La extinción del dingo australiano: una historia de colonialismo y barbarie contra la vida silvestre
La antropóloga Deborah Bird Rose relata en su último libro la persecución que ganaderos y autoridades locales han alimentado durante años contra los perros salvajes de Australia.
Madrid-
Australia, años ochenta. Un día cualquiera, una avioneta lanza al vacío múltiples trozos de carne bañados en veneno. Lo hace en una región rural al norte del país, con el visto bueno de los que mandan en la zona. ¿Su objetivo? Los dingos. ¿El compuesto? Una fórmula química altamente tóxica para aves y mamíferos que se conoce popularmente como 1080. Esta atrocidad, maquinada para esparcir muerte, no queda demasiado lejos. Hace apenas cuatro décadas que las autoridades de la isla dieron luz verde al aeroplano en cuestión para tomar vuelo y acabar con una especie que pocas banderas protegían: los perros salvajes.
La antropóloga e investigadora estadounidense Deborah Bird Rose ha convivido durante años con los pueblos aborígenes australianos. Estos indígenas, defensores de la cultura del parentesco, son los que mejor conocen a los dingos. Según ellos, nuestras huellas y caminos están entrelazados. Así lo plasman los relatos que cada noche compartían alrededor de las fogatas. La mayoría de los nativos han fallecido, pero sus historias no han querido hacerlo. Durante los meses de inmersión, la norteamericana ha tomado nota de todas sus narraciones para luego recogerlas en El sueño del perro salvaje, publicado ahora en castellano por Errata Naturae. La obra se puede definir como una ventana abierta para el diálogo, la concienciación y la custodia de cientos de memorias.
Las páginas de este ensayo, disponible en librerías desde el pasado lunes, han recorrido ciudades, cafeterías y universidades de medio mundo. Todo comenzó con una llamada. Jessica, amiga de la autora, acudió a su despacho para contarle que no muy lejos de Canberra, capital del país, había un árbol del que colgaban los cadáveres de varios dingos. Bird cogió su camioneta y se presentó en el lugar. La descripción era cierta: los perros estaban muertos y atados a una rama por las patas traseras. Un escenario que automáticamente la llevó a formular una pregunta: ¿Cuál es nuestro papel en el planeta?
El sueño del perro salvaje combina la experiencia de la propia antropóloga con un fondo más complejo y teórico. Reconocidas figuras de la arqueología, la filosofía, el ecologismo o la teología se dan cita en este exhaustivo cronograma que toma como punto de partida lo local para viajar hacia un horizonte mucho más amplio y genérico. La investigadora se centra en la persecución histórica que han sufrido los dingos en Australia y postra un claro mensaje: la sombra de la extinción se cierne sobre su futuro. El problema es que no son solo estos canes. El riesgo de desaparición llama a la puerta de más de 5.200 especies en la Tierra, según datos actualizados de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza. Aún así, poco nos importa.
La guerra abierta contra los dingos australianos viene de atrás, de los tiempos de la colonización. Cuando los forasteros llegaron a la isla, instalaron grandes explotaciones ganaderas en el centro del país. Los aborígenes que lograron sobrevivir al asalto empezaron a trabajar en estas fincas como mano de obra esclava. Más pronto que tarde, los ganaderos comenzaron a hablar de perros solitarios que asesinaban a sus ovejas. Un alegato más próximo a la trama de un cuento infantil que a cualquier otra cosa. Pese a ello, logró cuajar en el terreno institucional. Las autoridades sacaron adelante leyes en las que definían esta especie como "una plaga a erradicar" y la Policía hizo de los balazos su modus operandi.
Oceanía es el continente habitado más seco de la tierra. Sus ciclos climáticos son como una montaña rusa y la fertilidad de los terrenos es muy limitada. Aún así, los dingos se adaptaron perfectamente a sus principales zonas ecológicas. Con el paso del tiempo, estos canes se han convertido en un actor crucial para mantener la biodiversidad indígena y regular el funcionamiento de los ecosistemas. Una realidad similar a la que sufre el lobo ibérico en España: perseguido, acusado y cazado sin razón. Los dos animales favorecen la abundancia de vegetación y velan por un equilibrio entre especies. Sus virtudes están científicamente probadas, pero la estigmatización siempre termina imponiéndose.
Trampas, veneno, vallas. Todo vale para alimentar el odio humano y perseguir lo diferente. El de las vallas es un recurso que no solo afecta a los animales. La prueba está bien cerca y la gente siempre encuentra una excusa para no reaccionar. Lo mismo ocurre cuando se viralizan imágenes de pingüinos que se caen al mar porque el bloque de hielo sobre el que bailotean se derrite, o cuando se anuncia que la deforestación del Amazonas está acabando con la vida de más de 10.000 especies de insectos, aves o reptiles. El sueño del perro salvaje es la última obra de Deborah Bird Rose, fallecida en 2018. La antropóloga cerró este libro con muchos interrogantes sin resolver, pero con la esperanza de que, al terminarlo, nuestra reconciliación con los dingos estuviese un poco más cerca de ser verdad.
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