“¿Cómo no te puede gustar el queso?”. Esta es una de las frases con las que tienen que lidiar permanentemente aquellas personas que sienten repulsión hacia este alimento. Pero ¿cuándo esta aversión se puede considerar turofobia —del griego τυρί—, la conocida como fobia al queso?
A continuación, acudimos al primer estudio científico publicado que analiza la turofobia para tratar de entender este trastorno y cómo la repulsión al queso no es ninguna broma ni anécdota para los que la padecen, al igual que sucede con el resto de las fobias específicas menos conocidas.
Turofobia: la chica que sentía fobia al queso
Su madre había estado manipulando queso y cogió el teléfono: su hija no quiso volver a tocarlo. Tampoco podía tocar los pomos de las puertas o los interruptores de las lámparas. Si creía que un trozo de queso había estado en contacto con una prenda de ropa, no la volvía a poner, aunque pasase por la lavadora.
Pero lo peor fue cuando dejó su casa familiar y se fue a la universidad. Al menos en casa sus padres conocían y trataban de entender su fobia. En la universidad se encontró con bromas y chanzas de todo tipo que complicaron su trastorno hasta que tuvo que irse de la residencia de estudiantes para vivir sola en una casa.
Finalmente, esta joven de 20 años acude a una clínica psiquiátrica para que estudien su caso, origen del primer estudio científico sobre la turofobia publicado en 2022 en Eastern Journal of Medicine y elaborado por varios profesionales del Departamento de Psiquiatría de la Facultad de Medicina de la Universidad Recep Tayyip Erdogan en Rize (Turquía).
Una familia de ganaderos, ¿el origen del trauma?
Cuando los psiquiatras comenzaron a analizar el caso, estudiaron en primer lugar sus antecedentes, descubriendo que su familia se había dedicado durante muchos años a criar animales, con lo que la paciente había estado en contacto con productos lácteos y queso desde su infancia.
En este sentido, los padres habían “obligado” a su hija a colaborar en los trabajos en la explotación ganadera desde una temprana edad. Así mismo, la familia reportó problemas económicos vinculados a este trabajo lo que ocasionaba discusiones recurrentes entre los padres. “La vida estresante del paciente puede haber causado el desarrollo y la aparición de quejas psiquiátricas preexistentes”. Y es que en el momento de iniciarse el tratamiento y análisis de la turofobia, la paciente ya seguía un tratamiento farmacológico para lidiar con sus trastornos mentales.
Otro aspecto relevante del caso fueron los antecedentes psiquiátricos de los padres, especialmente los vinculados a las fobias. La madre había seguido tratamiento psiquiátrico siendo diagnosticada con tricotilomanía, el comportamiento compulsivo de manipular el pelo, incluso arrancándolo. El padre, por su parte, tenía fobia a las serpientes y onicofagia, hábito de morderse las uñas, aunque no había recibido tratamiento.
Depresión y trastorno obsesivo compulsivo
Así mismo, tras el análisis a fondo de la paciente, incluyendo exámenes neurológicos, resonancias magnéticas cerebrales y electroencefalografía, se descubrió que su estado físico general era completamente normal, pero que su estado de ánimo era generalmente ansioso e irritable.
Para ello se le practicaron numerosas pruebas como la Escala de Ansiedad de Beck o la Escala Yale Brown para TOC, concluyendo que la paciente mostraba, además de fobia específica, trastorno depresivo mayor y trastorno obsesivo compulsivo.
La cura de la turofobia: terapia y tratamiento farmacológico
Para el inicio del tratamiento, los psiquiatras analizaron los episodios de los ataques de ansiedad y miedo vinculados al queso y los efectos físicos de los mismos como palpitaciones, temblores, sudores, entumecimiento, sensación de desmayo, mareos o ganas irrefrenables de orinar.
Así mismo, la anticipación del miedo, como es habitual en otras muchas fobias, conducía a la paciente a una conducta de evitación grave que, junto a la ansiedad anticipatoria, afectaba negativamente a su calidad de vida, lo que la llevó a requerir la ayuda psiquiátrica.
Para el tratamiento de la paciente, se optó por combinar terapia farmacológica junto a terapias conductuales y cognitivas. “Aunque en general se acepta que las terapias farmacológicas no tienen cabida en las fobias específicas, se han comunicado resultados exitosos, especialmente con fármacos del grupo de los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina”. En el caso de esta paciente se aplicó, fluvoxamina, así como risperodina para el TOC, reportándose una disminución de los niveles de ansiedad y de los síntomas.
Con todo, el aspecto más importante del tratamiento fueron las terapias conductuales como la exposición tratando de insensibilizar a la paciente al exponerse de forma progresiva al estímulo fóbico, así como técnicas de relajación, control respiratorio y enfoque cognitivo.
La paciente logró al final del tratamiento controlar la conducta de evitación —que incluía desde desayunar siempre sola a evitar las zonas de los supermercados donde podía haber queso expuesto— además de controlar su fobia: la joven podía mirar e incluso tocar el queso, aunque no quisiera comerlo.
Los enigmas de las fobias específicas
Existen decenas de fobias específicas poco estudiadas, como la propia turofobia que, como vemos, acaba de tener su primer estudio serio, elaborado por profesionales psiquiátricos. Y aunque buena parte de estas fobias pueden prestarse a bromas de mejor o peor gusto, lo cierto es que son una situación carente de gracia para las personas que las padecen, que deben sumar a sus problemas, la incomprensión de su entorno.
Definida como la experiencia de miedo y ansiedad significativa sobre un objeto o situación en particular, las fobias específicas son uno de los trastornos más comunes entre los trastornos psiquiátricos. Incluidos dentro de los trastornos de ansiedad que tienen una prevalencia de 12 meses en el 14% de las personas que lo padecen, hasta 22,7 millones de personas en Europa presentan fobias específicas con una prevalencia de 12 meses en el 6,4% de ellas.
Pero como señalan los responsables del estudio sobre la turofobia, la presencia de otros trastornos de ansiedad asociados, como hemos visto, dificultan la determinación del trastorno primario, teniendo en cuenta además que buena parte de los que lo padecen evitan la consulta médica.
Así mismo, y como se extrae de este estudio, un aspecto relevante en el análisis de las fobias específicas es que tiende a transmitirse a nivel familiar: “los estudios han informado que dos tercios de las personas afectadas tienen al menos un familiar de primer grado con el mismo tipo de fobia específica”.
Por otro lado, las diferentes estadísticas concluyen que se trata de un trastorno más habitual en mujeres, siendo el trastorno mental más común entre las mujeres y el segundo entre hombres después de los trastornos vinculados al abuso de sustancias: la tasa de incidencia en mujeres es del 14-16% mientras que en hombres es del 5-7%. Además, un tercio de los pacientes con fobia específica tienen trastorno depresivo mayor.
Y aunque muchos pacientes no lo recuerdan, la fobia suele irrumpir con un evento traumático de la infancia, tal y como le sucedió a la joven del estudio cuya juventud en la explotación ganadera de su familia, más que probabemente, influyó en el desarrollo de su turofobia.
Yo siempre he odiado el queso y no tengo ningún trauma. Lo encuentro repulsivo por la peste que desprende, no entiendo a la gente que le gusta esa peste. A nadie le gusta la peste a pies sudados, ¿No?, pues eso.
No tengo ningún problema con los quesos de pizza, hamburguesa etc, los que no apestan, no los como pero los puedo tolerar sin problema.