Este artículo se publicó hace 6 años.
Adiós al equipo de RajoyRafael Hernando, el perro de presa del PP
El portavoz parlamentario de Rajoy y último mohicano del aznarato cae en desgracia tras el triunfo de Pablo Casado en las primarias. Ahora toca hueso, pero antes afiló su colmillo y mordió a todo contrincante que osó adentrarse en la finca popular
Madrid--Actualizado a
Cuando Rafael Hernando comenzó a escarbar la moqueta de los pasillos del Congreso y los diputados de la oposición vieron refulgir en el callejón los pitones del morlaco, advirtieron las intenciones del diestro Mariano Rajoy. La corrida iniciaba la temporada 2015 después de que el presidente del Gobierno mandara a su portavoz parlamentario, Alfonso Alonso, a curar las heridas en la enfermería de Sanidad y buscase un repuesto con casta y bravura entre la ganadería popular para afrontar las elecciones municipales, autonómicas y generales. No era el momento de moderar las formas y afinar las palabras, sino de abrir la puerta de chiqueros para dejar salir al temido Hernando —diputado cunero por Almería desde 1993, el último mohicano del aznarato—, quien alzó los ojos hacia el tendido para dejarle claro a rojos, amarillos y medias tintas que él pisaba la arena no sólo para marcar el territorio, sino también para demostrar que era el soberbio portavoz de la torada conservadora.
No sorprende que el presidente del Gobierno eligiese a un político tan poco telegénico para representar a los suyos, porque en él no buscaba votos ni consenso, sino guerra, descartando otros perfiles más empáticos y negociadores. La faena que tenía preparada no era otra que el estatuario, un pase característico de José Tomás y, tiempo atrás, de Manolete, que lo servía de aperitivo en sus corridas. Rajoy, sin embargo, no ha recurrido a otro lance desde su investidura como presidente hasta la embestidura de Pedro Sánchez: el torero se coloca de perfil, permanece inmóvil, levanta la muleta y deja pasar la legislatura. Hasta el almohadillazo sociopodemita, el gallego permaneció rígido, levantó el engaño y, cuando vio que hace tres años iba a tener que lidiar en demasiadas plazas, espoleó a Hernando para que levantase la polvareda en la Cámara Baja.
Cuando Rajoy dejaba la muleta muerta bajo sus belfos, el hasta ahora vocero del PP perfilaba una mueca que podría ser interpretada como una expresión de asco o como un gesto de estreñimiento, reflejo del menosprecio hacia el otro y de su propio engreimiento. Está claro que si usted fuese rey no mandaría a tal emisario para firmar la paz en territorio extranjero; y si fuese jamonero tampoco lo contrataría como viajante para vender paletillas por los pueblos de España. Tampoco puede imaginarlo presentando el telediario o despachando navajas de Taramundi detrás de un mostrador. Quizás ni el propio Hernando se veía como la imagen del PP en el Congreso, porque cuando se enteró del anuncio del presidente del Gobierno —lo supo apenas unos minutos antes que sus compañeros—, recurrió a la ironía para reconocer su sorpresa: “Rajoy maneja los tiempos como los maneja y algunos padecemos de úlcera de estómago”.
Aunque estudió Derecho en Alcalá y un máster en administración de empresas en Icade, Rafael Hernando (Guadalajara, 1961) siempre ha vivido de la política. Concejal, parlamentario autonómico, senador y diputado, lo acunó la Alianza Popular de Manuel Fraga, fue el cachorro que lideró a la manada de Nuevas Generaciones y ejerció de coordinador de Comunicación con José María Aznar. Hijo de cirujano, divorciado y con tres hijos, desde 1983 ha alternado las diversas familias populares. No obstante, cuando Rajoy fue desplazado del poder tras la moción de censura del PSOE, mantuvo la equidistancia entre Soraya Sáenz de Santamaría y María Dolores de Cospedal. En realidad, Hernando había sido un apparátchik de la vieja guardia que el gallego supo aprovechar en beneficio —o hieratismo— propio, pese a que Luis Bárcenas llegó a acusarlo de traicionar a Rajoy en el Congreso del PP celebrado hace una década en Valencia: "Gracias al apoyo que tuvo de Javier Arenas y arrastrándose mucho, como una culebra, ha conseguido llegar al puesto al que ha conseguido llegar".
El extesorero del PP, condenado por el caso Gürtel, también comentó aquello de que “todas las expresiones que salen de su boca son lavar con lejía, caca y similares”. No iba tan desencaminado, porque el rictus facial de Hernando parece el resultado de la ingesta de las citadas sustancias, o tal vez de una boñiga macerada en jugo de limón. Por ejemplo: "Algunos se han acordado de su padre cuando había subvenciones para encontrarlo", vomitó en referencia a los familiares de las víctimas del franquismo; "Las consecuencias de la Segunda República llevaron a un millón de muertos"; “España tiene que dejar de ser el paraíso de la inmigración ilegal”; "El resultado de 31 años de Gobierno socialista andaluz es que los niños no tienen para comer tres veces al día"; "A Elena Valenciano lo que le molan son los dedos de los condenados por acoso sexual"; “Hay casos puntuales de malnutrición infantil, pero la responsabilidad es de los padres”...
El etcétera es largo. Cuando el incendio forestal de Guadalajara, intentó calzarle una hostia en plena M-30 del Congreso al portavoz socialista, Alfredo Pérez Rubalcaba, un arreón que evitaron los subalternos Acebes y Zaplana. Le llamó “pijo ácrata” al juez Santiago Pedraz y “payaso ilustrado” a Baltasar Garzón. También acusó a UPyD de financiarse ilegalmente “mientras la señora Rosa Díez va por ahí dando lecciones”, cuando tiene “el pañal muy sucio”: la gracia le costó ser condenado a pagar 20.000 euros. Luego, cuando el magenta se diluyó en la paleta de colores, cargó contra el naranja de Albert Rivera, tildando a Ciudadanos de desleal por espolear una moción de censura que no llegó a apoyar.
También recibió lo suyo Podemos: "Usó el nombre de España para ponerse a la venta de dictadores y de regímenes extranjeros como el de Venezuela o el de Irán”, le espetó a Pablo Iglesias. Durante la moción de censura, señaló al líder morado por querer “rescatar las checas y las cárceles del pueblo” y sacó a relucir su machismo cuando lo comparó con la portavoz de Unidos Podemos: "No diré que Irene Montero estuvo mejor que usted, porque no sé qué provocaría a esa relación". Ni la prensa se libró de su cólera, pues justificó que su partido le había pedido a la exalcaldesa valenciana Rita Barberá que renunciase a su acta en el Senado para evitar su “linchamiento” mediático, pues la habían convertido en "un pimpampum al que golpear permanente", aunque "las hienas siguieron mordiéndola" hasta su muerte.
Los exabruptos venían de lejos: en 1999, tomó carrerilla y acusó a Felipe González de ser el Gran Hermano del socialismo obrero y español por reescribir su historia y, de paso, la de España. El jarrón chino-sevillano habría ordenado que se borrasen unas cintas de la televisión pública en las que supuestamente unos universitarios lo abucheaban en un coloquio al que había acudido con Luis Roldán, entonces director general de la Guardia Civil. El material gráfico nunca apareció —Roldán, un pieza, sí que desapareció: unas vacaciones con billete de vuelta desde Bangkok, previa escala en Laos, que terminaron con un retiro en la cárcel de Brieva, la misma en la que sestea ahora Iñaki Urdangarin— y Hernando pasó página, “la más sórdida y negra de TVE", según el entonces coordinador de Comunicación del PP.
Pasados los años, cuando la gaviota comenzó a chapotear en la ciénaga popular y las corruptelas salpicaron la sede nacional, Hernando forzó el bufido. Así, mientras Génova trataba de blindar a sus presuntos o condenados corruptos, algunos de ellos inquilinos del número trece, él simulaba blandir el látigo contra la podredumbre. Su formación no mostraría “ninguna complacencia” con uno de los pecados capitales —ora Valencia, ora Madrid—, porque “a todos nos indigna”, dejaba claro el portavoz popular en el Congreso, al tiempo que el partido ponía palos en las ruedas del caso Gürtel. “Y a nosotros más, porque nos hace más daño que a nadie”, insistía, como si la corrupción fuese una avispa velutina y el PP, una riquiña Abeja Maya víctima de la especie invasora.
Cuando los jueces sentenciaron que la caja b no era un cuento, Hernando cambió el desenlace y se apresuró en presentar su director’s cut: el fallo reflejaba “con absoluta claridad” que el PP no sabía nada, por lo que lo exoneraba de cualquier delito penal. Los seriófilos, impresionados por el spoiler de la versión del popular director, se quedaron tan pasmados como los fans de J. J. Abrams cuando asistieron al capítulo final de Perdidos. Básicamente, no habían entendido nada, pero allí estaba Hernando para explicarnos lo del humo negro y otras vainas. En el fondo y, sobre todo, en la superficie, el bregado diputado es la cortina de humo con la que el PP trata de difuminar lo trascendente y enmarañar el hemiciclo con la boutade; la machada escapista que convierte la pista de baile parlamentaria en un hooliganismo humeante de fondo sur.
Ese fue el papel que le otorgó Rajoy para no pringarse los dedos de tinta: defender a los conservadores con sus colmillos afilados de perro de presa, el dóberman que vino a sustituir a Francisco Álvarez Cascos en la segunda era del PP. Un trabajo sucio que alterna con su incansable labor de abanderado del tuit narcisista, porque no hay comentario sin foto suya, como si el artilugio social fuese un espejo —que lo es—. Para qué negarlo: ese empleo grasiento, quizás ingrato para sus colegas, contrasta con su carácter afable en la distancia corta, pues quienes se han relacionado con él en el Congreso —desde periodistas hasta rivales políticos— lo consideran atento y agradable en el trato, así como hábil en las negociaciones. ¿Altivo y arrogante de cara a la galería, acogedor y cercano lejos de los flashes?
Tras su posición aparentemente neutral durante el proceso de primarias, la victoria de Pablo Casado lo ha desplazado del que parecía su hábitat natural: el Congreso visto a sus ojos como un ring. El flamante líder ha anunciado que el guadalajareño será el nuevo presidente del Comité de Derechos y Garantías del PP, lo que podría interpretarse como una victoria pírrica de Cospedal —aspirante inicial a la sucesión, quien tras ser derrotada inclinaría la balanza a favor del diputado palentino— sobre la continuista Sáenz de Santamaría, la candidata por la que se terminaría decantando Hernando . Recordemos su presagio cuando asumió la portavocía en la Cámara Baja: "Yo soy así, no me van a cambiar". Un augurio que tres años y medio después no se ha cumplido, pues al final terminaron cambiándolo por Dolors Montserrat.
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