Mujer Aquí vivieron, trabajaron y murieron las mujeres ilustres de Madrid
Victoria Kent, Luisa Carnés, La Terremoto, María Guerrero, La Felipa o las olvidadas de la Generación del 27 han recibido su homenaje gracias al Plan de Placas Memoria de Madrid, que trata de combatir la desigualdad y la discriminación de género.
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madrid,
Manuel de Falla abrió la veda dos años antes de que Madrid fuese elegida Ciudad Europea de la Cultura, pero desde aquel 1990 el Ayuntamiento apuntó casi siempre hacia los hombres. El compositor gaditano ocupó la primera placa de hierro esmaltado, ligeramente abombada, que relataba la historia de Madrid a través de sus gentes. El rombo amarillo, al que siguieron los de Galdós, Benavente o Goya, rezaba: "En esta casa vivió el músico Manuel de Falla, de 1901 a 1907, y en ella escribió La vida breve".
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Lo que pretendía dar empaque a la Villa y Corte —exaltando a sus personajes ilustres y los edificios donde nacieron, vivieron, trabajaron o murieron— terminó siendo una sucesión de nombres masculinos, hasta el punto de que al inicio del presente mandato 275 habían sido dedicadas a varones y sólo 32 a mujeres. La mitad, reinas, aristócratas, santas y un largo etcétera vinculado al poder divino y humano. El actual Gobierno ha sumado una decena en la actual legislatura, aunque la balanza sigue muy inclinada.
“El Plan de Placas Memoria de Madrid nació con el objetivo de destacar a personas relevantes, pero la desigualdad y la discriminación de género es grave, al igual que sucede con las calles y los monumentos. Por ello, en 2015 nos propusimos equilibrarlo y darle visibilidad a las mujeres”, explica Marisol Mena, directora general de Patrimonio y Paisaje Urbano del Ayuntamiento. “Muchas pertenecen a la Generación del 27, unas grandes intelectuales que tuvieron poco reconocimiento, incluso las que regresaron del exilio”.
Así, dos años después de la investidura de Manuela Carmena como alcaldesa, al fin se homenajeó a la abogada Victoria Kent en la calle Marqués de Riscal, donde tuvo su despacho hasta 1936: “Comprometida feminista, directora de prisiones y diputada de la Segunda República”.
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A la dramaturga María Lejárraga, cuyo marido se apropió de la autoría de sus obras, en la finca donde residió en la calle Malasaña: “Prolífica escritora, comprometida feminista y diputada por Granada en 1933”.
A Luisa Carnés, cuyo apodo fue Clarita Montes, en la calle Lope de Vega, su cuna: “Innovadora, escritora y periodista de la Generación del 27”.
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A la literata Ernestina de Champourcin, en la calle Barquillo, donde vivió: “Poeta de la Generación del 27, crítica de arte y literatura”.
Y al Lyceum Club Femenino, en su sede de plaza del Rey, presidido por María de Maeztu y por el que pasaron Elena Fortún, Clara Campoamor, Isabel Oyarzábal, María Teresa León, Concha Méndez, Zenobia Camprubí, Hellen Phillips, Victorina Durán, Carmen Baroja, Amalia Galárraga y algunas de las citadas anteriormente.
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“Resulta curioso que todos conozcamos la serie de Celia, pero pocos sepamos quién era su autora. A la escritora no se la relaciona con su obra, como refleja el caso extremo de Elena Fortún”, reflexiona Marisol Mena, que recuerda a las que tuvieron que firmar con un pseudónimo masculino o cuya producción literaria y artística fue usurpada por sus maridos. Además, la responsable municipal de Patrimonio y Paisaje Urbano subraya el intento de descentralizar las conmemoraciones: “Hay que poner en valor la cultura de los barrios, donde hay mujeres relevantes en nuestra historia, aunque no hayan sido intelectuales”.
La Terremoto, por ejemplo, engrandece la fachada del tablao Villa Rosa, ubicado en la plaza de Santa Ana, donde cantó, bailó y “convirtió su cultura en arte”, como indica el rombo dedicado a Dolores Vargas. No muy lejos, en la calle Tamayo y Baus, el nombre de la actriz María Guerrero luce en una placa y en la fachada del que fue su teatro. Y en la avenida de Valladolid el metal amarillo rememora que la malograda cantautora Cecilia vivió y compuso allí Mi querida España.
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Si bien faltan varias placas por colocar, la última fue instalada en 2018 en la calle Libreros, donde La Felipa despachó manuales a estudiantes durante 64 años. Las colas comenzaban en los aledaños y llegaban hasta la tienda, sobre la que vivía Felipa Polo Asenjo, quien cerró el negocio a comienzos de siglo, poco antes de morir. La chapa está en un lateral del edificio, por lo que sólo se observa si se camina desde la Gran Vía. Leticia desconocía que allí vivió la “amiga de los estudiantes y los amantes del libro”, pese a que trabaja desde hace seis meses en el local que albergó el popular negocio.
“Me parece positivo que el Ayuntamiento potencie a las mujeres, pero no sé si una placa será suficiente. Quizás debería ir acompañada de una foto, una biografía o un punto informativo que lo destaque como un lugar de interés turístico de la ciudad”, añade Leticia. “Buscar el equilibrio es positivo, mas habría que revisar cómo hacerlo para que las acciones sean más efectivas. Es una cuestión de marketing”.
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En la calle Ballesta, donde vivió la poeta Rosalía de Castro cuando publicó La Flor, Olga se muestra favorable a terminar con el “ninguneo” a través de iniciativas como ésta. “Es un pequeño detalle, aunque detalle a detalle vamos sumando”.
Marisa, Raquel y Carmen discuten en la plaza de Santa María Soledad Torres Acosta. “¡Que no, que ésta no es la plaza de la Luna!”. Efectivamente, tiene razón, pues los cines que había detrás de Callao provocaron que las gentes la rebautizasen con la denominación popular. Ayuda la longitud de la original, la aparente ausencia del letrero y la presencia, en medio de la plaza, de otro que indica que nos hallamos ante la calle Luna, que atraviesa la plaza y desciende hasta San Bernardo.
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“Pocas placas me parecen... ¡y fíjate cuántas han sido famosas! Hay que empezar a equilibrar el número, porque ahora la desigualdad es evidente”, critica Marisa. “Debemos reivindicarlas y, para ello, habría que estampar más nombres en las calles”, le secunda Carmen. “Por no hablar de todas esas mujeres que trabajaron para los hombres, quienes pasaron a la historia mientras que ellas sólo fueron las negras de sus maridos”, zanja Raquel, no sin antes proponer a coro algunos nombres que deberían figurar en el metal.
“Hemos tenido a grandes actrices como Amparo Rivelles, Emma Penella, Nati Mistral, Irene y Julia Gutiérrez Caba…”. Las señoras desconocen que María Fernanda Ladrón de Guevara y Amparo Rivelles, madre e hija, ambas intérpretes, cuentan con una placa en la cercana calle Flor Baja.
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En todo caso, pese a la decena instalada durante el mandato de la alcaldesa Manuela Carmena y las pendientes de colocación —como las dedicadas a la pintora Maruja Mallo en Ventura Rodríguez o a la intelectual Margarita Nelken en el Paseo de la Castellana—, la asimetría es irrebatible, así como el centralismo. El 80% de los rótulos se ubican en los distritos de Centro, Chamberí y Salamanca.
En una sociedad democrática, cree Marifé Santiago Bolaños, tienen que estar presentes todas las personas que han contribuido a ampliar el espíritu de convivencia. “No se trata de compensar la desigualdad con más placas de mujeres, sino de sacar a la luz lo que es suyo. No podemos aprender a ser personas sin espejos donde mirarnos”, afirma la vicepresidenta de Clásicas y Modernas, una asociación que trabaja por la igualdad de género en la cultura.
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“Durante toda la historia de la humanidad, el hecho de que no hayamos sido consideradas ciudadanas ha provocado que no estemos en el espacio de lo común, sino en uno privado y doméstico. Las sociedades abiertas y dignas deben representar a todas las personas, por lo que urge visibilizar aquellos modelos de mujeres que contribuyeron a cambiar su momento y a abrir paso a quienes vinimos después. Si no existimos en el espacio público, permanecerá la idea de que nosotras no aportamos”, añade la profesora de Estética y Teoría de las Artes en el Instituto Universitario de Danza Alicia Alonso, adscrito a la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid.
Patricia Horrillo valora la propuesta, pero considera más eficaz el nombre de una calle que una placa conmemorativa en un edificio, pues según ella pasa más desapercibida: cuando vas a una dirección, debes nombrarla, aunque quizás no sepas que ahí nació, vivió o trabajó una ilustre. “Los rombos están bien, mas no reducen la invisibilización”, cree la periodista, quien ha radiografiado el plano femenino de la urbe en el proyecto callesdemadrid.cc con el objetivo de incluir sus biografías en la Wikipedia. Ha calculado que de unas 3.000 con nombre propio, apenas 529 corresponden a mujeres.
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Desde el Ayuntamiento de Madrid matizan que en 2017 la Junta de Gobierno acordó el cambio de denominación de calles, plazas y travesías, en aplicación de la ley de memoria histórica. En virtud del acuerdo, se retiraría la calle Batalla de Belchite por la alternativa calle de Juana Doña, General Asensio Cabanillas por Poeta Ángela Figuera, General Kirkpatrick por Carlota O'Neill, General Millán Astray por Maestra Justa Freire, General Saliquet por Soledad Cazorla, Héroes del Alcázar por Filósofa Simone Weil, Cerro de Garabitas por Pintora Ángeles Santo, Eduardo Aunós por Mercedes Fórmica y Carlos Ruiz por Gerda Taro.
Asimismo, el paseo del General Sagardía Ramos pasaría a ser el de la Maestra María Sánchez Arbós, la escalinata del General Aranda se convertiría en la de Matilde Landa y el General Orgaz se vería desplazado de su calle por Fortunata y Jacinta, los personajes que dan nombre a la novela de Benito Pérez Galdós.
Además, la actual corporación municipal ha abierto ocho espacios de igualdad denominados Elena Arnedo (Retiro), Berta Cáceres (Usera), Lucrecia Pérez (Fuencarral - El Pardo), Carme Chacón (Hortaleza), Nieves Torres (Chamartín), Gloria Fuertes (Vicálvaro), Juana Doña (Arganzuela) y Dulce Chacón (Villaverde).
Pese a que la situación ha comenzado a invertirse durante esta legislatura, un vistazo al listado del Plan de Placas Memoria de Madrid refleja que hay 37 que comienzan por la letra A. De ellas, sólo dos corresponden a mujeres: Agustina de Aragón, heroína de la Guerra de la Independencia, y Ana de Mendoza y la Cerda, princesa de Éboli. Podríamos seguir enumerando las siguientes letras del abecedario, pero basta recurrir a la primera para reflejar la desigualdad, que también se manifiesta en otras distinciones. “Tampoco hay hijas adoptivas de la ciudad, excepto Carmen Franco y Polo, ya fallecida, frente a numerosos hombres”, critica Patricia Horrillo.
Respecto a la presencia en el callejero, la promotora de callesdemadrid.cc insiste en que no sólo es escasa, sino que suelen localizarse en lugares poco transitados. “Cuando se ponen nombres de mujer, las vías están ubicadas en urbanizaciones, zonas que atraviesas en coche, travesías o bocacalles, donde no podrás advertir su existencia excepto que vayas hasta el final”, concluye la experta en comunicación. “Para intentar compensar, es una acción correcta, aunque resulta a todas luces insuficiente”.
Marifé Santiago Bolaños opina sin embargo que la mera huella —y objeto de conmemoración— denuncia los pasos dados por ellas que no han sido reconocidos. “Cada vez que hemos tenido la oportunidad de estar presentes en el espacio común, señalamos sus carencias. Si paseamos por el barrio de las Letras y observamos en el suelo el texto de una literata, nos hace saber que estamos pisando un lugar compartido que ha sido creado también por nosotras”, razona la doctora en Filosofía.
“Es importante que sepamos que a las mujeres les ha costado entrar ahí, porque el mundo no está hecho para ellas. Por eso, cada pionera que logró penetrar en un territorio vedado ha puesto sobre la mesa la falta de derechos en otros ámbitos. No sólo se trata de estar presente en el espacio público a través de calles o placas, sino también de señalar con esa presencia las carencias de un sistema que nos impidió figurar hasta ahora”, concluye la profesora de Estética y Teoría de las Artes. “Eso sí, cuidado con el lenguaje, porque hay palabras que se han desgastado o perdido su sentido: igualdad no significa compensación, sino justicia”.