Eugenio del Río, la primera disidencia de ETA
Uno de los fundadores del Movimiento Comunista, hijo la primera escisión de ETA, es hoy un intelectual de izquierdas que anima a que este país se ponga de acuerdo en lo que hay que cambiar, en lugar de poner antes grandes titulares a nuestro futuro.
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MADRID.- “En 1968, la ETA auténtica tiene un montón de personas liberadas, a veces perseguidas, que comienzan a viajar en parejas y, en algunos casos, armadas. Un 7 de junio, cerca de Tolosa, una pareja de motoristas intercepta a Txabi Etxebarrieta e Iñaki Sarasketa. Extebarrieta saca su arma y mata a un Guardia Civil. Consigue huir, pero en Bentaundi lo interceptan de nuevo y lo matan. Sarasketa es capturado a la mañana. Ahí empieza la lucha armada de ETA. No es por una decisión racional que haga un cálculo de ventajas e inconvenientes. Cuando se pone en circulación a personas perseguidas y armadas, está garantizado que en algún momento va a haber un choque, pero no es una decisión deliberada”.
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Porque utopía e ilusión son los impulsos que han movido siempre a este donostiarra, nacido durante la II Guerra Mundial, que iba para director de cine. Dice que tuvo una infancia convencional, aunque no debió de serlo tanto siendo hijo de padres separados en un San Sebastián provinciano, de apariencias estrechas, y de familia venida a menos por culpa del crack del 29.
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“Tímido, reconcentrado, un chaval vago” del colegio de los marianistas, cuenta que la conciencia política le surgió a través de flashes que le descubrieron la anormalidad del franquismo en un Donosti que, cada verano, los incorporaba a su normalidad. Recuerda como, siendo un crío, lo desalojaban del puerto al que bajaba con su caña a pescar “pescados infames”, cuando Franco llegaba con su Rolls Royce para embarcar en el Azor. O como, durante esos días, el gobernador civil se quitaba de en medio a los que tenían antecedentes antifranquistas enviándoles preventivamente a la prisión de Martutene.
“Eran destellos, revelaciones” que se asentaron en la mente de Eugenio gracias a los libros que le pasaba el capellán de San Juan de Dios. Se acuerda de Los grandes cementerios bajo la luna de George Bernanos, sobre los fusilamientos en Mallorca. Y, en especial, de El árbol de Gernika de Georges Steer. “Un buen golpe. Yo no sabía nada de eso. Nadie hablaba de lo que había ocurrido por prevención. A través del libro se instaló en mi una especie de sentido justiciero, de ganas de vengar a los que habían sufrido o estaban sufriendo”.
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“Iturrioz era una persona muy crítica con el nacionalismo vasco existente: con la tradición de Sabino Arana y el PNV; estaba mucho más a la izquierda y en una línea más pluralista. Surgió en nosotros la esperanza voluntarista y quimérica de que ETA llegara a ser una organización no nacionalista que diera prioridad a la clase obrera”. Pero la ilusión no tardó en frustrarse cuando en la Navidad de 1966, en una asamblea celebrada en el monte guipuzcoano, la parte nacionalista de la organización aisló –“¡literalmente, nos encerró en un caserío!”- al grupo de Iturrioz y del Rio que se escindió, solo un mes después, en ETA Berri, la Nueva ETA.
Desde allí, y siempre con la actividad sindical como leitmotiv, Komunistak organizó las Escuelas Sociales, “que se convirtieron en viveros para mucha gente joven”; creó diferentes publicaciones; se extendió a Alemania, Bélgica, Suiza… y en España “fuimos enganchando a otras organizaciones con inquietudes similares en Madrid, Galicia, Aragón, Valencia… de manera que en 1974 ya se había creado la red que dio lugar al MC”. Una organización maoísta que sobreviviría, con Del Río como secretario general, hasta el fracaso de la unificación con la Liga Comunista Revolucionaria.