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Cuando las milicias populares defendieron la libertad y evitaron el golpe de Estado del rey Felón
La Fundación Madrid Centro Histórico y el Foro Democrático rinden homenaje a los milicianos que evitaron la caída del Trienio Liberal tras la conspiración de Fernando VII. "La lucha por las libertades siempre ha sido una lucha civil", aseguran.
Madrid-
Quizás la miopía le impida ver a lo lejos la placa dedicada A los héroes del 7 de julio de 1822, a riesgo de alzar la vista justo bajo el arco de la calle homónima y sufrir una tortícolis. Aquellos milicianos objeto del homenaje eran, efectivamente, de altura, pero la disposición del reconocimiento a tantos metros del suelo invisibiliza a los protagonistas que lucharon con bravura para defender la Constitución en uno de los nueve pasadizos de entrada a la plaza Mayor de Madrid.
Un espacio llamado a capricho del que manda: la hoy Mayor fue de la Constitución, aunque cuando estaba fuera del recinto amurallado medieval era conocida como la del Arrabal. De la Constitución con la Pepa, pero también durante el Trienio Liberal y la Segunda República. Real fue cuando Fernando VII regresó a España en 1814 y de la República tras la proclamación en 1873 de la Primera República Española. Mayor, en definitiva, desde el final de la guerra civil hasta nuestros días.
Cuenta Mesonero Romanos en El antiguo Madrid que el 23 de mayo de 1823 la lápida que la rebautizaba como plaza de la Constitución "fue vuelta a arrancar con estrépito a la entrada del duque de Angulema y del ejército francés", los Cien Mil Hijos de San Luis, que restauraron la monarquía absolutista de Fernando VII.
"Pero antes de esta última escena había sido teatro la plaza de otra memorable en la mañana del 7 de julio de 1822, en que se trabó una reñida acción entre la Milicia Nacional y la Guardia Real, sosteniendo aquella la Constitución, y esta el Rey absoluto; de que resultó vencedora aquella en las calles de la Amargura, de Boteros y callejón del Infierno, que llevaron después por algún tiempo los nombres del Siete de Julio, del Triunfo y de la Milicia Nacional", añadía el periodista madrileño.
Del Infierno y de la Amargura, qué nombres. Benito Pérez Galdós describía el callejón como "una especie de intestino, negro y oscuro". De origen incierto, quizás la segunda calle deba su nombre a que conducía a los condenados por la Inquisición a la horca y al garrote vil. Aunque esta teoría es más popular que académica, el cronista Pedro de Répide asegura que cuando Rodrigo Calderón se dirigía al patíbulo pronunció estas palabras: "Como a Cristo, me paseáis por delante de las casas de sus jueces en esta calle de la Amargura".
Amarga también fue para la Guardia Real, cuyo intento de tomar la plaza fue abortada por la Milicia Nacional aquel verano de 1822. La intención de las tropas leales a Fernando VII era dar un golpe de Estado que devolviese al monarca al poder, entonces en manos de un Gobierno liberal tras la proclamación en 1820 de la Constitución de Cádiz por parte del teniente coronel Rafael del Riego. Promulgada en 1812 y conocida popularmente como la Pepa, apenas había estado dos años en vigor, hasta que el rey Felón regresó del exilio en 1814 y la declaró ilegal, lo que supuso el comienzo de su Sexenio Absolutista.
Fernando VII conspiró contra el Trienio Liberal, alentó la sublevación de la Guardia Real y, finalmente, solicitaría la intervención de la Santa Alianza (Rusia, Prusia, Austria y Francia) para recuperar el trono. Así relataba Galdós el clima que se vivía en España antes del golpe de Estado en 7 de julio, quinta novela de la segunda serie de los Episodios nacionales:
"No puede darse heterogeneidad más abrumadora que la de aquella sociedad política. El Rey era absolutista, el Gobierno moderado, el Congreso democrático; había nobles anarquistas y plebeyos serviles. El ejército era en algunos cuerpos liberal, en otros realista, y la Milicia abrazaba en su vasta muchedumbre todas las clases sociales. Sólo la Milicia era lo que debía ser. Ya se verá también que era lo que más valía".
Los milicianos, fieles al Gobierno liberal, eran llamados por los guardias reales "soldaditos de papel", aunque no tardarían en conocer su bravura. Antes, Galdós describe el ambiente conspirativo por boca de uno de los personajes de la novela: "Pues sí, dicen que nos levantaremos. La Guardia Real no puede consentir que el Rey esté sometido por esa canalla; que gobiernen las Cortes; que los gansos de la Milicia se paseen por las calles hechos un brazo de mar, y que El Zurriago [periódico satírico] y otros papeles indecentes insulten sin cesar a la gente honrada".
Al contrario que las tropas reales, los integrantes de las milicias no eran profesionales. "Hombres de costumbres pacíficas y sin ideal guerrero de ninguna clase iban a familiarizarse con el heroísmo", escribe Galdós. "Estos milagros los hace la fe del deber, la religión de las creencias políticas cuando tienen pureza, honradez y profundas raíces en el corazón". Lo demostrarían en la plaza Mayor, "alcázar del soberano pueblo armado", aunque también le darían estopa a los soldados de Fernando VII en el centro de Madrid y en su kilómetro cero, la Puerta del Sol.
Tras varios rifirrafes entre liberales y monárquicos, que se saldaron con varios heridos y un teniente de la Guardia Real asesinado a manos de sus subordinados, el 6 de julio el rey tendió una trampa al Consejo de Ministros y a su presidente, Francisco Martínez de la Rosa. Convocados a Palacio, fueron secuestrados, mientras que cuatro de los seis batallones reales avanzaron hacia la plaza Mayor, donde les esperaba la Milicia Nacional, a las órdenes del general Francisco Ballesteros.
Comienza la batalla y el cañón de la calle de los Boteros —hoy llamada Felipe III— y el de la Amargura echan humo. Sin embargo, los guardias del rey Felón no se arredran. "Como eran gente tan aguerrida, rehiciéronse sin tardanza; habían puesto a su cabeza a los granaderos de premio y a los gastadores de luenga barba, algunos de los cuales eran veteranos de las guerras de la Independencia y del Rosellón", apunta Galdós.
"Los milicianos tenían en su vanguardia toda la gente menuda, los cazadores, la juventud entusiasta, los menestralillos, los hijos de familia, los señoritos y los horteras. Pero Dios, que siempre protege a los débiles, quiso en aquel crítico día infundir en el alma de los pobres chicos una fuerza inaudita, y si los guardias arremetían con vigor, las descargas cerradas de aquella juventud impertérrita que no veía el peligro ni hacía caso de la muerte, detenían a los orgullosos veteranos".
Carlos Sotos, presidente de la Fundación Madrid Centro Histórico, recuerda que entonces España vivía un momento crítico y, ante las intenciones del rey, los liberales más radicales llamaron a la movilización de la Milicia Nacional. "Eran tropas inexpertas y sin formación militar que se enfrentaron con artillería y fusilería a la Guardia Real, un cuerpo profesional y bien armado, que pretendía restaurar el poder absoluto del monarca y la derogación de la Constitución. No obstante, lograron abortar el golpe de Estado y triunfó la libertad", explica.
Como la heroica defensa de la plaza Mayor pasa a su juicio desapercibida, la fundación que preside y el Foro Democrático de Madrid han organizado un homenaje este miércoles, a las 21 horas, en la calle del 7 de julio. "La libertad es un concepto pleno de derechos que ha costado un sacrificio enorme, por lo que el acto reconoce precisamente una libertad —no solo de Madrid, sino también de España— que es puesta en cuestión", afirma Sotos. Una convocatoria que pretende ser el pistoletazo de salida a las actividades previstas para el próximo año, cuando se celebrará el bicentenario de la gesta.
Carlos Sotos remite a un grabado que muestra a Francisco Ballesteros, "mutilado de guerra", dirigiendo a sus hombres sentado en una silla mientras se fuma un puro. "La falange de papel destrozó a los caballeros invencibles de corazón de hierro, que se desconcertaron, no sólo por el empuje de los milicianos, sino por la sorpresa de verse tan bizarramente acometidos", escribe Galdós. "La derrota de los guardias era evidente en el paso de Boteros, porque alentados los milicianos, cayeron sobre ellos enfurecidos, y con el furor de los unos crecía el desánimo de los otros. Corrieron, acuchillados sin piedad, por la calle Mayor, en dirección de la Puerta del Sol".
Luego, los guardias que habían huido en desbandada se refugiaron en el Palacio Real, pero cuando iban a rendirse descargaron contra el batallón Sagrado —comandado por Evaristo San Miguel— y la muchedumbre que se arremolinaba para ver con sus propios ojos la rendición. Huyeron por el Campo del Moro, derrotados y con los milicianos pisándole los talones. Desde un balcón de Palacio, un hombre gritó: "¡A ellos, a ellos!". Era, según el autor de los Episodios Nacionales, Fernando VII alentando a los milicianos para que dieran caza a sus propios soldados.
"La lucha por las libertades siempre ha sido una lucha civil. Las libertades no son otorgadas, sino peleadas", afirma Sotos, cuya entidad se ha propuesto dar a conocer esta hazaña a la ciudadanía. "Queremos poner en valor los hechos democráticos y culturales que forman parte de nuestra ciudad y que se expresan en estos pasajes desconocidos, pero muy importantes para establecer cómo son los jalones de la libertad madrileña y de España", añade el presidente de la Fundación Madrid Centro Histórico.
Sotos aboga por una "mirada prospectiva", concretamente fijada en 2022, cuando se conmemorará "civilmente y con toda solemnidad" la victoria liberal frente al absolutismo. Una convocatoria, matiza, ideológicamente amplia, a la que se han adherido decenas de personalidades, si bien todos los participantes coinciden en su deseo de poner en valor la libertad.
Hoy dos ángeles custodian la placa que recuerda a los héroes del 7 de julio de 1822, aunque un año después llegarían los Cien Mil Hijos de San Luis, que restablecieron la monarquía absoluta en España en octubre de 1823, poniendo fin a la Constitución y al Trienio Liberal. Riego fue ahorcado y decapitado en la plaza de la Cebada. Ballesteros, quien había organizado la defensa de la plaza Mayor, se exilió en Francia. La misma suerte que corrió Evaristo San Miguel, refugiado en Londres tras ser herido y encarcelado, donde permaneció durante la Década Ominosa.
"El regreso del absolutismo supuso la pérdida de los derechos y de los valores que alumbraron la independencia de las antiguas colonias de América, mientras que España se sumía en la oscuridad democrática", concluye Sotos. "Y como la historia se ha repetido en varias ocasiones, habrá que intentar que no sea así en este siglo".
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