“Si te dicen que las mujeres no son buenas en ciencias, no pueden ser CEO, eso cambia la forma en la que piensas, porque lo que creemos cambia la forma en la que nos comportamos… y, por supuesto, cambian los resultados”.
Son palabras de Tali Sharot, escritora, profesora y neurocientífica especializada en el estudio de cómo la emoción influye en el comportamiento, que ponen el foco en cómo afectan los estereotipos de género al aprendizaje.
Porque si se fomenta desde las aulas que las niñas y los niños tienen las mismas condiciones, asumirán que pueden optar por los mismos objetivos. Si, por el contrario, se incide en sus (supuestas) diferencias, se perpetuarán los estereotipos de género con resultados conocidos por todos: los chicos para Informática y las chicas para Magisterio.
Estereotipos de género y aprendizaje
La UNICEF define el estereotipo de género como una opinión o un prejuicio generalizado acerca de atributos o características que hombres y mujeres, niños y niñas, poseen o deberían poseer y de las funciones sociales que ambos desempeñan o deberían desempeñar. Así mismo, los roles de género definirían esas expectativas de comportamiento que ha de desempeñar cada género.
Sobre la relevancia de estas expectativas hablaba Tali Sharot en la intervención anteriormente citada, poniendo un ejemplo paradigmático basado en diferentes experimentos pedagógicos al respecto. Si coges al azar dos alumnos a principios de curso y los pones de ejemplo como los más talentosos de la clase, cuando termine el curso, habrán sido los que mejores notas hayan sacado.
Se trata, por supuesto, de una cuestión de confianza. Si un niño siente que confías en sus posibilidades, se esforzará más para conseguir sus objetivos académicos. Por el contrario, si esos mismos alumnos escuchan a principios de curso que son los que peor se portan, eso afectará a su comportamiento. Y es aquí donde entran juego los estereotipos de género en el aprendizaje.
Como señala la psicóloga Ainhoa Feijóo Lasarte en su premiado trabajo Aprendizaje de los estereotipos y roles de género en la Educación Infantil “los estereotipos se adquieren mediante el aprendizaje y en el contexto social cercano, por ello, la educación reglada interviene en la internalización de las normas de género establecidas en la sociedad sexista”.
Tal y como indicaban ya Rodríguez y Peña en su estudio Identidad de género y contexto escolar: una revisión de modelos publicado en 2005 “en el desarrollo de la identidad de los/as niños/as tiene gran influencia el sistema educativo reglado, ya que los centros escolares de enseñanza formal producen y reproducen los valores que las sociedades consideran apropiadas para cada uno de los géneros y legitima los estereotipos al respecto”.
Así las cosas, es evidente el papel fundamental que puede jugar el aprendizaje en el aula a la hora de perpetuar o romper con los estereotipos de género, entre los cuales, esta guía de UNICEF, cita los siguientes:
- Las niñas no son buenas en matemáticas
- Las niñas deben casarse para reducir la carga económica de su familia
- Las niñas son débiles, los niños fuertes
- A los niños no debería gustarles el arte y no está bien que jueguen con muñecas
- Los niños tienen más habilidades para el liderazgo y la toma de decisiones
Por suerte, este tipo de estereotipos van desapareciendo de las aulas a medida que la sociedad toma conciencia sobre el impacto de los mismos en el desarrollo de niños y niñas y sobre la propia ridiculez de la mayor parte de estos clichés, como que a un niño no le pueda gustar el arte o que una niña sea débil, a pesar de que hasta no hace mucho era el sexo débil en la RAE.
¿Cerebro masculino y cerebro femenino?
Pero detengámonos un momento en el primer estereotipo: las niñas no son buenas en matemáticas, algo que cualquiera puede dudar a poco que recuerde sus años escolares, cuando tenía que mendigar a su compañera de pupitre los deberes de mates.
Este estudio publicado en Science aborda como el estereotipo de la inteligencia masculina y femenina aún está presente en las aulas. Según los investigadores, desde los 6 años, las niñas ya “están preparadas para agrupar a más niños en la categoría de «muy, muy inteligentes» y alejarse de los juegos destinados a los «realmente muy inteligentes»”. Según una de las pruebas, las niñas de 6 y 7 años eran significativamente menos propensas que los niños a asociar la brillantez con su propio género.
Ya en el instituto, estas diferencias de género se mantienen en el enfoque de muchos adolescentes, tal y como mostraron en una serie de talleres llevados a cabo en un Instituto de Enseñanza Secundaria de Barcelona en el que participaron casi 100 estudiantes.
A la pregunta de en qué pensaban que eran más competentes chicos y chicas, las tres asignaturas más destacadas para chicas fueron Educación visual y plástica, Ciencias sociales y Ciencias de la naturaleza, mientras que para chicos fueron Educación física, Tecnología… y Matemáticas.
¿Será que el cerebro masculino está mejor preparado para las matemáticas? Eso es lo que estudiaron varios investigadores en 2015 bajo la premisa de que las “diferencias de sexo/género en el cerebro son de gran interés social porque supone que su presencia demuestra que los humanos pertenecen a dos categorías distintas no solo en términos de sus genitales, y, por lo tanto, justifica el tratamiento diferencial de hombres y mujeres”.
Pero no, los investigadores no concluyeron eso como era de esperar tras recabar diversa información procedente de resonancias magnéticas de más de 1.400 cerebros humanos. Al contrario, los análisis de consistencia interna revelan que “los cerebros con características que se encuentran consistentemente en un extremo del continuo «masculinidad-feminidad» son raros”.
En este sentido, el estudio demuestra que, “aunque existen diferencias de sexo/género en el cerebro, los cerebros humanos no pertenecen a una de dos categorías distintas: cerebro masculino/cerebro femenino (…) La falta de consistencia interna en el cerebro humano y las características de género socava la visión dimórfica del cerebro y el comportamiento humano y exige un cambio en nuestra conceptualización de las relaciones entre el sexo y el cerebro”.
“Específicamente, deberíamos pasar de pensar que los cerebros se dividen en dos clases, una típica de los hombres y otra típica de las mujeres, a apreciar la variabilidad del mosaico del cerebro humano”,
No obstante, otros estudios, ofrecen diferentes perspectivas como este o el firmado por Emilio García García, Profesor de Psicología Cognitiva, Psicolingüística, Neuropsicología y Neurociencia de la Universidad Complutense de Madrid:
“Con los datos disponibles, parece razonable admitir que la acción de las hormonas sexuales en el cuerpo, y particularmente en el cerebro, conforma redes neuronales y procesos bioquímicos diferentes en hombres y mujeres, ya desde los primeros meses de vida intrauterina, posibilitando así aspectos diferenciales en el continuum del comportamiento humano, desde el comportamiento sexual hasta los procesos cognitivos, lingüísticos y emocionales. Parece establecido que hay diferencias relevantes ligadas al sexo en los cerebros-mentes de hombres y mujeres. Y tales diferencias se van conformando desde edades tempranas de vida intrauterina”.
De cualquier forma, uno de los estudios más ambicioso y recientes sobre el “diformismo cerebral”, una metasíntesis de tres décadas de hallazgos de diferencias sexuales en el cerebro humano, se muestra tajante: “la síntesis integral de los estudios del cerebro humano revela pocas diferencias entre hombres y mujeres más allá del tamaño (…) Cuando está presente, el sexo representa alrededor del 1% de la variación en estructura o lateral”.
Así pues, ningún estudio científico avala que el cerebro de los hombres se adapta mejor (ni peor) a las matemáticas que el de las mujeres. Es una generalización a todas luces ridícula, como tantas otras que apuntalan los estereotipos de género sobre el aprendizaje y las capacidades humanas. El cerebro humano es un poco más complicado que eso.