Dormir en una silla y comer las sobras a escondidas: la vida de los trabajadores de los hoteles de lujo
"El 90% de las compañeras nos medicamos. No cogemos ni los 30 minutos para comer, porque es trabajo que dejamos sin hacer", denuncian las camareras de piso de Tenerife.
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madrid,
"Estamos cansadas. Los responsables de los hoteles venden en las ferias un turismo de calidad que no existe. ¿Cómo pueden vender calidad cuando las camareras de piso dejamos las habitaciones a medio limpiar porque no tenemos tiempo para hacer bien nuestro trabajo?". Esta es la pregunta que más se repite en los chats de Kellys Unión Tenerife, una asociación de camareras de piso sin ánimo de lucro en las Islas Canarias. Los hoteles del archipiélago tienen al 40% de sus plantillas de baja, tanto por problemas físicos como por cuadros psicológicos. ¿Dónde queda el glamour que sugieren las moquetas rojas, los uniformes corporativos y los cócteles de colores?
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Los hoteles de cuatro estrellas cobran una media de 100 euros por habitación y noche, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE) del verano pasado. La nómina de una camarera de piso ronda los 1.250 euros mensuales –41,6 euros al día–. Las kellys hacen una media de 30 habitaciones diarias, por lo que ganan cerca de 1,38 euros por habitación. "¿Cuánto se quedan los empresarios? Las cuentas son fáciles: ganan 98,62 euros por habitación. Esto quiere decir que nos pagan una miseria", denuncian desde la plataforma.
La periodista y escritora Anna Pacheco cuestiona en su último libro, Estuve aquí y me acordé de nosotras (Cuadernos Anagrama), las dinámicas laborales del sector turístico en España. La obra se puede definir como un exhaustivo trabajo de campo con los testimonios del personal de tres hoteles de lujo de Barcelona. "Los territorios con mayor dependencia turística son los más empobrecidos. Este dato nos tiene que servir para romper con el relato hegemónico de que turismo es sinónimo de riqueza", apunta la autora en una conversación con este diario. Pacheco pone sobre la mesa un dato revelador: los trabajadores entrevistados nunca podrían alojarse con sus salarios en los lugares donde trabajan.
La precariedad no solo afecta al colectivo de las camareras de piso. Cristina –nombre ficticio– trabajó durante varios meses en el equipo de recepción y eventos de un conocido hotel cinco estrellas de Madrid. En sus instalaciones se hospedaron equipos de fútbol, ministros e incluso presidentes de otros países. "La gente cubría hasta cuatro eventos por día. Los trabajadores tenían que montar las salas, recogerlas y volver a montarlas para dar los desayunos del día siguiente. La jornada igual terminaba a las 4.00 de la mañana y empezaba al día siguiente sobre las 6.00. Lo que hacían muchos compañeros era dormir esas dos horas en una sala del hotel, encima de dos sillas", recuerda la joven.
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"El 90% de las compañeras nos medicamos y no siempre con receta"
Cristina denuncia que el director del hotel supervisaba "absolutamente todos los movimientos" del personal a través de las cámaras de seguridad. "Los trabajadores comíamos lo que sobraba de los eventos, pero siempre con el riesgo de que te pillasen los de arriba. Si salías en las cámaras, tenías un pie en la calle", continúa explicando a Público. Los camareros y las trabajadoras de mantenimiento, cocina o lavandería comparten anécdotas similares en el libro de Anna Pacheco.
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El 'glamour': del retrete a la cama
"El glamour del entorno se sostiene bajo unas condiciones de estrés bastante fuertes y desde una precariedad crónica. Ese turismo de calidad –término que se utiliza para distanciarlo del turismo de masas y del turismo de borrachera– parte de una propuesta clasista que busca demonizar a quienes tienen menos dinero", advierte la periodista. Los trabajadores tienen la norma no escrita de acceder a los hoteles por la puerta de atrás y rara vez tienen permitido pisar con ropa de calle las instalaciones. Las sonrisas y el buen humor son un valor añadido para ganarse la confianza –y las reviews– de los huéspedes.
La sobrecarga de trabajo, no obstante, dificulta en ocasiones los gestos afables. "Las jornadas son maratonianas, todos los días ocho horas corriendo sin parar. No cogemos ni los 30 minutos para comer, porque es trabajo que dejamos sin hacer. El 90% de las compañeras nos medicamos y no siempre con receta. Tenemos que tomar pastillas porque si no es imposible venir a trabajar. Las camareras somos como atletas de élite", describen desde Kellys Unión Tenerife. Las trabajadoras del sector cuentan que muchas veces –por falta de medios y tiempo– limpian con la misma bayeta los retretes, las duchas y las habitaciones.
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Marcos –nombre ficticio– trabajó durante unos meses en un hotel de cuatro estrellas de la Costa del Sol. "Empecé como camarero de sala y luego me pasaron a coctelería. No tenía conocimientos, pero daba igual. Llegué a hacer jornadas de diez y 12 horas, aunque muchas veces no se pagaban. La calidad del servicio que ofrecíamos no se correspondía con el precio que pagaban los clientes. Era todo fachada", reconoce. El dilema de las horas extra acapara buena parte de las reuniones sindicales en los hoteles de alta gama. La sombra de la duda todavía persiste en la mente de muchos empresarios, reticentes a pagar el tiempo de más que trabajan sus empleados.
¿Qué papel jugamos los turistas?
"Esto no se trata de un señalamiento al turista. No podemos distinguir entre turistas buenos y malos, porque es poco productivo en términos políticos. La cosa va de poner límites y cotos a un mercado hartamente desregulado, con implicaciones en los precios de la vivienda, la ecología, el consumo, el trabajo y el urbanismo", denuncia Anna Pacheco. Las fuentes consultadas por este diario confían en que el malestar de las comunidades altamente turistificadas pueda incentivar algún cambio, por "mínimo" que sea.
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"La calidad del servicio no se corresponde con el precio que pagan los clientes"
La periodista subraya en su libro que no es lo mismo trabajar en un entorno con una "altísima presión turística" que hacerlo en otro con menor incidencia; igual que tampoco es lo mismo trabajar en la costa que hacerlo en el interior, por no hablar de las personas que están en una situación administrativa irregular.
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"La situación de hastío es generalizada, pero en las islas y en el sur tenemos una corrupción bestial que afecta particularmente al sector hotelero. Los empresarios tendrían que saber que con empleados felices, todo les iría mucho mejor", reivindican desde Kellys Unión Tenerife.
El testimonio de los trabajadores del sector servicios supone un "golpe de realidad" para cualquier turista de este país y pone en evidencia un modelo cuando menos paradójico: con salarios de poco más de 1.200 euros, resulta prácticamente imposible disfrutar de unas vacaciones en cualquier complejo hotelero de cuatro o cinco estrellas. Las camareras de piso y el personal de eventos, cocina o restauración que han hablado con Público coinciden a la hora de definirse como "clase media", pero reconocen depender de una segunda fuente de ingresos para llegar a final de mes. La aspiración de casi toda la gente que trabaja en hoteles de calidad es, precisamente, dejar de trabajar en hoteles de calidad.