Alekos. "Y lo entiendo, el ciudadano corriente que llega a casa después de ocho o doce horas de trabajo tiene otras prioridades. Es triste, pero es así", concluye.
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