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MADRID.- Espera delante de un café en una mesa de una cafetería del madrileño distrito de Chamberí. Siendo el escenario tan castizo como él, no encajan en la cantina su chubasquero marinero ni la camisa a rayas que luce cual niño bien del barrio. Como desentonan las sentencias de quien se describe como "simplemente un jubilado" pero lleva en las venas la rebeldía y el inconformismo de un chaval del 15-M.
Quizás por eso Pablo Castellano (Madrid, 1934) tienda a omitir las preguntas sobre su pasado y reconduzca sus respuestas hacia el lugar en el que se mueve como pez en el agua: el análisis indignado de la España del siglo XXI. No en balde, acaba de dejar aparcado en el ordenador de casa Trampa y Cartón, "un ensayo sobre la Transición, que ha sido un ingente fraude, una jugada maestra para el continuismo del franquismo coronado".
"Nací con la República y eso deja una impronta", sonríe este hijo de farmacéutica y ferroviario del cacereño Valle del Jerte, garbanzo negro de una familia creyente y conservadora, tradicional. Cuenta que ninguno de sus cuatro hermanos optó "por meterse en libros de caballería" como él, que forjó su indocilidad en la facultad de Derecho de la antigua Universidad Central de Madrid, en las Juventudes Libertarias y, sobre todo, en el Colegio de Abogados de Madrid durante la década que termina con la muerte de Franco.
"Fueron 10 años apasionantes los que alimentaron la verdadera esperanza de cambio frente a un franquismo represor y sinvergüenza, pero sin un ápice de cretinismo. Años de una intensidad impresionante en todas las organizaciones clandestinas, tanto en el Partido Comunista como en el Partido Socialista, que –y vuelve a hacerse un flashforward- nada tienen que ver con lo de ahora: la inexplicable aberración de una izquierda que se ha entregado, de hoz y coz, no a un plato de lentejas, sino de lentejuelas".
Castellano se afilió al PSOE en el 64, cuando tuvo que dejar París, donde trabajaba "en el León Negro, una de las mejores fábricas de betún de la capital francesa", para incorporarse a filas. Por los pelos se libró de la "monstruosa" guerra de Ifni y, aunque afirma modesto que sólo fue "un piñón en una rueda dentada", al socialista se le recuerda como uno de los reorganizadores de la siempre conflictiva Agrupación Socialista Madrileña.
"Yo no soy progresista; yo soy socialista y libertario"
Él prefiere decir que contribuyó "a poner de nuevo en marcha el viejo partido de Pablo Iglesias, la lucha por la clase obrera y la revolución social". "Palabras –dibuja un paréntesis con las manos- que ahora suenan muy mal pero que siguen siendo muy gratas para mis oídos. Porque yo no soy progresista; yo soy socialista y libertario", apostilla contundente.
El liderazgo "crematístico" de González
Tuvo mucho que decir también cuando se gestaba el cambio de Suresnes y Castellano equivocó la apuesta al alinearse con el sector de los renovadores, que quería devolver la dirección al interior y que se personalizaba en la figura de Felipe González y el conocido como clan de la tortilla, más tarde —se ríe— "clan de la cartilla, de la cartilla de ahorro".
El error se convertiría pronto en una sucesión de encontronazos con "el clan". Recuerda con cierta sorna el que se produjo cuando, siendo miembro de la Comisión Constitucional y "cabreado ante el hecho de que se estuviera haciendo una Constitución de espaldas a la ciudadanía", Castellano decidió filtrar los primeros artículos de la Carta Magna a Soledad Gallego y Bonifacio de la Quadra. "Aquello fue una de las mayores traiciones que yo podía cometer, según el partido".
La ruptura, "que no fue radical sino de diferencia de criterio", se consolidaría con el concepto leninista que González y Alfonso Guerra imprimieron al PSOE con la justificación de afrontar la Transición. "Y yo, que siempre he sido enemigo de los liderazgos carismático-crematísticos, no entendí que la realidad justificase desmontar las garantías internas del partido".
Con aquellos mimbres, y junto a sus inseparables Luis Gómez Llorente y Alonso Puerta, en 1979 funda Izquierda Socialista, reconocida como corriente en el seno del Comité Federal. "No era cuestión de ir abriendo las vísceras de ningún ave en plan romano para saber que yo tenía ya las horas contadas". Y, sin miedo a la fecha de caducidad, Castellano organiza mítines y manifestaciones ecologistas, antinucleares, feministas y – las más sonadas- contra el ingreso de España en la Alianza Atlántica, que promovía el gobierno de González.
"No fue tanto porque no entendiera que había que estar en la OTAN si se quería estar en la Unión Europea. Además nunca he sido un antiamericano feroz. Ahora, el engaño a la gente me producía… indignación". Aquello le costó al indomable una reprobación del partido. Su expulsión se decidiría cuatro años después cuando el diario Independiente publica un off the record en el que el entonces también vocal del Poder Judicial, denunciaba la corrupción en el seno del PSOE.
La libertad de Izquierda Unida
En el año 89, Castellano volvió a los orígenes, al PSOE Histórico, al Pasoc que presidiría durante toda la década de los 90. Y volvió al Congreso de los Diputados como número dos de la candidatura de IU por Madrid. "Tengo que reconocer que, en el mundo parlamentario, trabajé para Izquierda Unida con una libertad absoluta, mil veces mayor que en el Partido Socialista".
"El régimen lo tiene todo no atado y bien atado, sino pactado y bien pactado"
Pero también se torció su idilio con la coalición "cuando los que querían convertir IU en un partido nuevo, como Gerardo Iglesias, chocaron contra la oposición de los vanguardistas del Partido Comunista; un grupo que toda la vida ha manejado la misma consigna: todo lo que no puedas dominar, destrúyelo". "Y esa es una de mis grandes frustraciones —confiesa— aquel intento malogrado de crear una izquierda seria y rigurosa". En 2001, tras pasar también por la Presidencia Federal de Izquierda Unida, abandona definitivamente la política.
Hoy Pablo Castellano dirige una fundación y desahoga su compromiso, "intacto", a través de la escritura con el ensayo (que no confía que le publiquen) en el que denuncia "la metástasis de la democracia aparencial española, la farsa democrática que no tiene en cuenta el progreso de la ciudadanía, sino la conservación del poder en las manos de siempre".
Con un PSOE "irrecuperable" y una izquierda "entregada", anima el socialista libertario a "hablar de cosas nuevas", pero con tan poca esperanza como la que tiene en el mundo editorial. Afirma, pesimista, que "nada nace nuevo hasta que lo viejo ha agotado su proceso… y el régimen es un régimen que lo tiene todo no atado y bien atado, sino pactado y bien pactado". "Por eso no quiero parecer cínico… me conformo con ser un simple derrotado y un inconfortable ciudadano", concluye.
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