Angulas Navidad Así es el duro trabajo de los pescadores de angulas, el oro blanco del mar que preside las cenas más exquisitas
Las angulas son uno de los productos alimenticios que mayores precios alcanzan cada año. Su pesca se sigue haciendo de forma tradicional, casi con pulso de artesanía, y combina saberes, intuiciones y suerte. También trabajo, mucho trabajo.
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TORRELAVEGA (CANTABRIA), Actualizado:
Noche cerrada y caminas muy despacio, intentando alumbrar con el móvil para no caerte. Arriba la luna está casi llena, plateada y brillante, pero ojos de ciudad no entienden nada que no sean faros o neones. Así, hasta que vemos a Pedro. Luz en la frente, el cedazo entre manos, danzando poco a poco con mareas.
Bajamos hasta él. Pedro está pescando angulas.
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Igual a ustedes les suenan. Las angulas, digo. Quizá hasta comieron en casa, cuando chavales. O después, precios que uno ni creer puede. Pequeños bocados con sabor a mar que llegan a valer, estos días navideños, cientos de euros. Los cien gramos. Más caro que el más caro marisco. Nuestro caviar tiene forma de gusanito blanco.
(Caviar hubo antes aquí, ¿eh? Los esturiones eran peces propiedad del monarca, como el salmón o el sábalo. Vamos, que necesitabas permisos especiales para sacar uno del agua. Les hablo de hace siglos. Ya no quedan, salvo en zoos y lagos hechos por el hombre).
Para pescar angulas también necesitas papeles, claro. No es como hace décadas, que podía ir cualquiera, y se juntaban cientos de paisanos cada noche propicia para intentar ese golpe de suerte que te haga más fácil la primavera. Pepitas de oro, solo que nadando río arriba. "Aquí, en la desembocadura del Pas, a veces pensabas que iba a aterrizar un avión, todo lleno de faroles a ambos lados. Podíamos estar unos quinientos tíos hasta el puente de piedra que hay en Arce. ¿Tres kilómetros, serán? Pues calcula".
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Quien me habla es Antonio, solo que Antonio no es Antonio. Le digo que escoja un nombre, que nunca tendrá oportunidad parecida. Él sonríe. Venga, pues este. Antonio ya no pesca angulas, porque no tiene licencia. Licencia doble, hace falta. Primero de mariscador, luego otra especial como angulero. De esta se reparten cuarenta cada otoño. Solo cuarenta. Actualmente, Cantabria tiene abierto coto en cuatro ríos. En el Deva, en el Nansa, en el Pas, en el pequeño Campiazo. Él no gastaba de eso. Autorización. Así que iba en plan furtivo, y por eso Antonio no es Antonio. Pero ya no. Me lo jura, y aquí la palabra vale.
"Es que ahora es delito medioambiental. Antes pagabas multa. Jodía, pero... El asunto es diferente hoy, más complicado. Sumas altas. Y luego lo de los antecedentes. No, ya no merece la pena". Pregunto por la última vez, si tuvo que apoquinar. Vuelve a sonreír. "No, no me cogieron. Pero estuve hora y media escondido entre carrizos, metido casi todo en el agua, muerto de frío. Ellos iban con cámaras térmicas, aun no entiendo cómo libré. Se me quitaron todas las ganas". Y vuelve a sonreír.
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Que dónde iba a pescar él, que cómo lo hacía. A lo primero, respuesta vaga. "Por la zona del Pas, también alguna vez San Juan de la Canal. Allí era lo de ir a ola. En la misma playa... ponías el cedazo así cuando rompía la ola y, en un movimiento rápido, cambiabas de dirección para aprovechar resaca. Cansado, mucho. En general todo esto es muy cansado. Ahora ya no se pueden pescar angulas en playas, está prohibido. Al menos en Cantabria. Creo que por Asturias aún dejan".
Gervasio me habla de un invento para ir a playa. Cedazo de caña muy larga al que se añaden ruedas, como si fuese carro chillón. La idea es arrastrarlo de lado a otro, cribando con redecilla el mismo sitio donde rompe océano. "Pero no funcionaba bien", dice, "porque las ruedas se hundían en arena mojada, y pasabas más rato destrabando aquello que haciendo rodar".
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Gervasio lleva sin pescar angulas... no sé, igual treinta años. Pero cogió muchas, muchísimas. Lo sé porque las traía a casa. Gervasio es mi padre, y yo vi calderos llenos de esas joyitas que hoy andan sobre 1.700 euros el kilo. Hasta tres mil, alcanzaron a veces. Otro tiempo, otras capturas... Gervasio salía de su trabajo en la fábrica y, hop, a empalmar con madrugadas de humedad y temblor. "A veces iba buscando un puesto en condiciones, uno que sabía era bueno", explica.
El precio de las angulas anda sobre 1.700 euros el kilo. Hasta tres mil, alcanzaron a veces
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"Allá, por Usgo, justo donde desagua la tubería de Solvay. Llegaba sin caer sol y me ponía debajo del caño, porque aquello salía caliente y, al menos, no te morías de frío". Vuelve a sonreír. Él nunca llegó a vender, pero un tío suyo (un tío abuelo mío) hizo de eso casi segunda labor. Y, papá, ¿dónde las llevaba? ¿A lonja? Risa entre dientes, me explica. Que en Torrelavega había una calle donde se ponían, apenas alboreado, las esposas de esos pescadores. Con angulas metidas en vasijas de barro, en cazuelas de metal marrón, en perolas para la leche. Una, una, una más. Y en ese sitio se vendía todo.
Ahora allí hay tiendas de ropa. La marca esa en la que ustedes están pensando. Dicen que si va a cerrar... "Yo las llevaba a bares", me explica Antonio, "y te las compraban. A setecientos llegué a vender, ahora cuestan mucho más. Pero es que hace años... joder, aquí había a trisca. Los viejos cuentan de echarles angulas a las gallinas, para que comiesen. Era algo muy abundante". Ya casi no quedan.
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Pregunto a Antonio si no siente una punzada por eso. Culpabilidad, podríamos decir. Él me explica. "Nosotros sacamos unos cientos de gramos, cinco puñados, algunas noches ni una. El día que más llevé a casa fueron cuatro kilos, y aquellas ni las vendí, aproveché para repartir con toda la familia. Ya ves. Pero luego investigas y te enteras cómo pescan en alta mar. Barcos japoneses, sobre todo. Localizan las bolas de angulas que hay por el Atlántico y, pumba, todas para arriba. Entran toneladas. Compara tú...".
Angulas y anguilas
Angula es como se conoce al alevín de la anguila (anguilla anguilla), un pez con forma de serpiente que alcanza hasta el metro y al que tú podías ver en cualquier arroyo. Las anguilas, contaban abuelos, viven en los peores sitios. En el barro, en la suciedad... aguantan. Ya casi no quedan. Pues bien, esas anguilas pasan casi toda su vida en agua dulce, pero desovan por un sitio particular. El Mar de los Sargazos. Cinco mil kilómetros nadando, para hacernos idea. Vayan ustedes a saber la razón. El caso es que allí se reproducen, allí mueren, y desde allí retornan las casi invisibles angulas hasta riachuelos de Europa. Imaginen. Desde Cuba al río Nansa, para entendernos.
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Las anguilas, contaban abuelos, viven en los peores sitios. En el barro, en la suciedad...
Durante mucho tiempo se pensó que tenían memoria. Es decir, que volvían a corrientes donde vivió la madre. Hoy eso se ha demostrado como falso, pero el mito sigue tatuado en las creencias de todos. Quizá porque es, a su manera, romántico.
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Cuando las angulas alcanzan costas (corrientes, viaje ciclópeo, un océano salvaje) se ven atraídas por el agua dulce. Lo huelen. E intentan remontar desembocaduras, marismas, estuarios. Es ahí, justo entonces, donde hay que pescar la angula, porque en el momento que "prueba" río coge color a nieve y se pone más rígida. En el País Vasco las prefieren de esa forma, porque crujen al bocado. Acá, en Cantabria, todos intentan capturar angulas casi transparentes, pequeños hilos que culebrean por la superficie del agua.
Tres angulas hacen un gramo, más o menos. Echen sus cuentas para llevar raciones a casa. Manjar exquisito, de esos que los ricachones ponen en mesa solo para mostrar que pueden hacerlo. Se cocinan con ajo y una pequeña guindilla roja. Aceite de oliva, muy caliente. Delicioso, sabor a mar y noches de invierno. Antes, cuando había tantas, hasta en tortilla te las hacía tu abuela. Antes, cuando no eran trocitos de lujo que remontan los ríos.
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Cuentan que si hoy existe un nuevo mercado. Uno paradójico, quizá. Los chinos aprecian mucho este pez... pero en su forma adulta. Vamos, que se chiflan por anguilas. Engordan alevines y obtienen producto valioso. Negocio lucrativo... por cada kilo de angulas puedes obtener unos 1.200 de anguilas. Limpias y convenientemente tratadas tasan allá por 40 euros cada mil gramos. Calculen.
Se estima que es más rentable traficar angulas que hacerlo con farlopa. Como lo oyen. Así que, a veces, encuentras cincuenta kilos de angulas en el maletero de un coche. Sus bolsitas con agua, para que vivan. Pasó en la frontera entre Andorra y Francia, marzo de 2019. Dos años antes requisaron en el aeropuerto de Loiu 40 kilos con destino Asia. Solo en 2016 el Seprona incautó dos toneladas y media que iban al mismo sitio. Y así por toda Europa. Visto eso, la magnitud de lo que capturan con cedazo, horas de escarcha y mucho sudor toma cariz distinto...
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La noche que pasamos con Pedro no es la mejor. Luna, viento sur, agua transparente. "Ellas prefieren revuelta, porque así las llama el río. Entonces suben entre cañas y hierbas, protegiéndose. Nadan, más o menos, a un palmo de profundidad. Es allí donde debes meter el cedazo". Le miramos faenar, en silencio.
"No importa que hablemos, no es como otras pescas. La luz sí, la luz suele asustarlas. Por eso apago esa farola de ahí, ¿ves?... me han puesto un panel para poder hacerlo". Lleva frontal led, sirve para comprobar qué cogió en cada remada. Antes eso se hacía con petromán, y, antes aún, a candil. "Yo iba con lámpara y, dentro, vela", cuenta Gervasio, "cogías una vara de avellano, la clavabas en el suelo y con eso podías ver".
Pedro saca dos o tres angulas cuando hay suerte, las echa después en el cubo. En días buenos cada movimiento de esos puede arrojar quince o veinte peces. "Es mala noche, sí. Y además está todo lleno de bichos. Pulgas acuáticas. Son malísimas, porque matan a las angulas, les pican la cabeza y las dejan muertas. Mira, mira". Justo en la orilla las pulgas se arremolinan, como gotas verdes de mil patas nerviosas...
Solo cuarenta en toda Cantabria para cuatro ríos
Pedro sí es mariscador. Vamos, que él se dedica a esto, y tiene licencia. Varias, ¿eh?, porque debes especificar. El censo de percebe, el del erizo, centollo, muergos, angulas. De esto último, como dijimos, solo cuarenta en toda Cantabria para cuatro ríos. Cuencas famosas antaño, como Asón o Cubas, quedan vírgenes en estas épocas. Solo pueden pescar durante cuatro meses, noviembre a febrero.
Por cada mes, cinco días con descanso obligatorio. Para dar tregua, que puedan remontar ríos. Cuatro por cinco, veinte, si tienen en cuenta que febrero calza veintiocho días... "Yo salgo todas las noches. Aunque no venga propicia, nunca sabes. Siendo tan poco tiempo has de aprovechar".
Lleva seis años yendo a angulas. Para obtener una de las codiciadas licencias entras en sorteo. No, más bien... concurso oposición, porque vas acumulando puntaje. Según capturas, si no te han multado, etcétera. Todo un mundo.
Cuentan por ahí que hay poco furtivo, aunque a veces ves alguno. Si sale marea buena tienen todos teléfono móvil, y corre la voz.
Preparando este reportaje topé con alguna lucecita titilante a lo lejos, que se apagaba al notar mis pasos... Porque... las luces. Y los cedazos. ¿Cómo se pescan estas angulas? Pues igual que hace cien años, si quieren. Formato artesanal.
Aquí no hay barcos, ni nada de eso. Prohibidos (antes algunos cruzaban naves en cauces estrechos para represar y poder hacer capturas gordas). Así que brazo, paciencia y mucho cansancio. Llegar cuando ya anocheció, aprovechar horas en que la marea sube, porque esa corriente arrastra angulas, que remontan atraídas por cauces. Si anda el cielo arrumado, mejor. Si llueve un poco, mejor. Granizo nunca, el granizo las espanta. Agua muy fría tampoco es buena, si hay deshielo no trepan. Que baje turbia. Lo ideal... unos días corriente clara y que se revuelva todo de golpe. Esa primera madrugada es la buena.
Entonces vas al sitio. A veces seco, normalmente agua hasta las rodillas, según sube la marea te va mojando más. Un barreño sobre espacio seguro (nadie quiere ver cómo se caen), una redecilla que filtre. Y el cedazo. El cedazo es palo largo que tiene por el extremo un círculo de metal y malla. Con eso... remar. A contracorriente, para recoger los animales que remontan. Remas, sacas el cedazo, alumbras para ver cuántas angulas hay. Si es que hay alguna. Vacías en el barreño, vuelves a introducirlo en el agua (palmo de profundidad), remas, miras, vacías. Así durante las seis horas que hay entre bajamar y plea. Todas las noches. Ya no parecen tan caras, ¿eh?
Antonio llegó a coger tres perolas de leche alguna noche. Tres perolas hasta arriba de angulas
Aquí cada maestrillo... pues eso. Antonio explica que su último cedazo era mixto. Una de las partes recta, como si fuese queso a medio comer. Con eso podía arrastrar barrillo del fondo. "A veces se quedan allí, como dormidas. Pasa es que era mucho más duro, claro". Me cuenta también auténticas barbaridades, fruto de codicia y ceguera. "Alguno llegaba a meter la cultivadora en orillas. Para levantar el fango y cogerlas". Intento imaginar ese desastre. Légamo removido, todo tipo de bichos destripados.
Antonio niega, él tampoco alcanza a entenderlo. "Yo a esto he venido siempre, desde que era niño, con mi padre. Él llegó a coger tres perolas de leche alguna noche. Tres perolas hasta arriba de angulas. Imagina. Luego, de un día a otro... acabaron. A mí me encantan, el año pasado incluso compré, pero es que es imposible. Un capricho".
Los cedazos se los hace cada cual, porque aquí, nuevamente, todos tienen trucos. Normalmente dos metros y medio de mango, un metro para la boca.
Aluminio. Cojo el de Pedro, y pesa lo que un suspiro. Luego pienso en mover eso durante seis horas contra corriente. Duele la misma imagen. Pregunto. Qué es lo más raro que has sacado aquí. Me mira, sonríe, qué cosas tienen los de ciudad. "Pues no sé. De lo bueno, esquilas, que entran bastantes. Y luego ratas, muchas. Ratas de agua, hay cantidad". Un poco más tarde escuchamos chapoteos cerca, y se me llena la mente de rabos larguísimos y ojillos rojos.
"Esa es la nutria", dice él. "Vive por esta zona, no veas qué sustos nos da. Es listísima". La nutria. Mucho mejor, oiga. Pero... rarezas. Antonio envida. "Alguna vez saqué un gato muerto. Pero nada más. Monedas, latas, cosas así". Gervasio tiene una historia mejor. Echa una carcajada, nunca me lo había contado.
"Un tío. Lo más raro que pillé con el cedazo fue un cadáver. Como oyes, la pierna. No lo arrastré entero fuera del agua, claro, únicamente lo orillé, para que no siguiese hasta la mar. Luego fui donde la guardia y les dije que vinieran. Al parecer se había ahogado unos kilómetros más arriba". La hostia.
Pedro sigue faenando. Pregunto cuántas angulas está autorizado a coger. "No hay cupo de esto", dice. "Antes había uno recreativo, que llamaban, para quien no era mariscador. Doscientos cincuenta gramos cada noche. Pero no vayas a pensar que sale gran cosa. Las noches buenas de verdad igual entran cuatro, cinco kilos. Pero de esas hay dos cada año. Lo más normal es que contemos gramos". ¿Y luego? "Yo suelo llevar a la lonja de Bustio. Allí van a subasta. Este año pagan seiscientos o setecientos euros. Más IVA, ¿eh? Todo perfectamente legal y tasado. De hecho en los restaurantes las angulas tienen que tener su trazabilidad, porque de lo contrario la multa que les cae es gorda".
"Es duro, esto es muy duro. Te tiene que gustar. Da para vivir, pero es duro", confiesa Pedro
Lleva puesto chaleco reflectante con su número de licencia en la espalda. "Hay noches que te calzas un jersey, y otro, y otro, pero nada... llegas a casa temblando como un chiquillo". Cuenta, también que con mareas vivas, esas que llegan por octubre, a veces las puedes coger en los mismos prados, en bárcenas que inundan ocho o diez horas cada día. Como quien va a setas... Dejo que hable. "Es duro, esto es muy duro. Te tiene que gustar. Da para vivir, pero es duro. La época buena es Navidad, claro, ahí es cuando la gente se da más caprichos y alcanzan precio mayor. Pero es que además tiene su peligro. Yo he caído mil veces a la ría. Una noche caí mal, y anduvo jodida la cosa".
Cada vez que introduce el cedazo hay sonido de agua mansa que se rompe. También escuchas ramas de árboles, que se agitan desnudas por la surada. Imagen peculiar, hermosa, casi sacada de otro tiempo. Hombre solo. A su alrededor, penumbra. Y una pequeña luz. Dos, porque el reflejo riela en agua. Se mueve despacio, como si no quisiera despertar sirenas que viven allá, por acantilados. Orillas llenas de hojas color otoño, hojas que crujieron pero ahora forman un falso tapiz hecha de árbol y recuerdos. Las hay de roble, también castaños, hojas nervudas y casi redondas del avellano. Pedro sigue remando. A veces dos o tres pequeños milagros culebrean en el cedazo. Ahora no puedo verlo, pero sé que sonríe.