Este artículo se publicó hace 3 años.
Fotografías de difuntos: cuando se superaba el luto con imágenes de los fallecidos
Los retratos 'post mortem' eran la ocasión para retratar a quien se iba de este mundo demasiado pronto o justificar asuntos como las herencias. Hoy, son objetos de colección y así lo demuestra el libro 'Post Mortem' con el archivo de Carlos Areces y la investigación de Virginia de la Cruz.
Laura L. Ruiz
Madrid-
"Para aceptar la muerte, hay que verla". Con esta cita de Freud podemos condensar todas las razones que existían para fotografiar a adultos o niños que acaban de fallecer. Algo que hoy día puede resultar macabro, en su momento no lo era, ya que tenía una funcionalidad clara y porque la relación con la muerte era muy distinta. Lo explica Virginia de la Cruz, una investigadora que ha basado su tesis doctoral en este tipo de fotografía, a Público desde Francia. "Estas fotografías en adultos tienen un componente más de ratificar la muerte, por el testamento o al tener las familias lejos que no podían venir al velatorio. Pero había también otras cuestiones, como cuando se enviaba dinero para las flores y las fotografías del muerto junto al ramo justificaban el gasto del dinero", comenta. Las razones de fotografiar a los menores eran muy distintas. "La función –explica la investigadora– solía ser recordar al niño que seguramente aún no había podido tener una fotografía en vida. Necesitaban esa imagen para afianzar su breve paso por la vida, para superar el duelo, para consolar el dolor".
Un sinfín de razones que nada tienen que ver con el tabú de la muerte que hay en la actualidad en Occidente y que viene de la pintura post mortem que se empezó a realizar en el Renacimiento. Retratos conocidos como memento mori, frase en latín que significa "recuerda que eres mortal". A esta técnica, la pintura, remiten las primeras fotografías post mortem, ya que se limitaban a copiar el estilo pero con la nueva tecnología. "Las fotografías en las que se ve al cadáver intentando simular que estaba vivo es de las primeras opciones de los fotógrafos, basándose en los retratos en pintura que se hacía a los muertos", comenta De la Cruz, que advierte que en pintura es mucho más sencillo retocar un retrato para simular que el fallecido seguía vivo.
"Poco a poco se abandona esta idea porque el resultado no era el que se buscaba, resultando retratos muy forzados y poco similares a los de la persona en vida". Por eso, llega la segunda tendencia: hacer que el muerto estuviera como dormido. Primero sentados en una silla o un sofá, más adelante en una cama o una mesa con tela en el caso de los niños. Una imagen mucho más cercana a la muerte que acabaría por convertirse en el retrato funerario más conocido: el ataúd. O bien con el fallecido en su cama con el ataúd en el plano o directamente el cuerpo dentro de la caja. "Se ve como el fotógrafo va intentando adaptar la pintura con su propio lenguaje, tardando unos 40 o 50 años en llegar a ello", comenta la investigadora.
Una práctica que llega hasta los años 80 del pasado siglo
Aunque pudiera parecer que se trata de una práctica muy antigua, hasta los años 80 se pudo seguir haciendo en España. "Estaba trabajando con el material inédito del fotógrafo Virgilio Viéitez de los años 40 hasta la década de los 70 cuando encontré retratos post mortem hechos por él", comenta. La posibilidad de poder hablar con él contextualizó estas imágenes, ya que para el fotógrafo eran como otras que había hecho en bodas o celebraciones. "Me di cuenta –comenta– de que era una práctica habitual entre fotógrafos de pueblos o estudio. Después, cuando las familias empezaron a tener sus propias cámaras de fotos, dejaron de llamar a los profesionales, pero no dejaron de hacerse estas fotografías". Una democratización de la fotografía que se vivió a finales del siglo XX y que se había vivido a finales del siglo XIX con la aparición de los daguerrotipos.
Esta protofotografía era muy cara en un inicio y solo se la podían permitir las familias pudientes, pero al mejorar las técnicas -sobre todo las que permitían copiar el resultado- se popularizó. "He encontrado anuncios de fotógrafos en EEUU en la década de los 80 y 90 del siglo XIX que se publicitaban añadiendo a sus anuncios la frase También hacemos retratos post mortem", explica la autora de Post Mortem, el libro-objeto que recoge la investigación de De la Cruz con imágenes del actor Carlos Areces, reconocido coleccionista de fotografía vintage.
De la Cruz: "Me di cuenta de que era una práctica habitual entre fotógrafos de pueblos o estudio"
"Ya estoy acostumbrado a que las fotografías antiguas provoquen un rictus de desagrado", comenta el actor. "Pasa lo mismo con las muñecas de porcelana, tienen su origen en un juguete infantil, pero el paso del tiempo, el cine y la literatura lo han convertido en objetos de terror". De hecho, Areces, naturaliza su colección de fotografías post mortem, teniendo en cuenta que muchas personas le conocen por su vertiente de cómico en programas como Muchachada Nui y puede sorprenderles este hobby más tenebroso. "Cuando alguien viene a casa, les muestro mi colección de fotografías de comunión, y las personas intentan disimular el rictus de desagrado. En ese momento les digo: Pues espérate a ver mi otra colección", bromea. De hecho señala que no le interesa cualquier imagen post mortem, como podrían ser las de guerra, sino las imágenes que muestran una intimidad, en eventos, con familiares. Justamente lo que puede verse en algunas fotografías post mortem, donde las amigas de una niña fallecida velan el cuerpo de la pequeña o los familiares se unen en torno al ataúd del finado para hacer una foto de grupo familiar.
"Hay unos filósofos franceses que hablan de la pornografía de la muerte", argumenta Virginia de la Cruz. Sin en el siglo XIX se hablaba mucho de la muerte y nada del sexo, en el siglo XX se habló mucho de sexo y se dejó de hablar de la muerte. "Tiene que ver –explica la autora– con cambios en la sociedad, el éxodo de lo rural, los cementerios pasaron de estar en el centro a las afueras, la muerte ya no ocurre en casa sino en los hospitales y nos desacostumbramos a algo que forma parte de la vida". De una forma similar opina Carlos Areces. "La mortalidad era algo cotidiano antes, se velaba en casa, había un contacto directo con el fallecido, se le lavaba, vestía, incluso besaba, los niños pasaban por allí... algo impensable ahora". El actor y coleccionista cuenta en el prólogo cómo vivió él mismo el fallecimiento de su padre y lo poco natural que resultó el tema del cuerpo sin vida. "Yo soy una persona de mi época y la muerte de un ser querido es un proceso doloroso para mí. Ahora es impensable que quieras mantener el recuerdo de un ser querido en una fotografía de muertos, porque tenemos fotografías en vida", explica.
"Angelitos" y fotografías para superar el luto
Respecto al trabajo de los fotógrafos hay diferentes procederes a lo largo de la historia de la fotografía post mortem. Se observan fotografías hechas en el exterior, por ejemplo. "A veces, hay fotografías que datan incluso a principios del siglo XX, donde se sacaban afuera de las casas a los difuntos", comenta la investigadora, respondiendo a un problema de luz. Las casas, sobre todo en el rural, con las ventanas muy pequeñas y poca luz artificial resultaban muy deficientes para las cámaras y para los negativos de las época. Por eso, algunos fotógrafos se llevaban el cuerpo a sus estudios para realizar la fotografía con el mejor decorado además. Una opción que pronto se vetó, ya que las leyes sanitarias prohibieron que el cadáver viajara de un lugar a otro.
De la Cruz: "Momentos como este visibilizan que la fotografía ayuda"
Así, los decorados se recreaban en casa con tapices, alfombras o telas. En el caso de los retratos de niños, niñas o bebés, la creatividad de estos retratos era mucho mayor. Los fotógrafos se tomaban muchas licencias, como decorar más la habitación, simular posturas evocadoras e incluso recrear un ascenso a los cielos. Siempre, en función de lo que los padres quisieran transmitir. "Hay imágenes –explica Virginia de la Cruz– que simulan a los bebés como angelitos. Esto se debe a que los familiares necesitaban pensar que esos niños fallecidos estaban en un lugar mejor". "Para los niños que han muerto muy prematuros, a las pocas horas o días, los psicólogos hoy día recomiendan a los padres hacerse una foto con ellos, porque no han tenido oportunidad aún. Es una forma de registrar su paso por la vida y sobrellevar la pérdida", explica Carlos Areces. Una empatía que hoy día recuerda a los días más restrictivos de la covid, donde muchas personas murieron solas por la prohibición de visitar a los familiares en residencias de mayores o en hospitales. "Momentos como este visibilizan que la fotografía ayuda. Necesitamos algo que sustituya esa presencia junto al fallecido", recuerda Virginia. Antes era una foto al no poder ir al velatorio; hoy son las videollamadas o el recuerdo del neonato.
Trabajos destruidos por el tabú de la muerte y poca bibliografía
Pese a la función social que tenían los retratos post mortem, nuestra actual visión de la muerte los ha arrinconado. Tanto que resulta difícil encontrar libros sobre el tema o muchas familias de fotógrafos destruyen estos trabajos al fallecer el artista. Eso fue lo que le ocurrió a la investigadora cuando comenzó su tesis. "No encontraba casi nada en los archivos públicos y en los privados, poco más. Si el fotógrafo estaba vivo lo mostraba como algo natural; pero si había fallecido, los herederos lo negaban avergonzados". Le llevó tiempo poder llegar a Secure the Shadow, donde Jay Rubi pone los pilares de las tipologías de estas fotos y de donde parte la investigación de De la Cruz. También está el libro Sleeping Beauty, de Stanley B. Burns, una suerte de catálogo pero que se adentra poco en el por qué de estas fotografías.
Aunque hay poco en el mercado, lo cierto es que estas imágenes impactan. Tanto como para que Alejandro Amenábar incluyera este último libro en su película Los Otros e incluso falseó una fotografía post mortem de él y unos amigos. Esa escena, en la que la actriz Nicole Kidman sostiene estas imágenes, es la que hizo que Carlos Areces se empezara a interesar por la fotografía, coleccionara y ahora publique este libro junto a Virginia de la Cruz. Un círculo que se cierra con la presencia del propio Amenábar en la presentación del libro y que limita su tirada a 1.839 ejemplares, rindiendo homenaje al año en el que oficialmente empezó a existir la fotografía.
Comentarios de nuestros suscriptores/as
¿Quieres comentar?Para ver los comentarios de nuestros suscriptores y suscriptoras, primero tienes que iniciar sesión o registrarte.