Dos hombres de pie, el uno frente al otro. Las piernas ligeramente dobladas, torso algo echado hacia delante. Brazos en flexión, hombros firmes, ojos fijos en el adversario. Unas gotas de sudor recorren su rostro, cayendo espesas por sienes. En la mano (derecha, normalmente; si eres zurdo tendrás ventaja) un machete. Uno enorme, de trabajo, desbrozar campos, morderle metros a la montaña. Empiezan. Ataque, ataque, defensa, finta, ataque. Visto desde fuera parece una danza, una de esas que sabemos encierran más historias que las percibidas a simple vista. Los cuchillos silban en el aire.
Son macheteros del Cauca.
"Yo nací en el Cauca, así que desde niño he visto exhibiciones, que se suelen hacer al ritmo del Torbellino, uno de origen negro en compás de seis por ocho". Quien así habla es Juan Cárdenas, autor de la maravillosa Elástico de sombra (Editorial Sexto Piso, 2020), novela que habla sobre estos macheteros, sobre la simbología del arte, sobre su historia, su presente, sus leyendas y sus palabras, sus decires. Sobre una realidad que es más que la misma realidad. Hombres que se hunden en los ríos y aparecen kilómetros cauce abajo. Infelices amantes de brujas convertidos en escarabajos volantes. Macheteros esfumados en el aire así, chas, con el solo encender un cigarro. Pactos con el demonio para acertar al otro, para ser más rápido, más astuto. Robert Johnson en el Cauca. "Todo lo escrito existe en la realidad. Es producto de una larga investigación, aun en curso. Nada inventado". La unión entre ritualística marcial y mitos perennes de un mundo más mágico que la misma magia.
No es fácil rastrear el origen de este arte. Lo llaman esgrima de machete y bordón, hasta ahí todos coinciden. Pero después se nos hunden las certezas en el légamo del habla. Primer aporte: los macheteros forman parte de la comunidad negra que habita el Valle del Cauca. Hay una profunda unión entre raza y machete, tanta que ambas parecen dos realidades indisolubles. "Es un arte marcial negro", me dice Cárdenas, "si por negro entendemos una categoría cultural que abarca la experiencia de los sujetos esclavizados y da lugar a formas modernas de estar en el mundo. Toda la cultura popular moderna en las Américas es negra, como el jazz o el son".
Ya en África existieron ligazones de corte militar y simbólico en torno a los machetes. Por el Golfo de Guinea, por el centro del continente. Tradiciones que ellos se llevaron consigo a América, mientras cruzaban el Atlántico cargados de cadenas y desesperanza. Tenemos luchas de machetes en Haití, en Cuba, en Venezuela, en Colombia. También la capoeira de Brasil, por si quieren algo más familiar, algo que ha vuelto a saltar el charco transmutado en entretenimiento pijo y (las más de las veces) desprovisto de significación. Solo que esto no. Esto es distinto. Porque esconde secretos.
"Por supuesto que existe esa parte esotérica. Sirve para protegerse en un combate". Me lo cuenta Miguel Lourido, maestro machetero, creador, junto a Héctor Elías Sandoval, de la Academia de Esgrima de Machete de Puerto Tejada. Anciano. Diestro. Brazos fuertes, nervios templados, reflejos imposibles de seguir para el ojo que no tiene costumbre. "Yo empecé a escuchar de la esgrima de machete en casa", continúa. "Mis padres decían que los abuelos habían sido maestros en este arte. Luego vi representaciones de niño, que las hacían unos grupos dancísticos conocidos como Los macheteros de la muerte. Después comencé a practicar la esgrima como defensa personal, allá por los años setenta".
Entrenar. Aprender. No adquieres solo habilidad, sino que es algo más. Profundo. Trascendente. Siempre la mano de un maestro. "La relación entre ambos", sigue Miguel, "es muy seria. Lo primero que se hace es investigar quién es uno y por qué quiere aprender la esgrima de machete. Se inculca que la esgrima es solo para defenderse, no para andar buscando problemas. Se habla de la historia de Colombia, de la independencia, de la participación de macheteros en esas guerras civiles".
¿Tan antiguo? Sabemos que el rasgo diferencial de la esgrima de machete tiene lugar en el siglo XIX, cuando está documentado el uso de cartillas de esgrima español entre maestros macheteros en el Valle del Cauca. Cambiaron sables por enormes cuchillos, pero hicieron más cosas, claro. Una cadencia. Un juego. Un ritmo. Que ha terminado por producir lenguaje, hábitos, pareceres propios. Cada ataque tiene nombre; cada defensa, historia. La Doloreña, por ejemplo. Vio venir el tajo con sesgo al hombro y otro gran tajo directo, seguidos de una extensión de la pierna trasera, luego el tajo transversado y un través al otro hombro. Través directo por la mitad y transversado por mitad. Amago encima y gran tajo directo en despedida sobre retiro. Así la describe Cárdenas en el citado Elástico de Sombra. Como esa, tantas. Falsa Diagonal. Parada de Todo el Día. ¡Chin! ¡Chan! Evolución por generaciones.
Cuentan que entre los ríos Palo y Cauca, cerca de lo que hoy en día es Puerto Tejada y Guachené, había un enorme predio (palenquero, lo llaman allá) que se conocía como Monte Oscuro. En ese sitio, prácticamente aislado del control estatal, se cultivaba cacao, también tabaco y aguardiente clandestino. Pero el Gobierno empezó a perseguir a los pequeños productores negros. Que eso es monopolio. Que hacen ilegalidades. Que vengan a darnos lo que es nuestro. Y empieza a surgir (empieza a crecer) la leyenda de los macheteros del Cauca, un ejército de jinetes armados con cuchillos gruesos como brazos que realizaban asaltos y saqueos por toda la región, defendiendo los intereses de aquellos con quienes compartían piel.
Seguramente tenga algo de realidad y mucho de fábula, pero ahí está. Lo cierto es que esa imagen empezó a ser cada vez más poderosa, más amenazadora para los grandes propietarios blancos que habían basado su poder en la mano de obra esclava. Un grupo de hombres (nunca demasiado pequeño, jamás excesivamente grande) que aparecen por las noches cabalgando bestias furiosas, exhibiendo músculos, llevando armas que debían servir al beneficio de los grandes terratenientes y ahora se usan para su venganza contra ellos. La imagen, tan poderosa, tan simbólica.
Historia de ida y vuelta. Una práctica que fue proscrita durante años, totalmente prohibida. Arrinconada para el espacio de la casa, de las pequeñas comunidades donde nadie nada puede decir. Propaganda pésima, que pinta a los macheteros como salvajes. Peleas de bar, borrachos sacándose sangres en madrugadas de paladar amargo. Y luego el retorno. Poco a poco, lentamente. ¿Es conocida hoy en día la práctica del machete en Colombia? Cárdenas lo tiene claro. "No. Al citarla la gente piensa en incidentes de taberna. En la Colombia urbana, blanqueada, hay un desconocimiento enorme de la cultura negra". El maestro Lourido matiza, orgulloso. Que sí saben de ella. A través de la literatura, sobre todo. Novelas. La última de Juan, claro. Otras. El machete, escrita por Julio Posada. Risaralda, Bernardo Arias. Alta ciencia para la ciencia chica.
"Además, se ve como un arte marcial que se recrea en algunas danzas". Cárdenas apostilla. "En Colombia ocurre algo peor que el desprecio: la ignorancia. La idea de que la cultura producida desde abajo no vale nada y por tanto no merece interés. Me da miedo la mirada multiculturalista y banal que quiere presentar estas cosas como simple expresión de una identidad o como manifestaciones inofensivas de una etnia simpática y graciosilla que aporta algo de color. Una visión folclórica que no quiere saber nada de las profundas implicaciones políticas e históricas que tiene el mundo negro para América Latina".
Que fueron muy evidentes. Esas implicaciones, digo. El miedo prendido, cerval, de quien fue esclavo, o lo fueron sus padres, o sus abuelos. Si ocurrió puede volver a ocurrir. Ningún derecho natural, nada de dogmática innata, prevalente a todos los hombres. En ese contexto el machete y bordón aparece como cultivo de subjetividad, autoafirmación del yo. Defensa llegado el momento, sí, pero no solo eso. Quizá ni siquiera eso, en esencia. La posibilidad. Claro. La posibilidad.
(Los hombres giran. Lanzan golpes que silban en el aire. Fintas. Como si bailasen muy juntos. Así. Abrazados. Quizá lo hacen).
La participación directa de los macheteros durante La Violencia. Nada menos. El llamamiento que hizo por radio Natanael Díaz. "Macheteros del Cauca, a las calles, a vengar la muerte del doctor Jorge Eliécer Gaitán. ¡Lo han asesinado! Hasta aquí llegó la venta de los mangos". Lo vuelve a narrar Cárdenas. Que recuerda más lances. Que los macheteros fueron siempre contra los conservadores. Que por eso la llamada de Natanael cuando lo de Gaitán y el Bogotazo y los tanques que giran y disparan a la gente. Año 1948. Violencia que empieza, violencia sin fin. Cuenta, también, relatos de cargas frente a aviones. Cuenta sobre una especie de comandos de alto nivel que iban montando caballos y portando machetes. Todos negros.
El asilamiento, por tanto. Hasta hace nada.
Y luego la vuelta. Primero una práctica que nunca se abandonó, que solo permanecía escondida, ajena a las grandes culturas, a los titulares que buscan mostrar lo bonito sin detenerse a enseñar lo realmente bello. Seres invisibles bailando un son invisible con machetes en las manos. Alejar los prejuicios mostrándolos precisamente como eso... únicamente prejuicios. Y los estudios que llegan desde fuera, elementos ajenos a la propia práctica. "Al principio solo hablábamos sobre aspectos técnicos de la esgrima", me cuenta Juan. "Después los relatos se fueron llenando de leyendas y memorias. Con el paso de los años hemos desarrollado una amistad personal e intelectual. Miguel Lourido, por ejemplo, es, además de un gran maestro de esgrima, un intelectual que lleva años uniendo los hilos sueltos de las memorias populares de los afrocaucanos". Tradiciones unidas, simbióticas. Los violines negros. "Muchos violinistas practican también la esgrima". Uno lo piensa y debe asentir, en silencio. No es tan distinto, ¿verdad? Por el ritmo, por las manos, porque en la música, también, importan por igual notas y silencio, los ataques y las fintas...
¿Y el futuro? ¿Existe posibilidad de que esto se expanda, que sea más conocido, que cruce fronteras? Juan es optimista. "Hay nuevas generaciones de macheteros y macheteras muy jóvenes que van a mantener viva la práctica. Y también hay mucha gente interesada. No solo en Colombia, sino afuera, gente de Brasil, de Estados Unidos, de otros países caribeños... gente que se toma el trabajo de viajar hasta el Cauca al menos para asomarse y empezar a aprender". El maestro Lourido coincide. "El futuro es prometedor. Estamos trabajando con el departamento del Cauca y el municipio de Puerto Tejada para el mantenimiento de la esgrima de machete".
Eso sí, manteniendo el simbolismo, el espíritu, entendiendo que no es danza, sino otra cosa. Más cosas. Más importantes. Que un solo movimiento encierra décadas de historias, de mitos, cuentos contados de maestro a aprendiz. El temor a la folclorización, que muchas veces llega de aquellos que arriban al machete con intenciones benévolas. "Se puede exportar la esgrima de machete y bordón", termina Miguel Lourido, "pero sin olvidar sus raíces".
Palabra de maestro.
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