La memoria de la Guerra Civil encuentra cobijo en un mesón
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Gregorio Salcedo: "Un día pensé ¿y por qué no podemos hacer un museo de nuestra guerra como los hay en toda Europa?"
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Se acerca el buen tiempo, y con él el deseo irrefutable de expandir horizontes. Imaginemos que para sus vacaciones un tal Rudolf Doppelgänger (personaje inventado) viaja a España con varios amigos para hacer turismo. Atraído por nuestra extensa y variada gastronomía, la promesa de vivir un jolgorio tras otro y una riqueza histórica que se remonta a miles de años atrás de Jesucristo aterriza en el recién bautizado aeropuerto Adolfo Suárez. Vamos a dar por hecho que Doppelgäner es un buen turista y ha realizado sus deberes: se ha informado de dónde están los mejores restaurantes, las más ruidosas y concurridas discotecas, exposiciones, museos.... Es cuando su naturaleza curiosa le lleva a querer indagar en uno de los capítulos más negros de la historia patria, la Guerra Civil, y se tiene que hacer esta pregunta ¿Y ahora qué hago?
Decepcionado por la falta de opciones, en Internet ha leído (continuando la ficción) algo sobre un museo, en Morata de Tajuña, a 35 km de Madrid situado en la Venta El Cid. Allí, un paisano, Gregorio Salcedo, lleva 30 años recopilando objetos del campo de batalla, comprando otros en el rastro de Madrid e incluso haciendo trueque. La entrada suele ser gratuita si comes en el mesón, y si no, también. Muy cerca de este remoto pueblo tuvo lugar una de las contiendas más sangrientas de la Guerra Civil Española, la Batalla del Jarama, que sucedió en febrero de 1937, con amplias bajas tanto para un bando (el republicano) como para el otro (los golpistas).
Gregorio Salcedo: "Recogíamos las balas y las vendíamos y con eso comprábamos el pan... al menos se comía"La historia del museo se remonta a la niñez de Salcedo: "Iba con mis padres y mi hermano al campo a buscar chatarrilla para después venderla, eso sería por el año 50. Recogíamos las balas y las vendíamos y con eso comprábamos el pan... al menos se comía. Más adelante, cuando pasamos esa etapa me puse a pensar que porqué no hacía como se hace en toda Europa: un museo de nuestra guerra".
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Y se puso manos a la obra. Hace ya ocho años, propuso a los dueños del mesón El Cid, en Morata de Tajuña (Madrid) la idea de exponer las piezas que había recolectado. Pilar Apance, dueña del local y una enamorada de la historia, explica que le procuraron una habitación contigua al museo etnográfico que ellos regentan. "Fue tal el éxito que la gente empezó a interesarse más por el suyo que por el nuestro, así que al final empezó a ganar terreno y ahora es el más grande", explica.
Balas, bombas, uniformes de ambos bandos, medallas, ejemplares del periódico ABC que se puede considerar hoy en día como rarezas, ya que durante un tiempo circularon a la vez dos ediciones, la Sevillana, perteneciente al bando golpista y la madrileña, llamada ABC, diario Republicano de Izquierdas; mapas, máscaras anti gas, monumentos, cientos de fotografías, hasta una sala de video y una vitrina dedicada a tinteros, el objeto preferido de Salcedo: "porque piensas que con esas tintas han tenido que escribir maravillas, tanto buenas como malas, porque se han escrito penas de muerte, pero también se han escrito poesías, a sus mujeres, a sus niños...".
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"Sobre todo han venido de Izquierda Unida, alguno de la Asamblea de Madrid y del PSOE e incluso militares de la OTAN"Por sus salas han paseado todo tipo de personas y personajes: desde grupos de colegios, universitarios hasta militares, extranjeros, políticos y famosos (de los que se niega a dar nombres) : "Sobre todo han venido de Izquierda Unida, alguno de la Asamblea de Madrid y del PSOE e incluso militares de la OTAN". La mayoría, cuando han terminado la visita no han dudado en dar la enhorabuena por el esfuerzo de Salcedo en conservar la historia. Solo hay que echar un vistazo al libro de visitas del museo, y leer los múltiples mensajes de agradecimiento. "Uno de los secretos del éxito de este museo es que no es ni de derechas ni de izquierdas", asegura Salcedo.
La mayoría de los objetos que no han sido encontrados en el campo de batalla, explica su dueño, han sido comprados en mercadillos como El Rastro de Madrid: "Cuando veo un documento, una foto o algo que merece la pena ser expuesto lo compro, con ayuda de mi familia, durante un tiempo estoy sin permitirme algunos caprichos, pero merece la pena".
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El futuro del museo, asegura Salcedo, pasa por hacer una fundación entre Pilar Apance, dueña del mesón El Cid, él mismo y algunos familiares y amigos que le apoyaron desde el principio y que continúan acompañándole en caminatas por los parajes que antaño fueron campo de batalla y en los que aún quedan enterrados parte de la historia más negra de nuestro país.
Totalmente comprometido con mantener viva y transmitir la historia de nuestro país, Salcedo es, además un artista que ha sabido dar un uso más apropiado a la cantidad de metralla que encuentra cada semana en los campos de batalla. Recibiendo al visitante, en la entrada del museo, se alza una estatua a tamaño natural que ha realizado con este material extraído de los obuses y las bombas que se tiraban ambos bandos. "Lo hice para honrar a todos los internacionales que vinieron a luchar en la guerra", explica.
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De todos ellos, ocupa un lugar especial, tanto dentro del museo como en el sentir de Salcedo, el interbrigadista alemán Fritz Eikemeier y su familia. Su historia es la de muchos extranjeros que lucharon en la Guerra Civil del lado republicano. Se estima que representantes de cerca de 50 nacionalidades diferentes dieron sus vidas entre 1936 y 1939. "Todos lucharon de forma altruista, por un ideal, por la libertad", explica la doctora Olga García Domínguez, amiga de la familia Eikemeier y exiliada de la dictadura franquista en Alemania.
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Relata Salcedo que cuando Eikemeier terminó de luchar en la Guerra Civil, y tras hacerlo también en la segunda Guerra Mundial, comentó en su casa que algún día iba a volver a España y "ayudar a alguien que estuviese haciendo algo por que no se olvidase este episodio de la historia". Finalmente el brigadista murió sin poder cumplir su promesa, pero su hija, Renate Fiedler, que se había criado escuchado los deseos de su padre quiso hacerlos realidad.
"Cuando escucharon que no podía aceptar el dinero se liaron a llorar", recuerda el dueño del museo"En la vida uno no sabe qué es lo que puede pasar", lamenta Salcedo. Fiedler tampoco pudo cumplir los deseos de su padre porque murió. Su marido, Frank Fiedler y la nieta de Eikemeier, Katja Fiedler, que estuvo haciendo un Erasmus en Valencia, decidieron cumplir la promesa de sus familiares. Cuando llegaron a Morata de Tajuña, y hablaron con Salcedo, le ofrecieron una cantidad de dinero que este rechazó, en un principio.
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"Cuando escucharon que no podía aceptar el dinero se liaron a llorar", recuerda el dueño del museo. La doctora García, amiga de Katja, se conocieron en la Universidad de Medicina, en Berlín, hacía de intérprete ese día y le contó la historia de la familia. "Cuando me lo explicaron, claro que acepté el dinero. Al año siguiente vinieron y me dieron otra donación, con la que pude ampliar la galería. Estaré eternamente agradecido a esa familia".
Fritz Eikemeier y su familia, algunos voluntarios que han donado desinteresadamente objetos y el empeño de Salcedo han creado un templo de la memoria, aquella que si no nos empeñamos, como se hace en otros países, en cuidar tenderá a diluirse en la inevitable tendencia olvidadiza del ser humano. Una iniciativa privada, al alcance de todos y una oportunidad para el recuerdo que no hay que dejar escapar.