Este artículo se publicó hace 3 años.
Más de 500 personas migrantes, a la deriva en el Mediterráneo ante la pasividad de la Unión Europea
Misma situación, pero diferente año. El verano devuelve de nuevo la imagen de barcos con migrantes a bordo varados en el mar. Las ONG denuncian que Europa "lleva demasiado tiempo negando sus obligaciones legales y morales" en materia migratoria.
María G. Zornoza
Bruselas-Actualizado a
Hace poco más de tres años, la noticia de que España daba la autorización al buque Aquarius para desembarcar en Valencia a sus 630 personas a bordo daba la vuelta al mundo. Se ponía así a ocho días de travesía y angustia en el Mediterráneo Central. Pero situaciones de este tipo, que han perdido atractivo mediático absorbidas por la vorágine de la pandemia, continúan produciéndose a las puertas de Europa.
El Ocean Viking suma hoy su quinto día a la deriva sin que ningún país le permite dejar en tierra a sus 553 rescatados. Es el patrón que se repite en Europa durante los últimos cinco años. La política europea desde el 2015 en las aguas del Mediterráneo es la ausencia de política. El bloque comunitario, incapaz de consensuar una postura común e intimidado por los discursos ultraconservadores, ha metido esta asignatura pendiente en el cajón de sastre.
La improvisación, los parches y las soluciones ad-hoc son la normalidad imperante en las fronteras marítimas de la UE de los últimos años. La ONG SOS Mediterree, responsable del Ocean Viking, lleva días pidiendo a las autoridades marítimas que le asignen un puerto seguro y a los países de la UE que establezcan un mecanismo de reparto para el medio millar de personas a bordo.
El Derecho Marítimo Internacional exige un desembarco rápido y seguro de las personas rescatadas en el mar. El Ocean Viking ha enviado seis solicitudes desde el domingo. Ninguna ha tenido respuesta. Las buenas noticias llegan desde sus compañeros del Sea Watch, que se dirigen hacia el puerto en Trapani en Sicilia para desembarcar a sus 257 rescatados, tras varios días bloqueados cerca del país transalpino.
Hace seis años, cuando el Viejo Continente enfrentó el mayor flujo migratorio en sus fronteras, la Comisión Europea y Alemania lideraron la iniciativa para distribuir a los solicitantes de asilo por los 27 Estados miembros atendiendo a parámetros proporcionales. Fue el principio del fin de la política europea migratoria. Países como Hungría no solo se negaron, sino que lo utilizaron para desacreditar a Bruselas y para acelerar su campaña anti-inmigración.
Entre las personas a bordo se encuentran 119 menores, 4 mujeres embarazadas y un bebé de tres años. El calor asfixiante en uno de los veranos más calurosos en el sur de Europa junto al cansancio y a la incertidumbre comienzan a hacer mella. Desde el Ocean Viking, sus tripulantes describen a Público una situación que se está volviendo "insostenible". Las heridas se están infectando, los menores han perdido el apetito y el mar comienza a ponerse bravo.
Los primeros desmayos, vómitos y deshidrataciones ya se han producido. "Las condiciones médicas de los supervivientes empeora por momentos: aumentan las heridas, el malestar general, la debilidad y los dolores de cabeza", denuncia la ONG a través de Twitter.
"Hacer esperar a personas que se acaban de librar por poco de la muerte es poner su salud física y mental en riesgo", condena a través de un comunicado de prensa Luisa Albera, coordinadora a bordo del Ocean Viking, que advierte de los persistentes traumas psicológicos que pueden sucederse.
Un escritor yemení de 31 años narra cómo les golpearon con armas "más grandes que un brazo"
Algunas de las personas a bordo acumulaban tres días en alta mar antes de ser rescatados. No solo huían de Libia, el país que dejaban atrás, también lo hacían de sus guardacostas. Un escritor yemení de 31 años narra cómo les golpearon con armas "más grandes que un brazo" antes de conseguir escapar y quedarse sin agua y sin combustible en medio del mar, hasta que fueron avistados por la ONG. Y con todo, Zidane es un privilegiado. Buena parte de las personas que intentan escapar del Estado fallido en el que se ha convertido Libia desde 2011, acaba de regreso en el país tras ser interceptadas por sus guardacostas, entrenados y pagados con dinero europeo. Este cuerpo ha sido sistemáticamente denunciado por sus abusos de derechos humanos.
La devolución de personas a Libia, donde se han documentado prácticas como la compra-venta de migrantes, también es motivo de denuncia por parte de las organizaciones de derechos humanos. "Como testigo directo, hemos visto que los países europeos llevan demasiado tiempo negando sus obligaciones legales y morales. No podemos seguir dejando a Italia sola. Es una vergüenza para Europa y para nuestros valores humanitarios dejar a la gente vulnerables sufriendo de esta forma", señala a este periódico el equipo de Sos Mediterranee.
Los muros ya no son tabú
Las ONG en el Mediterráneo llevan meses pidiendo a Europa que establezca un sistema eficaz de búsqueda y rescate en el mar para salvar vidas humanas. La UE adopta la línea dura: los muros ya no son tabú. No hace tantos años desde que los líderes europeos recelaban y criticaban abiertamente las intenciones de Donald Trump de construir un muro en su frontera con México para evitar que los migrantes centroamericanos cruzasen a su país.
En paralelo, países del club comunitario como Hungría o Croacia levantaban los suyos propios para frenar el tránsito de refugiados en la ruta de los Balcanes Occidentales. Pero no ha sido hasta esta semana cuando un miembro de la Comisión Europea ha abierto el camino a la construcción de vallas fronterizas en suelo europeo.
De visita a Lituania, la sociademócrata sueca Ylva Johansson, responsable de Interior, aseguró que sería necesaria una barrera física en la frontera que Lituania comparte con Bielorrusia. Se trata de un cambio de tono que confirma la tendencia de mano hierro que se está asentando en Europa con la gestión migratoria. A día de hoy, la UE no ha financiado ninguna valla o muro fronterizo, algo que podría cambiar con la situación en Vilna.
Alexander Lukashenko, el conocido como último dictador de Europa, conoce las debilidades europeas. Erdogan en Turquía o Mohammed VI en Marruecos ya habían abierto el camino: la mejor manera de "castigar" a los europeos es azuzando los fantasmas migratorios y enviar a solicitantes de asilo a sus puertas. El turco abrió el año pasado la puerta de las islas griegas a miles de refugiados sirios; el monarca alauí empujó poco después a sus ciudadanos a Ceuta. Y ahora el bielorruso los ha lanzado a las puertas de Lituania. El mensaje de Bruselas siempre ha sido que no permitirá que se le chantajee con la instrumentalización de las personas migrantes.
Mientras Europa continúa paralizada, a los problemas anteriores se suman otros nuevos. La guerra en Afganistán se está recrudeciendo con una campaña de atentados por parte de los talibanes, que coincide con la retirada de las tropas occidentales del país tras varias décadas. Los primeros desplazamientos masivos de una población que huye del conflicto y de la miseria ya se están produciendo. Una nueva ola migratoria pillaría a Europa con los deberes sin hacer, pero con la meta de basar su política migratoria del futuro en fortalecer las fronteras externas y disuadir a las personas de alcanzar el Viejo Continente.
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