August Gil Matamala, toga catalanista y obrera
El Tomás Biedma de Vázquez Montalbán
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Pausado, serio, tanto que podría prejuzgársele antipático, embelesa la forma sencilla, a veces tierna, en la que desnuda una vida de demasiadas dificultades, mucha pelea y aun más trabajo. Dice que hoy hace vida de jubilado. Y cuesta imaginarle en las tareas propias de esa condición cuando se han traspasado los 80 con la lucidez que revela la narración del abogado. Ni mus, ni obras, ni chatos. August Gil Matamala (Barcelona, 1934) reparte los días entre sus causas nobles y la tarea titánica de ordenar un archivo profesional de más de medio siglo de ejercicio.
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Gil Matamala, modesto, atribuye aquello a Manuel Sacristán “que supo convertir un grupo de amigos con preocupaciones culturales, filosóficas, religiosas, en una organización comunista. Él fue quien nos organizó y nos impuso una disciplina teórica y práctica”. Entre ese grupo de amigos se incluyen otros ilustres como Jordi Solé Tura –“éramos inseparables, aunque luego él sufriera transformaciones que crearon una cierta distancia”, reconoce- Joaquim Jordà, Octavi Pellissa, los hermanos Goytisolo o Salvador Giner, “catedrático emérito, una eminencia en el campo de la sociología en España, que luego fue cuñado mío”.
El Tomás Biedma de Vázquez Montalbán
Con la llegada de los años 60, tras cumplir con el servicio militar, Gil Matamala llevó sus ideas al tajo, a la defensa de causas políticas y sindicales, en especial las de unas comisiones obreras en ebullición, de tal forma que el Tribunal de Orden Público se convirtió en su segunda casa. Dice que no era el único, “ni mucho menos”, pero el trabajo duro convirtió a Gil Matamala en uno de los abogados laboralistas más prestigiosos de Barcelona; el que inspiró a uno de los personajes de la novela La soledad del manager de Manuel Vázquez Montalbán. Él vuelve a restarle importancia con el argumento de que también defendió al padre de Pepe Carvalho cuando fue encarcelado en Lleida por su apoyo a las huelgas mineras del 62.
Y aún tenía energía y tiempo para la política el jurista, que sin embargo no tardó en decepcionarse con el PSUC. “Me nombraron responsable de sector de intelectuales y profesionales. Era un militante muy disciplinado; seguidor fiel, durante un tiempo, de las directrices que llegaban de la dirección en Francia. Pero, a medida que fui acercándome al punto en el que se debatía la política del partido, me fui encontrado más incómodo con ciertas actitudes y maneras de proceder”.
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Las discrepancias se hicieron insalvables durante la crisis Semprún-Claudín con la dirección del partido. Y, sobre todo, con la deriva reformista de Santiago Carrillo en los años previos a la Transición. “Es una etapa que enlaza con el Mayo del 68 francés que nos llevó a mucha gente a posiciones mucho más a la izquierda; no sólo desde el punto de vista ideológico sino práctico. Al llegar el cambio político y la Transición nos sentimos completamente fuera de sitio, descolgados de lo que estaba pasando”.
Independentista por obligación
En esa ruptura incluye también el abogado su devenir independentista. “La autodeterminación de las naciones, en concreto la de Catalunya, fue durante mucho tiempo un principio que no discutía nadie en la izquierda. ¡Ni siquiera el PSOE hasta hace poco tiempo! Creíamos que la revolución socialista a la que se aspiraba pondría las cosas en su sitio y que el principio de autodeterminación se resolvería con un referéndum que decidiría si independencia, si confederación, si dentro o si fuera. Era poco debatido como aceptado”.
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Y endurece el tono Gil Matamala cuando recuerda entre las esencias de tal afirmación la sentencia del Tribunal Constitucional de 2006. “Un estatuto que se aprueba en el Parlamento, que se aprueba en las Cortes españolas, que obtiene la mayoría en un referéndum, que es refrendado por el Rey… aparece un tribunal constituido por personajes que estaban dimitidos, un tribunal descalificado y deslegitimado, y se permite tumbarlo. Es un punto clave para entender lo que ha pasado en Catalunya en los últimos años”.
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