Sientes el viento en la cara mientras inhalas profundamente el aroma redentor de la naturaleza, un último guiño a tu zona de confort y te lanzas al vacío con el corazón a mil. Unos minutos tarde, ya de vuelta, una sonrisa ilumina tu cara mientras tu cuerpo vuelve a su rutina tras su estallido hormonal. Y solo piensas en repetir.
Los deportes de riesgo son una actividad cada más frecuente entre personas de toda condición hasta el punto de que muchos señalan con orgullo y sin un ápice de culpabilidad que “están enganchados”. Pero, ¿qué hay detrás de esta adicción a los deportes extremos? ¿Por qué a unas personas les gustan los deportes de riesgo y a otras no?
La química de los deportes de riesgo
El amor engancha, lo mismo que los viajes o los propios deportes. Pero, ¿qué tienen en común una efímera relación pasional, un viaje al otro del mundo o un salto BASE? La química de nuestro organismo, la causa por la que nos enganchamos a las experiencias extremas, a las experiencias intensas.
Adrenalina
Cuántas veces hemos oído eso de ‘liberar adrenalina’, cómo nuestro cuerpo se pone en tensión ante situación insólita de peligro, miedo o excitación. En este sentido, la adrenalina es la hormona encargada de prepararnos físicamente para el ‘subidón’ que se produce durante la práctica de un deporte de riesgo.
Segregada a la circulación sanguínea por las glándula suprarrenales, tiene una considerable repercusión instantánea en nuestro organismo: estimula la frecuencia cardiaca, dilata las pupilas para mejorar el campo visual, tiene un efecto broncodilatador para favorecer la entrada de aire en los pulmones, además de aumentar la concentración de glucosa en sangre para cargarnos de un extra de energía.
De esta forma, la adrenalina ha sido uno de nuestros grandes aliados para sobrevivir a lo largo de la historia de la evolución ya que potencia nuestras capacidades físicas durante periodos cortos de cara a sortear peligros, preparándonos para reaccionar de forma rápida y eficaz ante situaciones extremas. En este sentido, su papel es vertebral en la preparación del cuerpo durante la ejecución de un deporte de riesgo.
Dopamina
La adrenalina también es responsable de la estimulación del sistema nervioso central para la liberación de la dopamina, un neurotransmisor que activa hasta cinco tipos de receptores celulares diferentes con diversas funciones, entre ellas no solo la sensación de placer y felicidad que se suele asociar popularmente a esta hormona, sino también funciones motoras muy importantes en la actividad física.
Si bien la dopamina en cantidades moderadas aporta placer al ejercicio de una actividad física, un exceso de la misma puede producir efectos perniciosos como alucinaciones o incluso esquizofrenia. En este sentido, algunos estudios recientes trabajan con el control de la dopamina entre otros sistemas de neurotransmisión para investigar el mecanismo neuroquímico de esta terrible y enigmática enfermedad.
Serotonina
Conocida popularmente como la hormona de la felicidad, la serotonina es un neurotransmisor que se sintetiza a partir de la transformación del aminoácido triptófano. Su principal función es regular los estados de ánimo, así como las funciones fisiológicas y las conductas, además del sueño, la ansiedad y la generación de patrones motores rítmicos.
Así como la serotonina es liberada en grandes cantidades tras un orgasmo, se produce un efecto similar con la práctica de determinadas actividades de gran intensidad como los deportes de riesgo. Esto explica esa sensación de plenitud que tenemos tras participar en uno de esos actos de elevada intensidad física.
Endorfinas
Producidas por el hipotálamo y la hipófisis, sus efectos se comparan con los opiáceos sintéticos, produciendo sensaciones de bienestar y euforia. Así como el propio orgasmo también libera endorfinas, lo mismo sucede con el consumo de alimentos como el chocolate o la práctica de actividades de fuerza e intensidad.
Al calmar momentáneamente el dolor gracias a su efecto analgésico, se explica que “no sintamos dolor” en el pico de intensidad deportiva y que, sin embargo, pasadas unas horas, una vez terminada la actividad y ya en reposo, aparezcan molestias físicas producto de la ejecución de una actividad intensa que pone a prueba buena parte de nuestra capacidad corporal.
La adicción a los deportes de riesgo
Tras comprobar la segregación de numerosas hormonas que se produce durante la práctica de los deportes de riesgo, no debe extrañar que estas actividades generen una cierta adicción en sus participantes. Al fin y al cabo, a todo el mundo le gusta sentir placer, plenitud y felicidad.
No obstante, ese estado pletórico que siente nuestro físico y que se traslada al ánimo no es permanente, ni podemos pretender que lo sea, igual que sucede con la felicidad. No es posible mantenerse en esa condición constantemente ya que sería perjudicial para el organismo.
En el momento en el que los deportes de riesgo, como cualquier otra actividad placentera, dejen de ser una opción para pasar a ser una obligación, es que estamos desarrollando un problema. Desde luego que no todas las adicciones son igual de peligrosas, pero en el momento en el que perdamos el control sobre el ejercicio de una actividad, es hora de reflexionar.
No hay nada de malo en sentir el subidón químico que caracteriza los deportes de riesgo, pero pretender llevarlo a otras situaciones cotidianas es un sinsentido, así como también lo es rechazar otro tipo de actividades más serenas por el hecho de que las “falte adrenalina”.
En última instancia, engancharse a los picos de adrenalina puede tener un evidente efecto contraproducente. A medida que buscamos añadir un poco más de riesgo a una actividad para aumentar la adrenalina, además de elevar el umbral, conseguiremos el efecto opuesto: una sobreproducción hormonal que ya no conducirá a la superación del miedo, sino a la pérdida de la percepción del miedo, que es más peligrosa que cualquier deporte de riesgo.
No me gustan los deportes de riesgo, ¿algún problema?
Ninguno, ningún problema. Cada persona segrega adrenalina como le venga en gana. Y es que hay quien no necesita practicar deportes de riesgo porque ya conduce cada mañana por la M-30 o batalla cada día con tres hijos pequeños. La vida rutinaria también nos ofrece innumerables situaciones de gran intensidad, por lo que no existe obligación de participar cada fin de semana en un salto BASE para estar completos tanto a nivel físico como psicológico.
En este sentido, ya hay quien dice que esta tendencia cada vez más popular a practicar experiencias cada vez más intensas e impactantes es un síntoma de una sociedad escuálida a nivel espiritual, como si la falta de estímulos en las rutinas tratase de ser compensada con un torrente de experiencias rabiosamente extremas, como el niño que busca desesperado un tobogán a la salida del cole.
Si nuestras zonas de confort son tan monótonas, aburridas e irritantes, ¿no sería más lógico cambiar de zona de confort antes que buscar pasatiempos extremos para huir de ella?
De cualquier manera, y como sucede con una receta gastronómica insólita, nunca sabremos si nos gustan o no los deportes de riesgo si no los probamos al menos una vez. Porque esto también es un hecho: la mayoría de las personas que practican un deporte extremo, termina repitiendo. Por algo será, ¿no?
Prefiero la pasión en los deportes extremos qué ser mediocre o
“conseguir las mismas emociones con mas consecuencias por consumir drogas”, los deportes calman el estres y ayudan a controlar las emociones son mas las ventajas que desventajas como lo presenta este artículo cómo si no tuviera control dé quienes los practican y no va a comparar tener una discusión con sus hijos que saltar un punte en motocross como si fueran las mismas emociones nada que ver una cosa que lo puede hacer casi cualquiera con una habilidad que tardan años y aprecian la mayoria y admiran