Este artículo se publicó hace 3 años.
Jordi Pujol y Vicenç Villatoro juegan un partido de softbol
El expresidente de la Generalitat abandona su autoimpuesto ostracismo en 'Entre el dolor i l'esperança' (Proa-Enciclopèdia Catalana) para hablar de su caso así como de cuestiones de actualidad en un libro que, a la hora de la verdad, esconde mucho más de lo que revela.
Àngel Ferrero
Barcelona-
No se puede juzgar un libro por su portada, por eso soy de la opinión que puede comenzar a reseñarse un libro por su portada. La de Entre el dolor i l'esperança (Proa) muestra a Jordi Pujol en su despacho, por la noche, revisando papeles, enmarcado por la ventana en una fotografía tomada desde fuera del edificio donde se encuentra su oficina. Por la penumbra, y por el encuadre, la fotografía recuerda, para quien haya visto la película, al inicio de Il Divo (Paolo Sorrentino, 2008), la biografía cinematográfica del ex primer ministro italiano Giulio Andreotti. "Siempre ha sido así: ellos pronosticaban mi muerte, yo he sobrevivido y ellos han muerto, en compensación, toda mi vida he sufrido atroces dolores de cabeza", decía Andreotti, interpretado por Toni Servillo. Podría haberlo Jordi Pujol y de inmediato veremos por qué.
A estas alturas se han publicado ya unas cuantas reseñas de este libro, resultado de una treintena de conversaciones con el periodista Vicenç Villatoro, realizadas entre febrero de 2019 y junio de 2020. Como quiera que el entrevistado es Pujol, la polémica está servida, ni que sea por un período de tiempo extremadamente corto, como ocurre con muchas de las polémicas políticas y sociales en los medios de comunicación actualmente. Con la cabeza fría, sin embargo, la mayoría de las cosas que Pujol tiene a decir sobre la actualidad política en Catalunya, en España y en Europa son, en realidad, bastante banales. Lo reconoce incluso el propio Pujol: "La verdad es que no estoy en condiciones de dar consejos u orientaciones, porque me voy quedando lejos de la actualidad" (p. 173).
¿Cuál es, entonces, el objetivo de este libro?
Sus autores no se han cansado de repetir a diestro y siniestro que no nos encontramos ante un intento de Pujol por legitimarse y vindicarse después del llamado 'caso Pujol', pero tanta insistencia resulta, no hace falta decirlo, sospechosa. En el prólogo, Villatoro dedica casi toda una página a explicar que el entrevistador "no es ni un fiscal ni un abogado defensor, y aún menos un juez" (p. 14), e intenta poner distancia reivindicando el género de la entrevista y recordándonos que a lo largo de su trayectoria ha entrevistado a muchos políticos destacados por los cuales no tenía necesariamente simpatías.
Aquí estamos Villatoro y yo de acuerdo. Louise Bryant entrevistó a Benito Mussolini y Barbet Schröder hizo excelentes documentales de personajes muy controvertidos, como el escritor Charles Bukowski, el dictador Idi Amin Dada o el abogado Jacques Vergès. Ahora bien, sorprendentemente, en la biografía que acompaña al libro de Villatoro –que admite su "muy larga relación personal, que me gustaría considerar de amistad, y por quien tengo una declarada simpatía personal e ideológica, salpicada en los últimos años por algunas perplejidades"– ha desaparecido casualmente toda su vinculación con Convergència i Unió (CiU). Recordemos, de pasada, que Villatoro fue diputado en el Parlament de Catalunya (1999-2002), presidente de la Fundación Ramón Trias Fargas (2004-2008), vinculada a este mismo partido, y miembro del patronato de la Fundació Centre d’Estudis Jordi Pujol.
Con estas credenciales está claro que Villatoro no hará de abogado defensor, pero aún menos de fiscal o de juez. ¿Qué podemos esperar, pues? Pujol y Villatoro juegan un partido de softbol de más de 350 páginas.Pujol en la ballena.
Sorprende que, de todas las cosas que dice (y no dice) Pujol en este libro sobre su trayectoria política, su familia o los escándalos en los que se ha visto implicado –y que Viilatoro a la fuerza tiene que preguntar, no tanto por honestidad como porque son demasiado grandes como no para hacerlo–, una de las que más haya llamado la atención a la mayoría de medios de comunicación en Catalunya es que el antiguo dirigente de Convergència Democràtica de Catalunya (CDC) no se declare independentista: "Como lo decía, yo no he sido independentista, salvo en un momento fugaz en el que se combinaba la opresión radical del primer franquismo con la lectura de los versos de Ventura Gassol" (p. 101); "Yo no impulsé el movimiento independentista. Ya le he dicho que durante muchos años, décadas, situé la reivindicación nacional de Catalunya en el marco de un proyecto español y de un proyecto europeo. Y frené iniciativas de tipo, digamos, más de ruptura o de distanciamiento. Es sabido que yo tenía prohibido que la JNC [juventudes de CDC] utilizase la estelada, aunque a veces no me hacían caso" (p. 191).
¿Dónde está la sorpresa en todo esto? Si los medios lo han destacado es, porque como ha observado agudamente el director académico de la Fundación Irla, Lluís Pérez Lozano, hay quien "(desde diferentes bandos) ha querido insistir en esta hipótesis para intentar que 'independentismo' se convierta en sinónimo de 'Convergència'". Que el árbol no nos impida ver el bosque. Como Andreotti en la película de Sorrentino –y, por descontado, en la vida real: una de sus frases más conocidas es "aparte de las guerras púnicas, me han atribuido verdaderamente de todo" –, el expresidente de la Generalitat considera las críticas como una especie de cruz con la cual ha de cargar a raíz de su anuncio, el 25 de julio de 2014, de que había ocultado, duarnte 34 años, dinero procedente de una herencia de su padre Florencio, de acuerdo a su propio testimonio.
"No me puedo quejar, lo tengo que asumir, forma parte de mi penitencia" (p. 178), dice Pujol, que pide perdón, "que no es exactamente indulgencia de quien me pudiese castigar" (p. 165). Pujol se compara, también, con el profeta Jonás, quien se sacrificó para salvar el barco en el que viajaba de la ira de Dios (pp. 186-187). La víctima, lo habéis entendido bien, es Pujol. Y, en la misma lógica, los avances logrados por Catalunya durante sus 23 años de presidencia "no se pueden borrar" y son mérito exclusivo de Pujol. Incluso los que no lo son de ningún modo, como la inmersión lingüística: como han señalado diversos autores, a principios de los ochenta CiU (y ERC) plantearon un sistema de doble red, en catalán y castellano.
La defensa de un sistema único con el catalán como lengua vehicular –técnicamente llamado de conjunción lingüística– fue defendido por el PSUC y el PSC para evitar, entre muchos otros motivos, la segregación de la población inmigrada. Irónicamente, el sistema de conjunción lingüística adquirió rango estatutario con el tripartit, con el Estatut del 2006, que CiU se había negado a reformar en la legislatura de 1999-2003 porque era una de las condiciones que le puso el PP para darle apoyo. Si Pujol es Jonás, ahora se encuentra en la ballena, escuchando su propio eco. De la hegemonía a Tangentopoli.
Más interesante resultan los fragmentos sobre CiU, que consiguió convertirse durante décadas, como es notorio, en un partido hegemónico –el resto de partidos catalanes tenían que definirse en referencia a CiU–, incluso en su nombre, una vez se descartó el de Partit Nacionalista Català. Convergència, relata Pujol, "resulta extraño para un partido político, no pone el acento en ninguna definición ideológica, ni liberal, ni socialista o socialdemócrata, ni democristiana […] no estaba pensado sólo en términos políticamente estrictos, sino que también marcaba una actitud de obertura hacia entornos diversos, no encapsulados; es decir, con fronteras abiertas" (p. 263).
Por este motivo critica el cambio de nombre, que considera "un gran error, un grandísimo error", porque el nombre de Convergència "tenía un significado, se entendía que la idea básica del partido era recoger gente" y hacer "un partido no de doctrina rígida" (p. 264). Puede que el nuevo nombre (Junts) se ajuste más a lo que él quería. Curiosamente, la fuente bibliográfica que Pujol –el talento del cual para cooptar intelectuales es legendario– recomienda no es otra que Nacionalisme i autogovern. Catalunya (1980-2003) (Afers, 2008), de Paola LoCascio, quien, después de hacer carrera en el pujolismo –ganó la beca Jordi Pujol y su tesis doctoral la dirigió Agustí Colomines–, ahora la hace en el antipujolismo, e incluso en el anticatalanismo más feroz. En un paso del libro, Pujol recuerda su comparecencia en el Parlament de Catalunya, en la que habló de Tangentopoli. Si lo menciono aquí es porque no me parece una anécdota, ya que la lectura que hace Pujol invierte, pujolianamente, causa y consecuencia: "Todo ello se convirtió en una operación de destrucción de los partidos centrales de la política italiana" (p. 194).
En otras palabras, que la causa de la destrucción no es la corrupción de las organizaciones políticas que llevó a la implosión del sistema de partidos italiano, sino su revelación e investigación, tal y como, según el relato (post)convergente, los escándalos en los que se ha visto implicada CiU no son la causa de la crisis que aún arrastra, sino el hecho de que fuesen revelados e investigados. La retórica pujoliana en este libro está llena de vaguedades e imprecisiones, por las que se hizo famoso, para evitar tratar una cuestión directamente –"mire, en Banca Catalana pasó lo que pasó, pero podría haber terminado muy bien, porque el trabajo, en conjunto, se hizo muy bien" (p. 201)– y se lee, en consecuencia, mejor entre líneas.
Después de terminar la lectura de Entre el dolor i l'esperança la única certidumbre es que Pujol, que pronto hará 91 años, se llevará sus secretos, los que tenga, y que seguramente no son pocos, a la tumba, eso si no nos entretiene con otro libro de muchas divagaciones y, sólo de vez en cuando, algún apunte interesante para dar gato por liebre. Al fin y al cabo, eso es lo que hicieron otros personajes de su generación, desde Santiago Carrillo a Manuel Fraga. O, en Italia, el propio Andreotti. "¿Qué me gustaría ver en mi epitafio", se preguntó en una ocasión el dirigente democristiano italiano, "Fecha de nacimiento, fecha de muerte y punto. Las palabras de los epitafios son todas iguales. Leyéndolas uno se pregunta: disculpe, si todos eran tan buenos, ¿dónde está el cementerio de los malos?".
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