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Cristian Alarcón, víctima de terapias de conversión con inyección de testosterona: "Fuimos usados como cobayas"

Retrato de Cristian Alarcón. — Alejandra López

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madrid,

Cristian Alarcón es un escritor y periodista chileno-argentino, conocido por su labor en el periodismo de investigación y la narrativa literaria de no ficción. Su obra combina la crónica con la etnografía urbana y aborda temáticas relacionadas con los cuerpos y las violencias sistémicas a las que resisten, especialmente las disidencias y sujetos ubicados a los márgenes. A lo largo de su trayectoria ha sido varias veces galardonado, incluyendo Premio Alfaguara de Novela en 2022 por El Tercer Paraíso. Otros de sus libros son Cuando me muera quiero que me toquen cumbia (2003) y Si me querés, quereme transa (2010).

Además de su trabajo como escritor, Alarcón es el fundador de la Revista Anfibia y Cosecha Roja, dos proyectos que también reflejan su inclinación por el periodismo. En los últimos años, ha experimentado con nuevas formas de contar historias, como la performance periodística, y ha creado el Laboratorio de Periodismo Performático, que busca integrar la investigación con las artes visuales, la música y la danza.

Una de sus obras más recientes es Testosterona (2024), una performance autobiográfica dirigida por Lorena Vega, donde Alarcón explora el impacto de las inyecciones hormonales a las que fue sometido en su niñez, en un intento de "masculinizarlo". La obra, que combina teatro, videoarte, danza y autoficción, cuestiona los estereotipos de género y revela la violencia de las terapias de conversión, enmarcadas en la historia política y social de Argentina.

Lo último en lo que está trabajando es en la recolección de testimonios de víctimas de terapias de conversión sexual en la ciudad de Rosario, un paso más en su compromiso con las historias de violencia y resistencia de las disidencias sexuales​. En esta entrevista con Público, reflexiona sobre algunos de sus aprendizajes vitales y el panorama mundial actual.

¿Cómo se define Cristian Alarcón?

Me considero, en este momento, en una transición del periodista al artista. Mi pertenencia es con la literatura, pero las experimentaciones que vengo haciendo últimamente se construyen desde el periodismo. De ahí la posibilidad de crear lo que llamamos un laboratorio de periodismo performativo. Es decir, indagar e investigar, hacer entrevistas; no para producir un texto, sino una performance.

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¿Cuál ha sido su motivación para visibilizar el tema de las terapias de conversión en un contexto donde, además, parece que en algunos lugares persisten estas prácticas tan nocivas?

Yo, hasta hace poco, no era consciente de la extensión transnacional de esta práctica. Ahora, conozco que se inició en Europa, a comienzos del siglo XX, inmediatamente después de ser sintetizada la testosterona. A lo largo de la investigación, comprobamos que la inyección de esta hormona como proceso en las terapias de conversión se volvió una práctica muy intensiva durante la Segunda Guerra Mundial, en los campos de concentración alemanes. Se dio, sobre todo, al sur de Berlín, donde un médico endocrinólogo de Dinamarca –contratado por Heinrich Himmler, el jefe de la organización criminal Schutzstaffel (las SS)–, se la inoculaba a los presos homosexuales para producir supuestas conversiones a la heterosexualidad con la excusa de que Alemania necesitaba más hombres para la guerra. Más adelante, se extendió al resto de Europa y a los Estados Unidos.

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Cristian Alarcón: "Es muy difícil recordar un trauma infantil tan potente, tan impactante como este tratamiento que te deshumaniza"

Mi caso particular ocurrió entre 1977 y 1979, en la Patagonia Argentina; pero, a lo largo de los meses que llevamos haciendo la performance, han ido apareciendo espontáneamente nuevos. El primero, un joven argentino de un poco más de 30 años que fue inyectado (de testosterona) en una provincia del norte, también durante dos años, cuando tenía 13. Luego, en España, me contactó un médico colombiano –que vive en Barcelona–, que fue inyectado en la ciudad de Pereira, también cuando era un puber. Ahora, estoy tratando de convencer a un influencer que es relativamente conocido para que me dé una entrevista. Hace no mucho, me contó su experiencia en España cuando también era un niño (ahora es una persona de 36 años). Es decir, estamos hablando de cosas que ocurrieron no hace tanto.

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¿Cómo cree que las experiencias de quienes han sufrido terapias de conversión pueden ayudar a generar cambios y avances hacia la eliminación de la violencia contra las personas LGTBI+? ¿En qué medida cree que cuesta reconocerse como víctima de estas prácticas?

Es muy difícil recordar y superar un trauma infantil tan potente, tan impactante como este tratamiento que te deshumaniza. A mí me costó más de cuatro décadas y diría que 30 años de psicoanálisis. Ya sabes que en Argentina somos adeptos a la terapia psicoanalítica. Luego, además, hubo otros modos e intentos de autoconocimiento como, por ejemplo, la publicación del libro Las Anfibias, integrado por 15 textos de autores y autoras latinoamericanos, donde contaban historias del cuerpo, y al que yo tenía que hacer el prólogo.

Después de leer esas 15 historias, que paradojalmente son historias de dolor, me vino un ramalazo de recuerdos de los pinchazos. A partir de esos recuerdos, escribí un poema que salió publicado en ese mismo libro y que estuvo presente también en la novela El tercer paraíso, que es la que ganó el Premio Alfaguara. A su vez, y después de todo, tuve la valentía de aventurarme a crear la performance junto con Lorena Vega, una gran este actriz y directora. El proceso de documentación terminó siendo una investigación sobre mí mismo y el recuerdo lo transformé en arte. 

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¿Cuál es el impacto psicológico y social que ha visto en las personas que han sido víctimas de estas "terapias"?  Creo que, en este caso, es especialmente verdadera la idea de que el trauma habla a través de la piel...

Yo olvidé todo lo que ocurrió en esos dos años, y eso que tengo una memoria extraordinaria desde los tres años y medio. Recuerdo perfectamente cuando nos exiliamos de la dictadura de Augusto Pinochet, la despedida de la familia en ese pequeño pueblo del sur de Chile, el hotel en el que nos quedamos en San Carlos de Bariloche, el color de las cubre camas –que fue la única ropa de nuestra casa que transportamos–, recuerdo los muebles, el lugar al que llegamos a vivir, mi bicicleta, el patio en el que jugaba el jardín... Sin embargo, a partir de la primera inyección, se produce un blanco que va hasta los ocho años.

Lo que pasa es que, paradójicamente, también me pregunto si acaso la testosterona no me blindó de algo. Todas las personas que consumen testosterona voluntariamente para, por ejemplo, transicionar hacia trans varones o personas no binarias, habitualmente dicen que el síntoma principal es una especie de enfriamiento, de endurecimiento del carácter, de una enorme dificultad para llorar. Me pregunto si yo lloré durante esos dos años, en un contexto que era objetivamente muy difícil. Estamos hablando de que se nos vino encima la dictadura argentina después de la chilena, mi madre estaba profundamente deprimida por el efecto del exilio, mi padre tenía que trabajar una cantidad excesiva de horas, yo estaba a cargo de mi hermano menor y habíamos cambiado de condiciones de vida de estar en una posición muy acomodados a una situación mucho peor. De modo que me pregunto si no hubo un efecto paradójico: si, de alguna manera, la testosterona me sirvió de coraza.

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Por otro lado, aunque yo, afortunadamente, no pasé por una aceleración en la pubertad, hay muchos casos en los que se producen un montón de efectos secundarios, como el crecimiento de los órganos sexuales, la salida de bellosidad muy prematura y muy agresiva, el crecimiento muscular y el híper-desarrollo óseo. Lo que pasa es que a largo plazo es imposible detectar físicamente cuáles fueron esos efectos. 

Más allá de eso, creo que también tiene efectos en una dimensión psicológica, condiciona de algún modo la subjetividad. Pienso que hay algo que vincula la objetualización a la que fuimos sometidos y nuestra victimización. Al fin y al cabo, fuimos usados como cobayas para experimentar con nosotros. Cuesta mucho desarmar ese tratamiento deshumanizante. Es uno de los grandes temas para la comunidad gay.

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Habla de la influencia de la testosterona en el proceso de subjetivación de las personas gays. ¿Qué papel juega la masculinidad en todo esto?

El consumo problemático de sustancias que implican una sexualidad objetualizante del sujeto lleva años encima de la mesa. De alguna manera, se utilizan como una forma de vehiculización urgente del deseo sexual, a través de prácticas a veces individuales y otras colectivas que son difíciles de controlar. Pero esto no es exclusivo de la comunidad gay. La emergencia del consumo pornográfico a través de las pantallas o los efectos que las aplicaciones de citas nos han llevado de modo masivo a la desubjetivación y a la objetivización.

Quizás eso hace que el tema de la testosterona adquiera una actualidad sorprendente, a pesar de haber sido una práctica supuestamente que fue abandonada por la comunidad médica después de 1990, cuando la Organización Mundial de la Salud dejó de tener a la homosexualidad en su lista de enfermedades. En este sentido, no querría dejar de mencionar lo difícil que resulta encontrar profesionales de la salud que reconozcan que ellos recetaron o que conocieron incluso a maestros que medicaron con testosterona a personas durante tratamientos de la conversión, porque es vergonzante.

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Aunque usted es de origen chileno, ahora trabaja desde Rosario. ¿Cómo afectan a las personas LGTBI+ la llegada de los discursos de la ultraderecha como Javier Milei? ¿Se ha retrocedido?

Cuando comenzamos la investigación para la performance Testosterona, no imaginamos que la obra iba a ser estrenada en Buenos Aires, con Javier Milei como presidente. No podíamos tampoco prever que se iba a tratar de un presidente que utiliza un lenguaje homofóbico, agresivo y violento contra las comunidades LGTBI+. Se trata de un presidente que promete a sus enemigos que les romperá el culo, que les dejará el culo como un mandril, que tiene una particular obsesión con el ano. Es la forma más literal de expresar la homofobia, el patriarcado y la violencia machista.

Cristian Alarcón: "Javier Milei tiene obsesión con el ano"

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También es cierto que en las canchas de fútbol tan concurridas en Argentina, en los lugares de masculinidades exacerbadas, ese lenguaje relacionado con lo anal también está presente. Está presente desde siempre en la historia si nos remontamos a los griegos o a los romanos, y atraviesa toda la historia occidental. Es fácil encontrar distintos momentos en los que se utilizó la figura de la violación anal masculina como un modo de insulto. 

Volviendo a la actualidad, te diría que lo que percibo son dos cosas: por un lado, en lo que respecta a derechos concretos, todavía no se han podido tocar porque  son leyes que por una cuestión de tiempo aún no se han podido reformar. Pero, por otra parte, sí existe una especie de llamado a los varones más conservadores a expresar con total naturalidad esa narrativa homofóbica, machista y misógina, lo cual genera un caldo de cultivo perfecto para ejercer violencia contra las minorías sexuales o para quienes no entran en la categoría binarias del género. Abre la puerta a la posibilidad de que se manifieste ese monstruo social que tiene como impronta la idea de la eliminación del otro y de cualquier cosa que no sea considerada normal.

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¿Cómo podemos contrarrestar estas narrativas desde una postura que defienda los derechos humanos?

Las disidencias estamos, más que nunca, convocadas a hacer alianzas con las mujeres. Me parece que en esa alianza entre los feminismos y las personas LGTBI+ hay una salida posible. También es necesario generar conciencia respecto a los modos de comunicar nuestras ideas, con el fin de acercarnos a otros sectores de la sociedad que no necesariamente sienten simpatía. Es decir, establecer modos de gestión del diálogo que nos lleven a unas conversaciones más horizontales, sortear nuestros propios guetos.

Comentábamos antes la iniciativa que había colgado en Instagram, con la que aspira a encontrar nuevas víctimas de las inyecciones de testosterona. ¿Cuál es el proyecto que van a elaborar a partir de ahí?

Nosotros tenemos un gran aliado en Diario El Ciudadano, que es uno de los dos grandes periódicos de la ciudad de Rosario, una metrópolis muy importante, cuna de grandes artistas argentinos. Este medio es una cooperativa de periodistas, un periódico que fue propiedad de una gran empresa y que, en lugar de cerrar, se convirtió en un medio de los trabajadores. Junto a ellos, hemos armado un pequeño equipo de investigación y con la información que recabemos vamos a hacer una publicación. La performance de Testosterona es, entonces, una investigación en proceso. Eso es también lo que tiene de maravilloso, su reconfiguración constante, cada función es distinta a la anterior. Nuestro objetivo es visibilizar y entender qué pasó. Desgranar todos los casos que seamos capaces.

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¿Vendrán a representar la obra a España?

Añoro viajar allí. España es una sociedad con la que me encantaría conversar de tú a tú sobre estos temas. Sería bastante enriquecedor.

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