Cuando la sientes cerca es como un fulgor que ilumina todo a su alrededor, pero temes mirarla directamente por miedo a romper el hechizo de un amor imposible, porque ella es como el sol, nunca se mira directamente, pero todo lo envuelve en candor y belleza.
No quieres nada de ella, solo que esté, que respire, porque ella conduce hacia el sentimiento más puro y auténtico: el amor, no (solo) el amor romántico y la pulsión física, sino el amor universal, tan puro como inasible. Y no puedes ser más feliz. Así es el amor platónico, la virtud de contemplar la belleza, no poseerla.
Amor platónico: amar como deseo de belleza
Si Platón levantara la cabeza, a buen seguro que le divertiría que un arquetipo de amor lleve su nombre. Pero no es a él a quien debemos el término, sino a Marsilio Ficino, un discípulo del filósofo griego que vivió en la mítica Florencia de Lorenzo de Medici, Botticelli o Miguel Ángel. Fue él quien retomó buena parte de las enseñanzas de Platón y otros filósofos posteriores como Plotino para dar forma a una corriente de pensamiento que marcaría el devenir del Renacimiento: el neoplatonismo.
¿Y qué retoma de Platón con respecto a la idea de amor? El pensador griego aborda el tema del amor en su obra El banquete en la que se produce uno de esos famosos diálogos que a menudo usaban los pensadores griegos para divulgar sus teorías y dogmas filosóficos.
Platón, a través de la voz de la sacerdotisa Diótima, expone su idea del amor, que va mucho más allá de nuestra concepción de amor romántico. Así, el amor es el camino que conduce a la perfección, a lo divino, a la belleza, el nexo que llena el vacío entre lo visible y lo invisible.
Y para alcanzar la belleza más pura, el ser humano ha de seguir un ascenso a través de etapas dialécticas con una iniciación que arranca del amor por la belleza del cuerpo, de la forma, para terminar, tras pasar por la belleza de las almas y del conocimiento, en el amor a la propia belleza:
“Belleza que existe eternamente, y ni nace ni muere, ni mengua ni crece; belleza que no es bella por un aspecto y fea por otro, ni ahora bella y después no, ni tampoco bella aquí y fea en otro lugar, ni bella para estos y fea para aquellos (…) Es el momento de la vida que, más que otro alguno, debe vivir el ser humano: la contemplación de la belleza en sí”.
El banquete de Platón
Marsilio Ficino retoma estas ideas casi 20 siglos más tarde, las combina con la metafísica de la luz de Plotino y las sintetiza bajo la denominación “amor platónico”, el amor como deseo de belleza, la luz que emana de los cuerpos y las almas como reflejo del absoluto, de la divinidad, de suerte que cuando nos enamoramos de alguien —o algo— estamos percibiendo en esa persona el destello del esplendor de la belleza más pura.
La idealización del amor romántico
Pureza, autenticidad, trascendencia, fulgor, éxtasis, perfección… Toda esta rimbombante terminología escapa en buena medida al amor romántico contemporáneo. Por supuesto, ni Platón, ni Plotino, ni Ficino se referían exclusivamente al amor romántico —entre dos personas— cuando especulaban sobre el amor. Para ellos el amor era la perfección de la belleza en el ser humano, pero también en los animales, la naturaleza, las ideas, la meditación, el conocimiento y la divinidad.
De cualquier forma, también es evidente que el concepto contemporáneo de ‘amor platónico’ se inspira en la tradición filosófica grecolatina al dar énfasis a la idealización del amor romántico. Cuando decimos que tenemos un amor platónico estamos sugiriendo que se trata de un amor ideal del que no pretendemos nada más que eso: la pura contemplación.
Una reveladora alusión al amor platónico contemporáneo se da en la película No amarás de Krzysztof Kieślowski. Un chico joven se enamora de una vecina que le dobla en edad. Cuando esta lo descubre espiando, lo interroga. Él dice que la ama y ella pregunta: “¿Y qué es lo quieres?” Y el chico responde: “Nada”. Eso es el amor platónico.
Un amor plenamente desinteresado en el que no se desea nada a cambio, no es un amor que se pretenda poseer como un tesoro al que adorar en privado. No, el amor (platónico) no es de nadie, no es sufrimiento, ni tragedia: es, como diría la sacerdotisa platónica Diótima, “el momento de la vida que más que ningún otro deberíamos vivir: la contemplación de la belleza en sí”.
¿Romper el hechizo del amor platónico?
Todo eso está muy bien, nos diréis, pero no solo de pan vive el ser humano. Más allá de las páginas de los manuales de filosofía, la contemplación de la belleza nunca ha sido suficiente. No lo fue para Platón, no lo es para nosotros. De alguna forma, Platón y sus seguidores nos mostraban el camino hacia el amor verdadero y auténtico en su sentido universal, pero en el plano romántico, siempre existirá la tentación de romper el hechizo del amor platónico.
Si lo hacemos, jugaremos a un juego diferente, menos trascendente y espiritual, pero más mundano y divertido, y tal vez igual de necesario. Porque como decía Platón, somos duales, un cuerpo material que nos vincula al estimulante mundo físico, y un alma, un principio inmaterial que nos vincula a las ideas, a la eternidad.
Si estás listo para abrir la puerta del amor platónico, para convertir en posible lo imposible, deberás mirar de frente el esplendor que irradia el amor. Y prepararte para el éxtasis, pero también, claro, para la tragedia; para la alegría, pero también para el delirio; para la ternura, pero también para el dolor. Porque si miras directamente al sol… te puedes quemar.