Madrid
Actualizado:La trayectoria seguida por Luiza Carvalho (Goiania, Brasil, 1956), que ha sido durante los últimos cuatro años directora regional de ONU Mujeres para las Américas y el Caribe, es una carrera de fondo con resultados palpables. Doctora en Sociología, la brasileña es experta en igualdad de género y una férrea defensora de los derechos humanos y de la necesidad de afianzar lo público frente a la amenaza tangible de la neoliberalización de los Estados.
Visita Madrid para ofrecer una charla dentro del ciclo de conferencias Mujeres contra la impunidad, organizado por La Casa Encendida y la Asociación de Mujeres de Guatemala (AMG), titulada Brasil: la configuración de un nuevo orden conservador. Y es que el actual presidente del país Latinoamericano, Jair Bolsonaro, llegó al poder con un discurso que ponía en cuestión los derechos de las mujeres, de la comunidad LGTBI, de las personas racializadas, y que llegaba, incluso, a hacer apología de la dictadura que asoló el país entre 1964 y 1985. Ahora, lleva gobernando 5 meses, desde el 1 de enero de 2019, y ya ha suscitado masivas movilizaciones por parte de la comunidad indígena y de los estudiantes (tras el bloqueo del 30 % del presupuesto público para universidades e instituciones educativas federales impuesto la pasada semana).
En los cinco meses que Bolsonaro lleva al frente del Gobierno en Brasil, ¿todo esto se ha quedado en mero discurso o ha empezado a afectar la calidad de vida de la gente?
Creo que aún no ha afectado tan directamente, pero sí tenemos indicaciones ya de por dónde van a ir las cosas. Por ejemplo, con la transferencia de la demarcación de tierras indígenas al Ministerio de Agricultura, que es el organismo encargado de la producción agrícola, se generó mucho conflicto. Y cuando a finales de abril se produjo la marcha de los indígenas en señal de protesta, el uso desmedido de la fuerza dejó clara cuál era la incapacidad de diálogo de este presidente. Por otro lado, en lo que se refiere a la población más pobre y desamparada, nos topamos con la reforma de la seguridad social y la congelación del techo de gasto. O en lo referente a la jubilación, van a modificar aspectos que afectan a los más vulnerables, como el retrasar 10 años la jubilación de los trabajadores y las trabajadoras rurales, cuyas condiciones físicas sufren un notable empeoramiento a lo largo de los años por el tipo de actividad que desempeñan. Todos estos son cambios que afectan muy gravemente a la población.
¿Y en lo que se refiere a las mujeres?
La cuestión es que con este Gobierno se despolitiza la agenda de género, se individualizan las necesidades, dejando de tratarlas como colectivas. La maquinaria pública, que había adquirido una condición de esponja que permeaba a la sociedad civil, se ha atrancado. Se genera una absoluta ausencia de debates sobre temas fundamentales como cuidados o violencia machista, además de una disminución de los recursos. El aumento de la inversión pública, del poder adquisitivo a través de la subida del salario mínimo, fue el gran detonante de la inclusión, y todo ello se encuentra puesto en entredicho.
En Brasil, los movimientos feministas llamaron a la gente a votar para evitar que Bolsonaro llegara al poder bajo el hashtag #ÉlNo. En España, de cara al pasado 28 de abril, surgió un movimiento parecido que buscaba que no diesen los números para un gobierno con VOX junto al PP y Ciudadanos. ¿Por qué el resultado ha sido diferente en los dos países?
Sobre esto tengo dos hipótesis. Primero, hay estudios que dicen que en Brasil todavía hay una gran influencia del hombre –padres, esposos…- sobre la determinación del voto femenino, principalmente en el caso de aquellas mujeres que no tienen mucha implicación política o que están indecisas. La otra hipótesis es que, a raíz del apuñalamiento que sufrió Bolsonaro en septiembre, se percibió una desmovilización de las mujeres. Hubo un intento de manipular, de hacer como si las izquierdas le estuvieran atacando. Y también se generó un sentimiento de solidaridad, se le empezó a percibir como si hubiera sido una víctima.
El auge internacional de la ultraderecha parece que saca de nuevo al debate derechos que ya se consideraban asentados, como es el caso del aborto en España. ¿Su condición es lo suficientemente sólida como para que estos derechos y las luchas que los defienden sobrevivan?
Mientras que los regímenes no se tornen totalitarios, las luchas van a sobrevivir. Pero cuando empiezan a surgir regímenes totalitarios, estos derechos y estas luchas sí que se enfrentan a grandes riesgos. Su área de incidencia disminuye considerablemente, y el número de actores que entran en la negociación se reduce, dificultando mucho que su presencia se mantenga en la agenda.
Sin embargo, vemos que los movimientos sociales toman cada vez más fuerza cuando este tipo de fuerzas de ultraderecha entran o están a punto de entrar en las instituciones. ¿Qué sinergias genera ese poder y ese contrapoder?
Eso es lo que estamos viendo en Brasil ahora. Vemos cómo están viéndose afectadas personas de clases muy diferentes y, sin embargo, está surgiendo mayor organización y responsabilidad por parte de quienes no eran activos en la vida pública. La sociedad civil se acaba organizando y pasa a responder con más celeridad, como en el caso del profesorado y el alumnado universitarios. Aun así, lo que resulta preocupante es el desmantelamiento del Estado, aunque no fuera perfecto. Hay un lastre ideológico que apela a que el Estado es corrupto, ineficiente, un elefante blanco con el que las clases productoras tienen que cargar. Y parece que eso justificara que los votantes votaran lo que votaron, bajo la idea de que ‘no importa que el Estado desaparezca mientras que mi Gobierno no sea un ladrón, que lo haga lo mejor posible con un Estado mínimo’. Esa es la legitimación que le otorgan los votantes a este Gobierno.
Pero con todas las reacciones que han surgido en contra, Bolsonaro ha ido perdiendo popularidad. ¿Cuál es el perfil de votante que le legitima todavía?
Según el desglose de la encuesta que mide la popularidad, ha habido una caída general del apoyo hacia Bolsonaro, aunque menos pronunciada entre las clases medias y altas. Y dentro de estas, los hombres son quienes le apoyan más. También es que tuvo otros electores que actuaron para ejercer el voto de castigo contra el gobierno anterior, que pensaban ‘elijo a un candidato con un discurso antisistema –aunque él estaba totalmente dentro del sistema, ya que ha sido diputado durante casi 30 años- porque la política necesita renovación, la política no funciona…’.
¿Es diferente el modo en que se vive el patriarcado en America Latina, especialmente en Brasil, frente a países como España?
En España hay cuestiones en las que los derechos de las mujeres trascienden la clase social, hay agendas que son comunes y para las que existe unión. En Brasil, esto todavía no lo tenemos tan claro, no hay una solidaridad, una estrategia que diga que en algunos aspectos es mejor caminar juntas. España posee una gran capacidad para enseñar cosas a otros países sobre este tema, porque hay una convergencia: el 8 de Marzo es un ejemplo maravilloso, con todas las mujeres en las calles. Es un tema que se discute, se investiga… . Hay una estructura social que posibilita el intercambio de ideas. En Brasil hay un patriarcado fuertísimo con una gran dificultad para establecerse en la agenda pública. Somos de los países con peor índice de participación de las mujeres en los Congresos, mientras que otros países como Argentina, México, Uruguay, Costa Rica, Bolivia o Cuba ya tienen paridad en los escaños. A la presidenta Dilma, de hecho, siempre se la trató de forma extremadamente misógina. Aunque con ella el Estado se volvió mucho más permeable a las demandas de las mujeres y la democracia ganó mucho en ese sentido.
En los dos últimos años, el movimiento feminista se ha hecho internacionalmente muy visible, y en América Latina existen fuertes movilizaciones. ¿Cómo se está configurando allí la lucha?
El movimiento Ni Una Menos, nacido en Argentina, tiene bastante visibilización. Posee colectivos en multitud de países, que llevan la contabilización de los feminicidios y una agenda con propuestas fuertes. Creo que tenemos una cotidianidad muy compleja y el nivel de las demandas a las que debemos dar respuesta es muy elevado. Todavía estamos luchando por la supervivencia. Las mujeres allí luchan aún por que se instaure una encuesta que mida el uso del tiempo, que haya indicadores de género para los índices de desarrollo sostenible, pero ni siquiera se establcen metodologías. Todo eso está muy paralizado, las luchas son muy básicas. Al mismo tiempo, tenemos una red fuerte de defensoras de los derechos de las mujeres que se encuentran amenazadas, incluso de muerte, por ser la cara visible de todas. La lucha en América Latina y el Caribe es humanamente muy compleja, es física. Y como la financiación de la sociedad civil se ha ido desmantelando en los últimos quince años, se inviabiliza aún más la existencia de colectivos fuertes, porque las mujeres piensan ‘tengo que proveerme a mí misma y a mi familia’. Acaban priorizando otras cosas porque sufren directamente las limitaciones materiales.
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