“La mayor justificación para mantenerlo (el horario de verano) parece ser el incremento de tiempo para el ocio y el turismo, por la mayor actividad económica que ello conlleva al incrementar el consumo de bienes y servicios”.
El astrónomo del Observatorio Astronómico Nacional y doctor en Física Pere Planesas lo tiene claro y así lo expone en este magnífico artículo de obligada lectura para todo aquel que siga sin entender por qué (demonios) seguimos con el (maldito) cambio de hora a estas alturas de la película.
El cambio de hora quiebra la salud, pero nosotros erre que erre
Los cambios de hora inciden en la estacionalidad de la función cerebral y los trastornos psiquiátricos, afectando especialmente a niños, ancianos y personas con trastornos mentales, porque, como dice la Sociedad Española del Sueño, “el cambio de horario, aunque solo sea de una hora, altera el tiempo de exposición al sol durante el día y desequilibra al reloj interno, que tarda varios días en reajustarse”. Ya sabéis, el ritmo circadiano.
Y si desregulamos el ritmo circadiano y dormimos peor (hasta 40 minutos menos el lunes después del comienzo de horario de verano) llegan los problemas de salud física y mental: un aumento de accidentes cerebrovasculares, ataques cardíacos, falta de sueño en adolescentes… y más.
En este sentido, el cambio horario es especialmente delicado entre las personas que viven en el extremo occidental de una zona horaria, como nosotros, los españoles, sobre todo en Galicia que van con dos horas de retraso durante el horario de verano, como explica Planesas en el artículo antes citado: “En verano, con la implantación del horario adelantado, se da la circunstancia de que en algún municipio la diferencia entre el mediodía solar verdadero y las 12h oficiales llega a exceder los 160 minutos. Sólo en el oeste de China se supera tal desfase”.
Beth Malow, profesora de neurología y pediatría de la Universidad Vanderbilt de Nashville, explica los perniciosos efectos del cambio horario en este artículo llamándolo el efecto del “borde occidental”, ciudadanos que reciben luz más tarde por la mañana y más tarde por la noche: “los residentes del extremo occidental tenían tasas más altas de obesidad, diabetes, enfermedades cardíacas y cáncer de mama , así como un ingreso per cápita más bajo y costes de atención médica más altos”.
En este sentido, los científicos consideran que estos problemas de salud pueden ser resultado de “decisiones políticas” que derivan en una combinación de privación crónica del sueño y desincronización circadiana.
Y es que los horarios laborales y escolares se basan en lo que marca el reloj, no en lo que diga el sol, pero nuestro ritmo circadiano se basa en lo que “diga” el sol, no el reloj (ni el político), razón por la cual en España, tal vez, se come y se duerme “tan tarde” según lo que dice el reloj… pero no según lo que dice el sol.
Y por si fuera poco con esta ingente cantidad de estudios científicos que certifican que el cambio de hora es una monumental chapuza para nuestra salud física y mental, otro estudio pone la guinda: “La transición al horario de verano de primavera aumenta considerablemente el riesgo de accidentes de tráfico mortales en un 6 % en Estados Unidos (…) Se podrían evitar aproximadamente 28 accidentes mortales al año (en Estados Unidos) si se eliminara la transición al horario de verano”. Es la falta de sueño y el desalineamiento circadiano, amigo.
¿Y cuándo se nos ocurrió la ‘brillante idea’ del cambio horario?
Benjamin Franklin y el ahorro de velas, Franco y su fanatismo fascista, los conflictos bélicos, el aumento de la productividad y las periódicas crisis energéticas que acompañan nuestro modo de vida entregado al “progreso” y al consumo desenfrenado se han alineado desde hace dos siglos para jugar con las manecillas del reloj y nuestra salud mental.
Por supuesto, los criterios científicos, especialmente de aquellos expertos en salud mental, han influido entre poco y nada en estas decisiones sobre los cambios horarios y el adelantamiento de los relojes.
Franklin se levantó una buena mañana de verano y vio que el sol estaba ya sobre el horizonte y pensó: “estamos perdiendo horas de sol y luego, por la tarde, mis sufridos compatriotas gastan demasiadas velas para poder seguir trabajando. Como padre fundador mi deber es mover las manecillas del reloj”. No era el momento de reducir el horario laboral, por supuesto, sino de cambiar la hora para seguir trabajando, pero con sol.
En España el horario de verano se adaptó por vez primera en 1918 debido, según parece, a la escasez de carbón y el aumento de la productividad: muchas personas tenían dos trabajos por aquel entonces, y al anochecer más tarde se mejoraba la productividad del trabajo “crepuscular”.
Y entonces llegó Franco y, en 1940, consideró que sería una buena idea adelantar una hora el reloj de España para adaptarse al de Europa central. Al fin y al cabo, Vigo y Dresde están a tiro de piedra, 2.500 kilómetros de nada, unas 24 horas en coche… del siglo XXI.
Desde 1973, con la crisis del petróleo, el cambio de hora se impuso como definitivo en buena parte del mundo occidental. Y desde entonces, el ahorro energético ha sido la razón esgrimida para alterar el ritmo biológico de los ciudadanos españoles, año tras año, durante casi 50 años. Pero ya está bien la broma, ¿no?
Muy bien, el cambio horario es un desastre: ¿con cuál nos quedamos? ¿Invierno o verano?
Si estás pensando en terracitas y cañitas y estar en la playa viendo la puesta de sol hasta las 10 de la noche, vete olvidándote: no es que los expertos no beban cerveza ni disfruten de las puestas de sol, pero tienen otras prioridades, tu salud mental, entre ellas.
Ya os hemos citado lo que dice la Sociedad Española del Sueño. Aunque el cambio de hora se haga en la madrugada del sábado, así de puntillas, como si nada, (y sea una bendición para los que les toque con un gin-tonic en la mano en octubre porque pueden emborracharse una hora más), “no es infrecuente que los primeros días después del cambio de hora algunas personas refieran irritabilidad, falta de concentración, bajo rendimiento laboral e insomnio“. Con o sin gin-tonic.
En este sentido, la Sociedad Española del Sueño recomienda no hacer cambios y promover una mayor exposición a la luz natural cuando la mayoría de las personas están trabajando o aprendiendo en la escuela. Y se posiciona a favor del horario de invierno citando este estudio de la Universidad de Murcia.
Las ventajas de eliminar el cambio horario dejando el horario de invierno (GMT +1) serían las siguientes, según los investigadores:
- El sol saldría una hora antes (desde final de marzo hasta final de octubre) facilitando un despertar más natural.
- Nos acercaríamos a nuestra hora solar natural.
- Adelantaría horarios de alimentación y sueño.
- Permitiría dormir más tiempo.
- Nos ahorraríamos adaptarnos a los dos cambios horarios que hacemos al año.
Aunque también se citan desventajas, perdiendo una hora de sol por la tarde y suponiendo un cambio en los hábitos de vida: sí, la hora de comer, cenar y dormir se adelantaría probablemente en el reloj, aunque sería la misma en relación a la posición del sol. Porque el sol, gracias a Dios, no puede ser “movido” por los iluminados legisladores terrícolas. Y hasta nos empezaríamos a levantar más temprano para aprovechar las horas de sol y hacer feliz a Benjamin Franklin.
Incluso hay expertos más “radicales” que consideran que nuestro horario debería ser el GMT 0 todo el año, el de Portugal o las islas Canarias, el que marca nuestra posición en el planeta. Pero entonces la hostelería patria se haría el harakiri: o podríamos pasar del tardeo al mañaneo.
Sea como fuere, la ciencia parece tener claro que la “broma” del cambio horario debe llegar a su fin y que el horario de invierno es el lógico desde un punto de vista geográfico y el más beneficioso para nuestra salud física y mental.