Tal vez para nosotros Hades tenga mala suerte porque en el reparto del universo le tocó el inframundo, pero el hecho de que los romanos lo apodaran “pluto” (el rico) nos puede dar una idea acerca de su fortuna: ser el dios del mundo de los muertos puede ser más que atractivo: al fin y al cabo, la mayoría de las personas interesantes se van al infierno. Seguro que no le faltan buenas conversaciones allá abajo… Aunque el “infierno” grecolatino no es como el cristiano. Te lo explicamos.
Hades, el dios del inframundo
Hijo de Cronos y Rea, fue rescatado del vientre de su padre por su hermano pequeño Zeus, tras lo cual se enfrascaron junto a Poseidón y otros aliados en la Titanomaquia en la que los olímpicos vencieron a los titanes, entre los que estaban sus propios padres.
Y tras la victoria había que repartir el botín y Poseidón, Zeus y Hades hicieron un olímpico piedra, papel o tijera con el resultado ya expuesto. Por cierto, en la guerra contra los titanes, Hades también tuvo una fortuna curiosa: si a Poseidón le tocó el tridente y a Zeus el rayo, al futuro amo del averno le tocó el casco de invisibilidad… “Me tomáis el pelo, ¿o qué?”, debió pensar Hades. No sabía lo que estaba por venir…
El reino de Hades y sus habitantes
Ninguno de los grandes cronistas grecolatinos nos legó una cartografía precisa del inframundo que a la mayoría de nosotros nos vendría muy bien en el algún momento de nuestras vidas… ¿Porque cómo diferenciar si no el tártaro de la laguna Estigia, a dónde ir cuando un alma en pena nos cita en el prado de asfódelos? ¿Y los Campos Elíseos? ¿Y cómo recordar dónde está el Leteo, el río del olvido?
A buen seguro que a Hades, como a sus hermanos en sus respectivos reinos, le costó un poco controlar sus vastos dominios, pero para ello contó con algunos fieles colaboradores, empezando por su mascota, un perro que ningún etólogo podría llegar a domesticar y que, ya sabes, come por tres: Cerbero.
Por allí también estaban las temibles Erinias o Furias, que se ocupaban de los criminales más terribles mientras que Tánato era el señor de la muerte natural, el cual tenía un hermano gemelo, Hipnos, dios del sueño.
También es muy célebre en el inframundo Caronte, el barquero que guía a las almas por el Estigia, un ser incorruptible que jamás deja de cumplir su función: así que si un día te encuentras con él, olvídate de seducirle con mordidas: no es de esos…
Y no nos podemos olvidar de tres figuras claves del averno: los jueces Minos, Radamantis y Éaco que decidían el destino de las almas que llegaban aquí. Hay que tener en cuenta, en este sentido, que este inframundo no es el infierno cristiano en el que solo están los “malos”. Aquí vienen todos para ser juzgados.
En este sentido, las almas más bondadosas se van al Elíseo (al verdadero, no donde Macron) tras olvidar sus penas bebiendo del Lete, mientras que las almas más mezquinas quedaban a expensas de las Furias en el terrible Tártaro, el nivel más profundo del Hades: el abismo en el que, por ejemplo, residían los titanes, los grandes perdedores de la batalla que repartió el mundo.
Y aunque no reside todo el año en él, también hay que citar a Hermes, el dios mensajero, muy habitual en todas partes, ya que en la mitología grecolatina no había cobertura: Hermes cumplía la función de psicopompo, conducir a las almas hasta el inframundo.
El rapto de Perséfone
Mención aparte merece, por supuesto, Perséfone, protagonista de uno de los episodios más famosos de la historia de Hades y uno de los mitos grecolatinos más recordados. Cuenta la leyenda que Perséfone, hija de Démeter, diosa de la tierra y la agricultura, y de Zeus, fue raptada por Hades que abrió una grieta del suelo para llevársela consigo al averno.
Su madre montó en cólera y barrió la tierra no dejando piedra sobre piedra. Zeus tuvo que intervenir para pedir a su hermano que devolviera a Perséfone con su madre. No obstante, finalmente, se acordó que pasara una temporada al lado de Hades y otra con su madre, lo que se traduciría en los cambios estacionales: cuando Perséfone vuelve, todo se tiñe de flores por la alegría de su madre. Cuando se va, caen las hojas, es el otoño.
Los viajeros que sobrevivieron al infierno
Solo un puñado de personajes fueron capaces de bajar al inframundo y regresar para contarlo. Entre los más famosos, Heracles y Orfeo. El primero de ellos cumplió en los dominios de Hades su último trabajo, cazar a Cerbero, algo que Hades permitió si lograba su proeza sin ayuda de armas.
Y luego está Orfeo, que protagonizó uno de los mitos más hermosos y trágicos de la historia y la única vez que se tiene constancia de que Hades mostrara clemencia con un viajero no invitado en sus dominios.
El “Jimi Hendrix” de la lira sedujo al dios con su habilidad musical permitiendo que se llevara de vuelta a su amada Eurídice, con la condición de que nunca miraran atrás hasta abandonar el Hades… Pero, en el último momento, Orfeo no se pudo contener…
¿Y cuál era el carácter de Hades?
Desde luego, no fue el dios más exitoso en su tiempo por razones obvias, pero los griegos y los romanos se cuidaron de rendirle culto para evitar enfadar a un dios con el que te ibas a encontrar con toda seguridad en algún momento. Pero cuanto más tarde, mejor…
Representado casi siempre como hombre maduro, firme y sereno, pero también taciturno, Hades fue definido por escritores como Homero o Hesíodo como despiadado, monstruoso o detestable, también avaricioso, siempre contabilizando su principal “activo”: las almas que vagaban por sus dominios.
Y desde luego tampoco fue un modo muy correcto de encontrar una compañera para su vida en el inframundo tal y como señalan la mayoría de crónicas mitológicas. Aunque también existen otras versiones del mito en las que la Proserpina romana dice “sí” al descenso con Hades a su nuevo reino.
Sea como fuere, Hades también es representado como un dios severo, pero justo, implacable y entregado a su labor, resiliente que diríamos ahora, a pesar de su “suerte”. Por cierto, no se le conocen tantas infidelidades como a su hermano Zeus, que pasaba olímpicamente de Hera… Ni tampoco hijos según buena parte de las crónicas, a pesar de su “eterna” (y semestral) relación con Perséfone.
Y en fin, quizás la mejor definición de Hades y su relación con los humanos, es la que hizo Agamenón en La Ilíada: “¿Por qué odiamos a Hades más que a cualquier dios, si no es por ser tan adamantino e inflexible?”. Así que ya sabes, si quieres flexibilizar al inquebrantable Hades (y burlar a la muerte), afina tu lira… y no mires atrás.