Este artículo se publicó hace 16 años.
El segundo mandato
El viento que provoca la zozobra interna empuja a favor del liderazgo europeo de Zapatero
Gonzalo López Alba
Ahora que Bush jr. se va y el fenómeno Obama germina la esperanza de que florezca una nueva primavera al otro lado del Atlántico, en Europa se hace fuerte una derecha que de la mano de Silvio Berlusconi y Nicolas Sarkozy practica la bushpolítica con siembra de arbustos, de tal suerte que recoger el testigo huérfano del liderazgo progresista en el viejo continente se convierte casi en una obligación para José Luis Rodríguez Zapatero. Y ahora que todos los partidos de la oposición en España están pasando su ITV, la sociedad civil –sean empresarios o trabajadores– ejerce sin intermediarios la exigencia de las medidas y de los cambios necesarios para que la crisis económica no se lleve por delante el bienestar conquistado. De la capacidad del presidente para conjugar la respuesta en estos dos indisociables teatros de operaciones dependerá el balance final de la legislatura.
La directiva aprobada por el Consejo de Ministros de la Unión Europea para ampliar la jornada laboral a 65 horas asoma como las orejas del lobo que quiere comerse los derechos sociales y convierte al Gobierno español en el referente de quienes rechazan la utilización de la crisis como coartada para destejer el modelo de bienestar que es seña de identidad europea. Se trata, pues, no sólo de una ofensiva conservadora, sino antieuropea, que requiere no sólo de alianzas ideológicas sino entre países, asociación de suma complejidad por el abigarramiento de la Unión que ha traído la incorporación de los antiguos estados comunistas.
Ganar el liderazgoUn repaso a la minoría de doce gobiernos europeos con participación de los socialdemócratas arroja la conclusión de que Zapatero es el único presidente de orientación progresista con fortaleza política para asumir ese papel, cuya inteligencia estratégica aconseja que sea, por una parte, de reequilibrador de tendencias, y, por otra, de eslabón de engarce entre Sarkozy y Merkel, los líderes de los dos aliados que más interesan a España. Pero el liderazgo, como él ha dicho en más de una ocasión, se gana.
El presidente empezó a ganarlo cuando, tras entrevistarse el 3 de junio con Berlusconi, logró que el primer ministro italiano suavizara su discurso de criminalización de los inmigrantes y ha dado otro paso al conseguir la renuncia de Sarkozy a imponer el “contrato de integración”. Ahora tiene una nueva oportunidad, liderando el rechazo a una medida cuyo caballo de Troya es la pretensión de asestar un golpe de muerte a los convenios colectivos para dar paso a la selva de la negociación individual entre empresario y trabajador. Goza de toda la legitimidad porque la Constitución española, en su artículo 37, dice: “La ley garantizará el derecho a la negociación colectiva laboral entre los representantes de los trabajadores y empresarios, así como la fuerza vinculante de los convenios”.
Zapatero expone mañana su hoja de ruta internacional, con el enunciado “En interés de España: una política exterior comprometida” y el orientativo padrinazgo de Kofi Annan, ex secretario general de la ONU.
Traspapelados
Pero habrá de dosificar adecuadamente los objetos de la atención presidencial si no quiere perecer en las mismas aguas que devoraron a José María Aznar. Del riesgo de desapego de la realidad nacional y de la descoordinación gubernamental alertó el lunes, en la Ejecutiva del PSOE, José Blanco. Lo que dijo se había cocido antes en el núcleo duro de Ferraz, así que forma parte de un análisis colectivo. La respuesta del presidente fue tan escueta como desconcertante por su tono defensivo: “Ya no os acordáis de la descoordinación de los primeros meses en 2004”.
Cuando es de común dominio que en la democracia mediática pesan más el argumento que la razón y la imagen que la palabra, sólo el desa-
pego de la calle y/o la indolencia pueden explicar que Magdalena Álvarez no haya comparecido ante los ciudadanos con las ojeras propias de quien ha negociado con los transportistas hasta despuntar el acuerdo y que Alfredo Pérez Rubalcaba presente como balance la detención de más de un centenar de personas.
En contra de los pronósticos más optimistas, cobran fuerza los que auguraban una legislatura de turbulencias. El PP le robó el martes la cartera al PSOE en el Congreso de los Diputados haciendo lo que correspondía a la bancada gubernamental: negociar una posición de mínimos ante la primera gran protesta social alentada por la crisis. Para apagar el incendio del que no se apercibió José Antonio Alonso, tuvo que acudir de bombero María Teresa Fernández de la Vega; pero al día siguiente fue Alonso el que tuvo que echar agua a la gasolina arrojada por la ministra de Fomento al dar por cerrada la negociación cuando la protesta aún seguía viva.
Este traspapelamiento es ilustrativo del desajuste que ha provocado la redistribución de funciones decidida por Zapatero tras las elecciones, al que se añaden las pugnas soterradas por la reasignación de competencias y las dificultades de encaje de los equipos ministeriales por la heterogénea composición que determina el largo dedo del presidente. La Comisión de Subsecretarios es testigo de cómo los diferentes enfoques del vicepresidente económico, Pedro Solbes, y el ministro de Industria, Miguel Sebastián, impregnan a sus subalternos. La neófita ministra de Vivienda, Beatriz Corredor, se atreve a contradecir públicamente al vicepresidente sobre las ayudas al sector del ladrillo. La nueva secretaria general de Empleo, Maravillas Rojo, no ha entrado con buen pie en los sindicatos y ha provocado un considerable retraso en la puesta en marcha del diálogo social...
Vender política
La vicepresidenta se desgañita infructuosamente reclamando a los responsables de los distintos ministerios iniciativas que pueda vender en sus comparecencias semanales de los viernes. Pero, en una legislatura que Zapatero ha diseñado de gestión antes que de grandes reformas, sólo se puede vender política. Sacar todos los viernes a San Pedro Solbes en procesión no parece dar los resultados apetecidos.
En el Partido Popular se muerden las uñas hasta los muñones: “Rodrigo Rato se estaría poniendo las botas”.
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