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Qué es el escepticismo: cuando la verdad no existe

El escéptico es como ese amigo que te para los pies cuando estás eufórico, que te hace dudar cuando proclamas tu amor, que te señala un par de fisuras cuando expones tu próximo proyecto laboral, que te desafía cuando te pones en plan tertuliano, y que nos incomoda sometiendo a análisis nuestras verdades y fes, nuestras justificaciones y creencias. Pero también es ese amigo que cuando tú lo ves negro, él lo ve gris: tal vez haya una salida, confía. ¿Un amigo puñetero o un amigo verdadero?

Así pues, el escepticismo ha sido el mayor amigo (y enemigo) de la historia de la filosofía, porque es el terror del dogma, la fe y la autoridad que tanto nos seducen con sus promesas de verdad (y descanso para la razón): ¿amenaza o acicate para el progreso?

Escepticismo: ¿renunciar al conocimiento y a la ‘verdad’ para ser felices?

'El pensador' - Pixabay
‘El pensador’ – Pixabay

El filósofo John Greco de la Universidad de Georgetown, con varios libros publicados sobre el escepticismo, señala cómo este se presenta en la filosofía como uno de los debates más importantes de la historia acerca del conocimiento.

A este respecto, el escepticismo pone en duda nuestros intentos de buscar y comprender la verdad sobre cualquier faceta del conocimiento, desde la ética, a la religión, incluyendo la propia ciencia. Así Greco plantea tres preguntas para concretar el debate: ¿qué es conocimiento?, ¿podemos conocer?, y si es “verdad” que podemos conocer, ¿cómo conocemos lo que conocemos?

Así, mientras unos señalan el argumento epistemológico de “aquí hay una mano, luego existe el mundo externo”, los escépticos contraatacan diciendo, “sé que tengo una mano solo si sé que no soy un cerebro sin manos en una cubeta, pero no sé que no soy un cerebro sin manos en una cubeta, por lo que no sé si tengo dos manos”. Sí, el escepticismo es (también) un puñetero

En este sentido, si el conocimiento se define como la creencia verdadera más justificación o juicio de la misma, el escéptico, como dice la catedrática de filosofía de la Complutense de Madrid Stella Villarmea, no niega que haya juicios correctos sino que afirma la imposibilidad de determinar si un juicio es correcto o no: “En este sentido de escepticismo, quizá el más importante hoy en día de cuantos contiene el término, la duda escéptica se refiere al conocimiento con certeza de los estados de cosas y afecta, por tanto, a la posibilidad de tener evidencia de la verdad de nuestros juicios”.

Y es así como los escépticos más radicales a lo largo de la historia han renunciado al conocimiento, a la verdad, e incluso a la sabiduría, no por pereza, sino porque su razonamiento filosófico les conduce a la duda, optando por descansar eternamente en el plácido lecho de la ataraxia, la imperturbabilidad del carácter, que los dejaría al margen de la “servidumbre de las opiniones“: ¿el camino a la auténtica felicidad?

Escepticismo: ideas principales

'La Escuela de Atenas' - Pixabay
‘La escuela de Atenas’ – Pixabay

La palabra “escéptico” se vincula al término griego skeptikoi que significa examinar o investigar, por lo tanto el escéptico es el que investiga, de forma que mientras otros conocen (o creen conocer) los escépticos siguen buscando, analizando, examinando… sin pretender ninguna “verdad” ya que esta no es alcanzable pues, como dijo Aristóteles, “nunca se alcanza la verdad total… ni nunca se está totalmente alejado de ella”, que viene a ser lo mismo que dijo su maestro Platón, pero con otras palabras, según señala Villarmea: “el individuo no se encuentra nunca ni en la posición absoluta del sabio ni en la del ignorante, sino en un estadio intermedio del que continuamente desea salir en pos del conocimiento”.

La actitud escéptica

El fundamento del escepticismo es la actitud escéptica: “el escéptico presenta preguntas relevantes a nuestras pretensiones de conocimiento (…) no negando la validez de ciertas creencias, sino cuestionándolas”. En este sentido, como explica el divulgador científico Manuel Toharia en este artículo, la actitud escéptica (para él, base de la ciencia) nos lleva a cuestionar aquellos discursos que son aceptados meramente en virtud de la tradición, la fe o la autoridad.

El escéptico no es un negacionista

Según señala el profesor de filosofía Carlos Gutiérrez Rueda en este artículo, los escépticos no niegan la posibilidad de conocimiento “solo por negar” lo que les convertiría en “unos necios con los que no valdría la pena discutir”, sino que se trata de una “cuestión de dudar”, la base de la filosofía, del conocimiento y de la ciencia.

Por lo tanto, si el negacionista niega la evidencia para soslayar verdades incómodas, el escéptico duda de las cómodas evidencias sometiendo a estas a un tercer grado filosófico a través de los desafíos a sus justificaciones más o menos concluyentes.

Resulta elocuente, en este sentido, que el propio Toharia al que nos referimos arriba también haya sido señalado como negacionista. Sin duda, diferenciar la duda de la negación y al “necio negacionista” del “filósofo escéptico” es uno de los grandes retos de nuestro tiempo. Podemos empezar desde aquí: el negacionista niega y no aporta nada al debate, el escéptico duda y aporta argumentos al debate.

El desafío escéptico, depurador de conocimiento

“El escéptico no es, estrictamente, alguien que niega la validez de cierto tipo de creencias, sino alguien que cuestiona, aunque solo al inicio, y por razones metodológicas, que nuestras razones (o justificaciones) para sostenerlas no son adecuadas. Por lo tanto, presenta sus dudas a la manera de un desafío”.

Y el desafío a una creencia no hace sino consolidarla… si esta es “verdadera”. Por lo tanto, al fin y al cabo, la duda escéptica planteada como desafíos a las estructuras de un conocimiento son fundamentales para su reafirmación. Dicho de otro modo: si una creencia pasa la “prueba” del escepticismo se convierte en conocimiento. El escepticismo (práctico) es, por tanto, un depurador (imprescindible) del conocimiento.

Así pues, un sabio no tiene nada que temer de un escéptico, sino al contrario, celebrar sus preguntas porque apuntalarán su conocimiento. Sin embargo, si alguien que se cree en la posesión de la verdad (un necio) teme las preguntas de un escéptico, no solo muestra su pereza epistemológica, sino la debilidad de su (presunto) conocimiento.

El escepticismo como bastión frente a la tiranía del dogma

Cuando los necios se juntan y logran alcanzar posiciones de poder difundiendo conocimientos que solo son creencias, tienden, por tanto, a usar todas las armas disponibles para aislar a los escépticos porque solo estos (no los negacionistas sin argumentos) pueden hacer temblar su fe, su autoridad y su poder. Así pues, de este punto de vista, la labor del escéptico no solo es básica a nivel filosófico, sino también cultural y social.

En este sentido, como debemos recordar, la filosofía no es (solo) una (intrascendente) disciplina de sofá, pipa y copa de coñac, sino que también debe ser (y es) una disciplina de atriles, barricadas y revoluciones.

La suspensión del juicio: ‘epojé’, ataraxia y felicidad

Por último, cabe citar una de las ideas más radicales del escepticismo filosófico, un estado de reposo de la conciencia en el cual, ni se niega ni se afirma nada, el epojé, la suspensión del juicio, que no niega (dogmáticamente) la posibilidad de conocer.

En este sentido, negar categóricamente algo, incluso la posibilidad de conocer, sería negar el fundamento del escepticismo, por lo tanto un dogma más: no, el escéptico no niega, sino que no determina: “yo en este momento estoy en una situación de ánimo tal que ni afirmo ni rechazo”.

Este “ni confirmo ni desmiento” conduciría a la ataraxia, la imperturbabilidad del carácter, el requisito último para la felicidad, la renuncia de la filosofía especulativa, incompatible con la tranquilidad del ánimo y la aceptación de la orientación práctica como exigencia esencial de cualquier reflexión escéptica posterior”, como señala Ramón Román Alcalá, catedrático de filosofía de la Universidad de Córdoba, en este artículo.

El peligro del escepticismo radical: ¿amenaza del progreso… o del ‘sentido común’?

Dudando - Pixabay
Dudando – Pixabay

El escepticismo radical se puede entender como una amenaza para el progreso porque se presenta como un recalcitrante regulador del pensamiento, como un pesado burócrata del conocimiento, como el Kafka de la filosofía, de forma que, cualquier intento de “avanzar” se convierte en un círculo vicioso en el laberinto filosófico del escepticismo.

Desde otro punto de vista, el escepticismo se vería como la claudicación del conocimiento, como la negación de la sabiduría que conduciría, por tanto, al poder de los necios, al no tener el contrapeso del conocimiento, sea en mayor o menor medida “verdadero”. Por último, como dice el filósofo Christopher Hookway, tener conocimiento, a pesar de los pesares escépticos, parece un requisito indispensable del conocimiento:

“Sin conocimiento somos incapaces de dirigir responsablemente nuestras vidas, nuestras elecciones diarias estarían sometidas a la más absoluta arbitrariedad, la racionalidad nos abandonaría. Si no somos capaces de determinar que nuestras creencias son verdaderas y que tenemos razones para mantener su verdad, todas las acciones emprendidas sobre la base de estas no tendrían fundamento alguno. Lo que en último término reta el escéptico no es meramente un concepto del que podamos prescindir, sino el que llevemos las riendas de nuestras propias vidas”.

Tipos de escepticismo

Tomando como base los fundamentos citados del escepticismo, han aparecido diversas corrientes, más o menos radicales y más o menos significativas a lo largo de la historia, entre las que se incluyen las siguientes:

  • El pirronismo. Deriva del pensamiento de Pirrón, el padre del escepticismo antiguo que ha ejercido una influencia capital en la historia del escepticismo: “No hay dogmas que postular ni condenas que emitir, solo el análisis minucioso e implacable de cada afirmación dogmática con vistas a descubrir que, en realidad, el problema es cuestión inaprensible y el escéptico (pirrónico) no puede ni debe pronunciarse al respecto”.
  • El escepticismo académico. En su artículo, Carlos Gutiérrez Rueda señala esta otra vertiente del escepticismo antiguo que derivaría del “solo sé que no sé nada” socrático, afirmando que no se puede conocer, puesto que todo puede ponerse en duda. Sin negar el conocimiento de forma radical, se plantearía como una forma de discusión que abre el campo a la revisión de las justificaciones de nuestras creencias “verdaderas”.
  • El escepticismo moderno. Dentro de este grupo de escepticismos se adscriben los herederos de los escepticismos antiguos que parten, esencialmente, de la cuestión religiosa (cristiana) y su apropiación de la “verdad” derivada de la Biblia.
  • El escepticismo débil. En este grupo de escepticismos se registrarían los que se ocupan de cuestionar determinadas disciplinas del conocimiento, como la ciencia o la moral. Por ejemplo, en este último caso, el escepticismo moral expone la “evidencia” de que (casi) todos los juicios morales han sido puestos en duda a lo largo de la historia. Por lo tanto, ninguna moral sería nunca “verdadera” y someterse a ella sería una pérdida de libertad… y de tiempo.
  • El escepticismo global o radical. A diferencia del escepticismo débil o parcial, el global afirma que “es posible que todas las creencias que tenemos y que pensamos que constituyen conocimiento no lo sean, bien porque sean falsas o, pudiendo estas ser verdaderas, bien porque carezcan de la justificación adecuadas”, como se explica en el artículo citado de Jesús Antonio Coll Mármol.

Los filósofos del escepticismo

Descartes - Wikimedia
Descartes – Wikimedia

El escepticismo ha sido, en mayor o menor medida, un debate que ha ocupado a buena parte de los grandes filósofos de la historia, entre los que destacan los siguientes:

  • Pirrón. Fue aquel filósofo que no sintió la necesidad de dejar nada por escrito y que gustaba, según Diógenes, de la soledad evitando la muchedumbre para no verse atrapado por el compromiso social y que permaneció pobre, sin sacar partido de su duda siendo su vida simple, austera e irreprochable: el padre del escepticismo.
  • Kant. Del escepticismo “pasado de vueltas” como lo define Coll Mármol, al escéptico moderado que definió al escéptico como un benefactor de la humanidad, como alguien que nos obliga una y otra vez a buscar justificación para nuestros conocimientos y a que no nos durmamos en los laureles de la credulidad.
  • Nietzsche. Influido por Pirrón, como Montaigne, el filósofo alemán llega a mostrar su escepticismo sobre el propio lenguaje como vehículo de conocimiento: “¿Qué es entonces la verdad? Una hueste en movimiento de metáforas, metonimias, antropomorfismos, en resumidas cuentas, una suma de relaciones humanas que han sido realzadas extrapoladas y adornadas poética y retóricamente y que, después de un prolongado uso, un pueblo considera firmes, canónicas y vinculantes; las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son”.
  • Hume. A pesar de desvincularse del “poder destructivo de la actitud pirrónica excesiva”, Hume se convierte en defensor de una suerte de escepticismo mitigado: la filosofía “no consiste en ocuparse de abstractas especulaciones dogmáticas ni en la búsqueda de razones suficientes, sino en la extensión y clasificación de los razonamientos naturales y comunes”.
  • Adam Smith. Uno de los representantes modernos de los escepticismos débiles o parciales en materia ética, científica o lingüística.
  • Descartes. Tal vez la gran figura del debate del escepticismo moderno al plantear argumentos escépticos aún hoy debatidos como la ocurrencia de ilusiones sensoriales, el argumento del sueño o el genio maligno, sin olvidarnos de su duda metódica. Un caso clásico de escéptico desesperado por buscar (y encontrar) una fórmula para afirmar el conocimiento.

Y es que, como dice, Stella Villarmea, en último término, el escepticismo se convierte en una herramienta con la que analizar la noción de conocimiento, la noción de verdad: “de ahí que la «amenaza» del escepticismo haya supuesto tradicionalmente uno de los mayores acicates para el desarrollo de la historia de la filosofía”.

Y es que el escepticismo no deja de ser, al fin y al cabo, una invitación a la concordia a través del diálogo, no una negación, sino una “reafirmación” a través de la duda y el desafío a todo aquello que se presenta como una fe, un dogma, una autoridad… de la que no está “permitido” dudar.



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