Fusilados Celanova Cuando los primeros fascistas que entraron en Madrid celebraron la victoria asesinando a siete republicanos asturianos
El Comité de Memoria Histórica de Celanova (Galicia) documenta una fosa común con los restos de los últimos defensores de Gijón, asesinados en 1939 por las tropas de Joaquín Ríos Capapé, coronel al mando de la Bandera de Falange de Marruecos, que viajó a Galicia a pasar el verano tras la toma de la capital española.
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a coruña, Actualizado:
El Comité de Memoria Histórica de la Comarca de Celanova acaba de documentar la existencia de una fosa común en en el cementerio de esa localidad ourensana de 6.000 habitantes en la que yacen los cadáveres de siete combatientes republicanos asturianos asesinados por las tropas de la Bandera de Falange de Marruecos. Se trata de una unidad paramilitar formada por falangistas, exlegionarios y mercenarios africanos que fueron uno de los primeros cuerpos del Ejército franquista que entraron en Madrid tras la toma de la capital el 28 de marzo de 1939. Viajaron a Galicia dos meses después al mando del coronel Joaquín Ríos Capapé, para celebrar la victoria. Lo hicieron sembrando el terror en la comarca y asesinando a decenas de personas, entre ellos los siete jóvenes asturianos.
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Sus cadáveres se encuentran enterrados en la zona central del cementerio, rodeados de sepulcros convencionales bajo un denso seto vegetal, pero sin que ningún símbolo indique o recuerde que allí reposan los restos de, al menos, esas siete personas. Memoria Histórica de Celanova se ha puesto en contacto con asociaciones para la recuperación de la Memoria Democrática en Asturias y en Salamanca al objeto de localizar a los familiares de los asesinados, y también con la Subdelegación del Gobierno en Ourense, para iniciar el proceso para poder exhumar e identificar los cadáveres.
"La nueva ley de Memoria Histórica permite que se realicen exhumaciones sin la necesidad de que existan familiares directos que las soliciten expresamente", explica Higinio Rodríguez Domínguez, portavoz de la asociación. El comité se presentó el pasado 27 de septiembre, coincidiendo con el aniversario de los últimos fusilamientos de la guerra en Celanova. Además de trabajar por la identificación de los cadáveres, han emprendido una campaña para conseguir la retirada de una inmensa cruz de piedra que los miembros de la Bandera de Marruecos levantaron en un monte cercano, con vistas sobre toda la comarca.
Los siete asesinados son Baldomero Vigil Escalera Vallejo, pintor de 19 años; Marcelino Fernández García, mecánico, de 21; Guillermo de Diego Álvarez, chófer, de 25; Alfonso Moreno Gayol, chófer, de 26; Abelardo Suárez del Busto, albañil, de 28; Belarmino Álvarez García, minero, de 29, y Mariano Blanco González, litógrafo, de 36. Todos eran asturianos salvo Alfonso Moreno, nacido en Salamanca aunque residente en Gijón. Según Memoria Histórica de Celanova, los siete fueron los últimos defensores republicanos de la localidad asturiana. Gijón, que había podido contener el primero conato de la sublevación fascista durante el verano y el otoño de 1936, cayó apenas un año después, en octubre de 1937. Sus últimos defensores trataron de huir por mar, pero fueron capturados por la Armada franquista y enviados al campo de concentración de Camposancos, en A Guarda (Pontevedra), en la frontera con Portugal. Allí los sometieron a Consejo de Guerra y los condenaron a muerte.
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Según Nomes e Voces, más de 6.000 personas murieron fusiladas o paseadas en apenas tres años
Para entonces, hacía tiempo que Galicia había sido tomada por los franquistas. De hecho, apenas hubo guerra porque los sublevados se hicieron con la práctica totalidad de las plazas apenas se conoció el golpe de Estado de Franco. Pero eso no significa que no hubiera represión, al contrario. Más de 6.000 personas, la inmensa mayoría civiles, murieron fusiladas o paseadas en apenas tres años, según un estudio de la asociación Nomes e Voces, en Celanova, en el Monasterio de San Salvador, a unos treinta kilómetros al sur de Ourense y en plena ruta de entrada a Galicia desde Castilla y León por Zamora y Puebla de Sanabria, Franco montó una de los mayores y más crueles cárceles para prisioneros de guerra y presos políticos de la contienda. Allí trasladaron desde A Guarda a los siete jóvenes asturianos.
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En marzo de 1939, Ríos Capapé, quien llevaba meses al mando de la 18ª División del Ejército del Centro asediando Madrid desde el sector de Ciudad Universitaria, entró en la capital cruzando con sus tropas el Puente de Toledo hasta llegar al Paseo del Prado. Subieron por la calle de Alcalá hasta el Ministerio de Hacienda donde el teniente coronel del Estado Mayor de la República Martín Naranjo le entregó oficialmente la capital. Luego, Ríos volvió a Ciudad Universitaria, donde se hizo retratar tomándose un cóctel entre las ruinas servido por el mismísimo Pedro Chicote. Un par de meses después, decidió llevarse a sus tropas a celebrar la victoria y pasar el verano en Celanova, la villa natal de su padre.
"Los tres meses que la Bandera de Marruecos estuvo destinada en Celanova fueron un alarde de chulería y violencia", cuenta el histotriador Pablo Sánchez, autor de un informe con el que el Comité de Memoria Histórica avala la pretensión de que se elimine de una vez la cruz de caídos que Ríos Capapé ordenó plantar en el pueblo, y que aún simboliza el horror de su paso por allí.
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Según narran los portavoces del Comité, decenas de presos de la cárcel del monasterio de San Salvador murieron a tiros, ametrallados cuando se asomban a las ventanas o cuando estaban en sus celdas, ubicadas en los pisos superiores del recinto. Los milicianos dormían en la planta baja, y acostumbraban a divertirse disparando al delgado techo de madera que hacía a su vez de suelo de la planta superior.
A mediados de agosto de 1939 se celebró el acto de inauguración de la cruz. Un mes después, sacaron de la cárcel a los siete jóvenes asturianos y los llevaron a la iglesia parroquial ubicada junto al cementerio. Allí pasaron la noche. Al amanecer, los fusilaron por grupos y dejaron sus cuerpos en el suelo. El juez que ordenó las ejecuciones era el teniente José Bernabé Gijón, que designa como jefe del pelotón de fusilamiento al también teniente Francisco Hernández Recio y señala como lugar del tiroteo "las tapias del cementerio de esta villa". Solo tres días después, la Bandera de Marruecos dejó Celanova.
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Rodríguez: "Aquí no había cámaras de gas, pero también se exterminaba"
"Hemos documentado, a través de los certificados de enterramiento, que los siete asturianos están en esa fosa común. Pero puede haber más porque durante la estancia de los milicianos en el pueblo hubo decenas de paseados y de otros presos que murieron por otras causas, principalmente de enfermedades", cuenta Higinio Rodriguez. "Aquí no había cámaras de gas, pero también se exterminaba: morían de hambre, de tifus, de tuberculosis, de frío, de agotamiento...".
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En el certificado de enterramiento, el enterrador señala el lugar exacto de la fosa y la posición que ocupa cada uno. El médico de la localidad, una persona muy querida en el pueblo, a quien apodaban "el médico de los pobres" y cuyo nombre designa hoy a la avenida principal de Celanova -"En justo homenaje a su trabajo", precisa el Comité-, firmó los certificados de defunción indicando como causa de la muerte "intensa hemorragia interna y externa producida por arma de fuego".
El Colectivo Memoria Histórica de Celanova ha documentado la fosa en tiempo récord, pero aún no ha podido localizar a ningún familiar de los chicos asesinados. Solo tiene constancia de que uno de ellos, Marcelino Fernández García, mecánico de 21 años de edad y afiliado a la UGT y al Partido Comunista, estaba casado. Su viuda se llama Olivia Gutiérrez González, y tenían un hijo o una hija que probablemente hoy siga vivo, o viva. "Sería bueno que publicase sus nombres para que podamos contactar con él, o con ella", insiste Higinio.
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El paso de la Bandera de Falange de Marruecos por Celanova solo dejó muertos, horror y desolación, heridas por las que el pueblo todavía sangra. Porque aún hoy sigue habiendo quien no considera legítimo restituir la memoria de lo que pasó y reparar el daño causado. El pasado mes de abril, el Comité presentó una moción ciudadana en el Ayuntamiento para reclamar al pleno que se retirara la cruz levantada por Ríos Capapé y que recordaba a quienes asesinó. Solo votaron a favor el BNG y el PSOE. El PP, mayoritario en el Ayuntamiento, votó en contra. Los portavoces de la Memoria Histórica se negaron a defender la moción ante el pleno porque el alcalde, Antonio Puga, de una formación independiente escindida del PP, convocó a un representante de la asociación ultraderechista Abogados Cristianos para que pudiera explicar que la cruz es un símbolo religioso, y no una representación sanguinaria del fascismo más execrable.