Este artículo se publicó hace 4 años.
Corrida toros en Fuensalida: un asesinato múltiple sin distancia social
La localidad toledada celebra una novillada del certámen ‘Promesas de Nuestra Tierra’, con el cartel de ‘No Hay billetes’ para el aforo permitido para el festejo, el mismo día en que el Ejecutivo de Castilla-La Mancha anuncia el mantenimiento de las medidas de restricción locales por los altos niveles de incidencia del coronavirus en el pueblo.
Fuensalida (Toledo)-
En un lugar de Castilla de cuyo nombre no me gustaría acordarme (pero lo hago, pues estoy aquí trabajando) había un pueblo con una incidencia de casos de coronavirus realmente notable.
Esa localidad, a cuarenta y cinco minutos en coche de Madrid y veinte de Toledo capital, es Fuensalida. Este pequeño pueblo de escasamente once mil habitantes, sufrió un grave revés en materia de salud pública cuando la Consejería de Sanidad, a través de la Delegación Provincial de Toledo, decidió decretar una serie de medidas especiales el día 26 de agosto por tener una tasa de contagios de 404,6 casos por cada 100.000 habitantes.
Dada esta situación, se impusieron restricciones relacionadas con el ocio, como aforos más reducidos en las terrazas de los locales de restauración o el cierre provisional de parques y jardines.
Pues bien, después de que se impusieran estas medidas, Fuensalida tuvo, durante las semanas epidemiológicas 36 y 37, la friolera de 46 nuevos casos confirmados de coronavirus entre sus habitantes. Como parece que la situación sigue sin mejorar, el domingo 20 de septiembre la consejería informó que las medidas especiales de restricción se ampliarían durante otros quince días en busca de que tuviesen algún tipo de efecto.
Esto que os cuento parece no tener ningún interés general mayor, pues en muchos puntos de España están viviendo esta lamentable situación. El problema ( o, más bien, la ironía) viene porque el domingo 20 de septiembre, el mismo día, como digo, en el que se publicó que la situación en Fuensalida no hacía más que empeorar, había una corrida de toros programada y organizada por CMMedia y una entidad privada de Albacete. Corrida que, como os podréis imaginar, no cancelaron cuando se hicieron públicos los datos de salud pública.
Extrañado por el hecho de que no se suspendiera la corrida después de que se confirmara que el pueblo sigue teniendo una situación vírica lamentable – que sí, que es legal, pero es que a veces hay que tirar de dignidad política y de buen saber –, decidí acercarme hasta la plaza de toros de Fuensalida para realizar una crónica in situ de lo que pasase durante aquella tarde. Y la historia que os traigo es de todo menos decepcionante.
A pesar de que la corrida de toros empezaba a las seis de la tarde, empecé a rondar los alrededores de la plaza a eso de las cinco. La corrida era un acto relativamente importante dentro del inframundo taurino, pues era la final de la convocatoria de las jóvenes promesas de Castilla – La Mancha.
Una de las cosas que más me sorprendieron al llegar, fue ver que la plaza de toros estaba a pocos metros de uno de los tanatorios de la localidad (el tanatorio de El Cristo). Aquella imagen me parecía surrealista: a pocos metros del lugar donde se estaba realizando el velatorio de una persona fallecida (pues sí, de parte domingo había gente en su interior, aunque no sé si el fallecimiento es culpa de la covid), se iba a celebrar una fiesta. Una fiesta de dolor, de muerte, de sangre y de maltrato animal, pero según los taurinos, una fiesta al fin y al cabo.
Quién sabe. Quizá ese acto multitudinario pueda provocar que alguien acabe en las mesas esterilizadas del interior de El Cristo. A las cinco y cuarto de la tarde, los primeros asistentes empezaron a llegar para disfrutar de la grandiosísima fiesta nacional. Localicé a tres personas mayores que, sentadas en un banco frente a la puerta, esperaban para entrar al interior de la plaza, por lo que me acerqué a ellos y les pedí permiso para hacerles unas preguntas: "Sí, sí, claro", me respondieron. "Pero a ver qué nos vas a preguntar". Empezábamos mal.
"Pues a ver, a mí me parece muy bien que se haga la corrida", me respondió uno de ellos, un señor de unos sesenta años que vestía una camisa de cuadros, "yo soy taurino de toda la vida y ya tenía ganas de que volviese la fiesta nacional".
"Yo no te voy a responder", me dijo el caballero que se sentaba a su izquierda, "conozco Público y sé cómo tratáis la tauromaquia. No me fío de tus preguntas. Además, mira cómo vas vestido".
Aquello ya hizo que perdiera mi impasibilidad, por lo que, bajo la mascarilla, esbocé una sonrisa maligna. A aquel dandy de impecable elegancia castiza (zapatos castellanos, camisa y jersey azul al cuello) no le gustaba mi camisa blanca por fuera y mis botas militares altas. Ey, pero luego no digas que los taurinos son unos clasistas, porque los clasistas somos nosotros por pensar que ellos son unos clasistas (cuánto clasismo en mis palabras, por Dios).
Después de aquello, deduje que no estaba en el lugar adecuado. A los aficionados a la tauromaquia les gusta la prensa, pero solo algunos tipos de prensa. En el momento en el que se los cuestiona, se los pone contra las cuerdas y se entra a valorar sobre si lo que hacen está bien o está mal, ya no quieren tantas portadas.
Porque mi trabajo como periodista no mola, pero el que hace CMM, sí. CMMedia, entidad pública, es quien ha organizado la corrida de toros para poder retransmitirla ellos en su canal de televisión, quedándose con los derechos exclusivos del evento. A los taurinos les gusta que los medios de comunicación les suelten pasta. Un poquito de pasta pública nunca viene mal, ¿verdad?
Tras (intentar) entrevistar a aquel grupo de señores, decidí alejarme de la puerta para obtener, con mayor perspectiva, una visión de la calle. Desde el inicio de la vía en la que estaba la plaza de toros (cortada al tráfico, por cierto), vi acercarse, en grupos de más de quince personas, diferentes hordas de honrados taurinos vestidos con sus mejores galas (con esto del covid, los pobres tenían las almohadillas cogiendo polvo). Se acercaban seguros de sí mismos, felices, luciendo mascarillas de todo tipo (pero todas con banderas de España bordadas, que estamos en la fiesta nacional y el patriotismo no solo se demuestra en las urnas)– y dispuestos a pasar una gran tarde entre amigos.
Entre amigos muy cercanos, quiero suponer, pues esperando en la cola para entrar al evento no había ni un palmo de distancia social entre los asistentes. Muchos de los allí presentes se abrazaban y besaban sin ningún tipo de remordimiento (que sí, que seguro que eran convivientes todos, pero es que soy muy mal pensado). Una imagen bastante curiosa y dantesca, pues mientras que desde el mundo de la cultura (me refiero a la cultura de verdad, ya sabéis) intentan reivindicar que sus eventos y actos son seguros, los taurinos confían en la pureza y en la valentía. Pero de valientes está lleno el cementerio (también hay algún que otro torero…).
Algo muy curioso pasó cuando me puse a tirar fotos desde la entrada, hasta entonces, abarrotada de gente: un miembro de Protección Civil, el cuerpo de voluntarios de la localidad que intenta velar por la salud pública y por la seguridad en estas fiestas, se percató de mi presencia: "A ver, por favor", empezó a gritar a los asistentes, "mantengan la distancia, que tenemos aquí a la prensa". Me eché a reír y se dieron cuenta de ello. La salud publica está bien, por supuesto, pero es más importante guardar las formas ante la prensa.
Cuando se vaya el cronista este pesado de Público, pues ya nos volvemos a arrejuntar todos, copón. Que el virus se mata con una buena copa de Soberano. Además de rondar por la puerta generando distancia social con mi áurea de periodista, tuve la oportunidad de hablar con Manuel Amador, el director de Toros Paltoreo, la empresa que coorganizaba la corrida de toros junto a CMMedia: "No te sabría decir de memoria cuánto porcentaje del evento está pagado con dinero público", empezó a contarme. "Quizá la tauromaquia no sea la mejor inversión habiendo una pandemia, lo sé, pero hay muchas cosas que se hacen mal […]. Desde el mundo del toreo, y yo en particular, agradecemos mucho a Page que apueste por los toros en estos momentos, por supuesto".
Después de charlar coloquialmente con el señor Manuel Amador, continué mi conversación sobre Emiliano García Page, el presidente de la Junta de Castilla-La Mancha, con otro asistente a la corrida: "Pues yo creo que esto es una estrategia política. Page quiere llevarse el voto taurino, tanto de los aficionados como de quienes se dedican a este mundo, para que no vaya a parar a VOX. Además, a él, personalmente, le gustan mucho los toros".
A las seis, muy puntuales, fueron cerrando las puertas para empezar la corrida. A pesar de que no tenía autorización para entrar a ver el panorama (y mucho menos para hacer fotos), pude ver, antes de que cerraran, a gente sentada sin distancia de seguridad, fumando y bebiendo alcohol. Nada nuevo durante aquella tarde, vaya.
Ante el panorama en el interior de la monumental de Fuensalida, me acerqué a preguntarle a un miembro de la organización, a ver si el chaval me aclaraba lo que acababa de ver: "No, no, si distancia sí que hay, lo que pasa es que algunos son muy gordos y acaban juntándose".
No me lo creía. No me creía que un miembro de la organización del evento que, en teoría, tiene que velar para que se cumplan las distancias de seguridad, me estuviera vacilando de esa forma. Porque, sinceramente, o me estaba vacilando, o aquel tipo rompía con ganas todos los límites de la estupidez humana conocida.
Después del cierre de puertas, me quedé rondando por la plaza, escuchado los vítores y las celebraciones de los asistentes, quienes, para su regocijo, alimentaban su macabro ego según iban asesinando, uno a uno, a los pobres astados.
Tras cada brutal tortura y muerte, desde mi posición en el exterior de la plaza, podía ver como un tractor verde arrastraba el cadáver de la criatura desde los toriles hasta el matadero, donde los despellejaban y cortaban. El arrastre se hacía bordeando la plaza por la vía pública: un espectáculo genial para todos los viandantes que no tenían nada que ver con la corrida.
Por fin, a las nueve menos veinticinco de la noche, CMMedia cortaba su transmisión y finalizaba el encuentro taurino. Y la salida, como podréis imaginar, fue igual que la entrada (o un poco peor, me atrevería a decir): una auténtica pelotera de gente que se abrazaba y besaba.
¿Y los policías? Pues los policías no hacían nada. Mientras que al inicio del evento sí que se preocuparon (al menos, delante de la prensa) de que los 440 asistentes (según fuentes oficiales del ayuntamiento) no se apelotonaran en la puerta, a la salida se despreocuparon por completo y dejaron que cada uno hiciese lo que quisiera. Total. Para lo que nos queda en el convento.
Después de que los nobilísimos aficionados abandonasen los alrededores de la plaza, me fui yo también. Me fui desanimado. Incluso triste, me atrevería a decir.
Porque en la nueva era de la normalidad hay espacio para el asesinato, la sangre y las vísceras (financiadas con dinero público), pero no para el arte. La música seguirá teniendo la maldita lupa mediática hasta que todo esto acabe, pero la tauromaquia no. Porque el ocio nocturno controlado y la música en directo provoca contagios, cosa que, por supuestísimo, no pasa en las corridas de toros.
O sí. Quizá sí que pasa. Quizá, desde la Junta de Castilla–La Mancha y la organización, saben de sobra que, además de la carnicería taurina, han podido montar una auténtica escabechina vírica en la entrada. Quizá lo saben mejor que tú y que yo, pero les da igual. Quizá prefieran un buen saco de votos taurinos antes que defender la salud pública.
En la España de la nueva normalidad hay espacio para los estoques y las banderillas, pero no para los bajos y las guitarras.
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