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Contra la Guardia Civil con cartuchos de dinamita en la mano

'Tres periodistas en la revolución de Asturias' recoge las crónicas de Josep Pla, Chaves Nogales y José Díaz sobre la revuelta asturiana de 1934, un escenario violento de guerra inspirado en la revolución rusa permitido por las debilidades internas de la República. 

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Imagen de la represión tras la revolución asturiana de 1934

BARCELONA,

Más de 80 años después, es difícil que nos hagamos una idea de la destrucción que supuso la insurreción de Asturias en 1934. Hay un primer dato que, comparándolo con cualquier protesta reciente que hayamos podido ver, es escalofriante: 1.500 muertos. La imagen que tenemos de las revoluciones es mucho más romántica que la que tenemos de las guerras: en términos prácticos, la revuelta de Asturias fue un conflicto armado con toda la violencia y destrucción que eso implica. 

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Campamentos médicos llenos de civiles, mujeres y niños heridos. Bombardeos aéreos de las fuerzas republicanas contra los insurrectos. Mineros insurgentes con la dinamita en la mano que encienden con el cigarro que llevan en la boca hacen recular a guardias civiles y de asalto con explosiones e incendios descontrolados. Formación de de comités revolucionarios que abolen la moneda, crean cartillas de racionamiento y en un par de días se encuentran sin recurso. Una ciudad importante, Oviedo, arrasada por las explosiones -con buena parte de su patrimonio cultural-. Una República débil golpeada por una idea llegada desde Moscú. 

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"La rebelión ha tenido esta vez caracteres de ferocidad que no ha habido nunca en España", escribió Chaves Nogales

Tres periodistas en la revolución de Asturias (Libros del Asteroide) recoge las crónicas periodísticas que José Díaz Fernández, Josep Pla y Manuel Chaves Nogales hicieron de estas jornadas. Son puro periodismo de guerra, como el que se había hecho años antes durante la Gran Guerra de 1914, y se continuaría escribiendo durante la Guerra Civil española y la Segunda Guerra Mundial. Como escribe Chaves Nogales en una de sus crónicas, "la rebelión ha tenido esta vez caracteres de ferocidad que no ha habido nunca en España. Ni siquiera durante la gesta bárbara de los carlistas hubo tanta crueldad, tanto encono y una tan pavorosa falta de sentido humano". 

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Un socialista y un conservador

Puede ser que el que se encontró en una mejor posición para narrar los hechos -ya que los vivió en primera persona- fue el escritor José Díaz Fernández, que los recogió en Octubre rojo en Asturias, un reportaje novelado incluido en esta compilación. Díaz fue diputado del Partido Republicano Radical Socialista en 1931, y volvió a serlo en las elecciones de 1936. Realizaba amplias colaboraciones con la prensa. Murió en el exilio francés justo cuando los nazis ocupaban el país. 

'Octubre rojo en Asturias' es un intento de humanizar la tragedia, de explicar la cotidianidad, los anhelos, las maldades y las virtudes de los mineros 

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Octubre rojo en Asturias es un intento de humanizar la tragedia, de explicar la cotidianidad, los anhelos, las maldades y las virtudes de los mineros que sacaron adelante una insurreción caótica y violenta, sin un objetivo ni liderazgo claro, alrededor de una idea que ya planeaba toda Europa desde la revolución bolchevique de 1917. Para los mineros, "la palabra 'revolución, que trepidaba dentro de ellos, como un motor, quería decir sobre todo acceso a una existencia hasta entonces vedada. El hombre de la vida difícil, el desterrado de la aldehuela inhóspita y del suburbio minero llegaba como una tromba a tomar posesión de una existencia nueva. ¿Es extraño que en el descanso de la lucha, en algún comercio abandonado, descorchase alguna botella de champaña y calzase un par de zapatos nuevos?''.

Díaz intenta comprender los motivos de los insurrectos -que son mucho más sentimentales que reales- y el impacto psicológico de su derrota. Describe actos de crueldad contra los guardias civiles detenidos, momentos de compasión entre las fuerzas enfrentadas y el día a día caótico cuando se intenta cambiar la sociedad y no se tiene una idea de cómo hacerlo. Narra las luchas entre facciones dentro de los revolucionarios, donde las posiciones más extremistas eclipsan el "socialismo que quiso reformar el mundo por la palabra, instrumento demasiado frágil en un ambiente de violencias". 

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El fracaso estrepitoso que supuso intentar una revolución socialista, con todos los muertos y destrucción que implican estos procesos, en una sociedad que -según Díaz- "no estaba preparada para las consignas integrales de la revolución social y la dictadura del proletariado", dentro de una España donde las "defensas burguesas no estaban gastadas ni el Estado se descomponía" y donde los partidos socialistas habían pasado "sin transición del colaboracionismo gubernamental a la revolución clasista". 

"La sensación dominante entre la oposición era que la CEDA apoyaba el gobierno no para reforzar la República sino más bien para sabotearla"

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Si Díaz vivió Asturias desde dentro -tanto físicamente como ideológicamente- Josep Pla comenzó a relatar los hechos desde la política de Madrid. Como Jordi Amat explica en el prólogo del libro, no se pueden desligar los hechos de Asturias de los cambios gubernamentales hacia la derecha que se estaban sucediendo en Madrid: "La sensación dominante entre la oposición era que la CEDA apoyaba el gobierno no para reforzar la República sino más bien para sabotearla. El líder conservador (...) esperaba el momento idóneo para entrar primero en el gobierno y hacerse luego con la presidencia. (...) Los titubeos de Gil-Robles con las dictaduras reaccionarias hacían presagiar lo peor. El fascismo ya era un fantasma que recorría Europa''.

Las crónicas de Pla eran para La Veu de Catalunya, un diario conservador catalán, por tanto la Lliga siempre quedaba bien y las izquierdas solían recibir los palos. Pero que sus críticas fueran muy afiladas no quiere decir que fueran menos ciertas. Pla regresa de Oviedo "aterrorizado por el aspecto que presenta la ciudad" y cree que en "el terreno de la lucha política, hay que remontarse a las escenas de la Commune de París para encontrar algo parecido''. 

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Quien haya leído a Pla sabe que no era nada dado a las exageraciones -en estas mismas crónicas no para de advertir sobre el sensacionalismo de mucha prensa madrileña-, y por eso mismo es relevante que un periodista como él, que había vivido en la Europa de entreguerras forjada en la destrucción, advierta con tanta fuerza de la gravedad de la revuelta minera. Los culpables, para Pla, están claros: ''Esta es la obra del socialismo y del comunismo en comandita con los hombres de Esquerra Catalana. Han sembrado por doquier la destrucción, las lágrimas y el cieno''.

''Esta es la obra del socialismo y del comunismo en comandita con los hombres de Esquerra Catalana"

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La respuesta de orden del Gobierno de Lerroux fue reforzada absolutamente por Pla. Los días que pasará en Asturias recogiendo testimonios serán una especie de preludio de la Guerra Civil que le hará exiliarse fuera del país. Y, puede ser, también una tentativa inicial de por quién tomará partido cuando España se divida en dos. 

Los fantamos europeos

La última crónica del libro es la de Manuel Chaves Nogales, un artista del reportaje que sabe captar la esencia de la revolución asturiana a través de la anécdota y la moralidad de los individuos. Chaves lo liga con Europa, donde ha visitado los países convertidos al fascismo y al comunismo, fuerzas que cada vez presionan más a la débil República española, de la que Chaves fue un defensor -liberal- de principio a fin.

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Visiones que cada día hacen más difícil la posibilidad de convivencia pacífica entre burgueses y obreros, entre izquierdas y derechas, y que interpretan los sucesos de Asturias con frivolidad: ''Preveo que, en esto como en todo, la opinión española se dividirá en dos bandos igualmente irreconciliables. El de los que afirmarán que la población minera de Asturias lanzada al movimiento es una horda de caníbales y el de los que sostendrán que todo fue un juego de inocentes criaturas o, a lo sumo, de cabezas alocadas y sin responsabilidad''.

Chaves recuerda que hubo 1.500 muertos por culpa de la insurreción, y esta cifra no necesita más adjetivos trágicos -ni artículos sensacionalistas de la derecha- que se aprovechen de la situación: ''Si se ha dicho que en Sama se comieron un cura y luego resulta que no se lo comieron, sino que lo asesinaron y dejaron el cadáver abandonado dos días en la calle, parecerá que el crimen es menos execrable que lo que realmente fue''.

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Chaves no esconde las acciones bondadosas que algunos mineros han hecho durante la revolución, a pesar de ser un hombre de orden que menosprecia la insurreción "bolchevique" con todo el fanatismo y muertos que arrastra. Como en las mayoría de sus reportajes habla sobre la Guerra y lo que nos hace humanos en situaciones extremas, tanto en nuestra crueldad como en nuestra bondad: ''Los jefes revolucionarios que lucharon contra sus propios secuaces para salvar la vida de los prisioneros no lo hacían románticamente, (…) sino porque no habían perdido la esperanza de que en un mismo lugar puedan convivir en lo sucesivo los de un bando y los de otro, los que quieren provocar una utópica revolución social y los que tienen el deber de cortarle el paso''.

Una esperanza que, dos años después, ya comenzaba a desaparecer de España y llevaba a Europa a un futuro oscuro. 

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