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Actualizado:Tan solo hace 16 meses de aquella estampa en la que Pablo Iglesias (Madrid, 1978), junto a Pablo Echenique en medio del hemiciclo del Congreso, rompía a llorar. Que el compás esquizofrénico en el que se desarrollan los acontecimientos no nos haga perder de vista la verdadera magnitud del paso del tiempo. Era el 7 de enero de 2020 y Pedro Sánchez volvía a ser investido presidente; por primera vez, desde la II República, habría un gobierno de coalición estatal y entraban responsables de partidos más a la izquierda que el PSOE (sí, también comunistas) en el Consejo de Ministros.
Que el exvicepresidente segundo es un seriéfilo cuyas opiniones en la materia deben ser tenidas en cuenta no es ninguna sorpresa. Que no consta que haya valorado todavía The Hunters, una de las mejores series estrenadas el año pasado, sí que podría serlo. Creada por David Weil, está protagonizada por Al Pacino interpretando a Meyer Offerman, un rico judío afincado en el Nueva York de 1977 y sobreviviente del holocausto. Sinopsis: algunos responsables nazis huyeron a Estados Unidos tras su derrota en Europa y organizan una sociedad secreta para instaurar el IV Reich. Offerman recluta a un grupo de judíos "superhéroes" cuyo objetivo es cazar a estos nazis y hacer fracasar sus planes.
Nazis nunca más fue la canción de Reincidentes que Iglesias colgó en sus redes sociales el pasado 30 de marzo. Ese día, el candidato de Unidas Podemos a presidir la Comunidad de Madrid visitaba una asociación vecinal en Coslada que previamente había sido objeto de un ataque por parte de la ultraderecha. Un grupo de neonazis intentó boicotear el acto e Iglesias se encaró con ellos. No ha trascendido qué palabras intercambió con los ultras, mascarilla mediante, pero el líder morado puso pie en pared y dejó claro que no se achantará ante esta lacra que se extiende como la pólvora por Europa y otras partes del mundo. Ya el 10 de diciembre de 2018, en Rambla de Catalunya, en Barcelona, un grupo de neonazis pretendió parar la presentación del libro Nudo España (Arpa) que recoge las conversaciones entre el propio Iglesias y el periodista Enric Juliana. También allí les aguantó la mirada a pocos metros de distancia y la foto inundaría las redes sociales.
Cuando el pasado 15 de marzo anunciaba que dejaba el Gobierno para ser candidato madrileño, la sorpresa se propagó por redacciones y mentideros. Sin embargo, analizando al personaje, la jugada cuadraba: se echaba a un lado de un Ejecutivo de coalición en el que cada vez tenía más difícil defender sus postulados; dejaba paso a la que será (según lo previsto) la líder del espacio de la izquierda, Yolanda Díaz; fijaba su atención en salvar a su partido, en superar el 5% en los comicios de mayo, de lo contrario se quedaría como extraparlamentario, un gran fracaso, un varapalo incalculable de cara al futuro de la formación; volvía a Madrid, a los barrios, y a una campaña electoral polarizada, donde se mueve como pez en el agua y disfruta como un enano.
"La actitud política del actual candidato siempre ha tenido un punto de reto y de vacile"
Ya en 2014, cuando un grupo de profesores universitarios y activistas movían ficha y presentaban Podemos para concurrir a las elecciones europeas, el movimiento fue tachado de irreverente por muchos. La actitud política del actual candidato siempre ha tenido un punto de reto y de vacile. Primero, a la izquierda tradicional, cuando IU no aceptó renovarse ante los movimientos tectónicos que se abrían tras el 15M: una nueva generación llamaba a las puertas de la política. Segundo, marcando como el objetivo a batir de Podemos al PSOE y el sorpasso al mismo era el leitmotiv. Tercero, dibujando un horizonte para la crisis territorial que superaba el enfrentamiento entre nacionalistas españoles e independentistas catalanes. Cuarto, empeñándose en que Unidas Podemos tenía que estar en los despachos de los ministerios, para lo cual no dudó en arrinconar a Sánchez, en jugársela con una repetición electoral o, incluso, en renunciar él mismo a formar parte del Gobierno. Era verano del 2019.
De Iglesias (como característica política) se puede asegurar que es un táctico nato, que su especialidad es el regate corto. Lejos de asumir grandes dogmas que muevan, como un mantra, su acción política, la estrategia a largo plazo la va construyendo en el día a día. Es quizás por ello que le apasionan los retos, que es impredecible, que es capaz de dejar una Vicepresidencia del Gobierno del Estado para ser candidato de la cuarta o quinta, según encuestas, fuerza política en unas elecciones autonómicas. Nadie podrá decir nunca que se apegó al cargo o al sillón. Al mismo tiempo, mientras le obsesiona esa acción-reacción cotidiana, tiene una perfecta concepción del hecho histórico y su carrera política da muestra de ello: se pretende guionista (escribe su propia serie, por capítulos) y ansía que la historia que deje sea interesante y divertida para quien venga después a leerla o visionarla.
El odio al establishment y al poder. Si las anteriores características son cruciales para entender la psicología de Iglesias (del personaje público y político), esta podría ser la principal: no soporta la arrogancia de aquellos a los que se les presupone estar por encima del resto por origen, por dinero, por tradición. Iglesias odia a los privilegiados y les ha señalado, sin cortarse un pelo (o la coleta), durante toda su trayectoria. Es una animadversión estomagante la que siente hacia esto. Y, por eso, es uno de los personajes más odiados por parte de la corte y la campaña constante de acoso y derribo contra él, por tierra, mar y aire, es brutal, prolongada y desde diferentes planos: mediática, judicial e, incluso, a través del acoso durante meses a las puertas de su casa de fascistas y neonazis que no han dudado en acorralar la morada familiar donde viven también tres menores.
"No soporta la arrogancia de aquellos a los que se les presupone estar por encima del resto por origen, por dinero, por tradición"
Por ello, el candidato plantea una campaña antifascista, al menos en un doble sentido. Uno de ellos, de raigambre histórica: retorna a los aprendizajes posteriores a la II Guerra Mundial que pusieron los pilares de una Europa democrática y social a través de la redacción de constituciones que basaban su sustancia en el rechazo al monstruo del fascismo que había destruido el continente. El otro, actual: cuando ser Antifa se ha revalorizado en los últimos tiempos como una forma de oposición a esas nuevas formas de abuso de poder cuyo mejor exponente es el trumpismo, cuyo mejor exponente (valga la redundancia) en España es Isabel Díaz Ayuso.
Iglesias y los cazanazis. Como Offerman en The Hunters, el candidato ha ido seleccionando un equipo para la misión. El personaje de la serie se rodea de una estrella de cine que es maestro del disfraz, de una monja espía, una pareja de viejos judíos expertos en armas, la experta en llaves maestras y cerraduras y un joven con sed de venganza tras el asesinato de su abuela. Al equipo de Iglesias, (y salvando las distancias, son cosas de las metáforas) ya se han unido un maestro retirado y viejo sindicalista, un portavoz del Sindicato de Manteros y de la Asociación Sin Papeles de Madrid, una abogada y activista de la PAH…
El grupo de la ficción usará cualquier método habido y por haber para evitar la instauración de un IV Reich en el corazón de Estados Unidos en la década de los setenta. La candidatura madrileña, por su parte, no tendrá más arma que la palabra y escenario que aquellos que vayan construyendo en contacto (con distancia de seguridad) con la gente de los barrios para parar lo que podría ser la entrada de la ultraderecha de Vox en un gobierno autonómico que estaría presidido por la figura más ultra del PP. En la serie, habrá un giro final que hace que todo cobre un sentido diferente. No lo contamos (ni tenemos en cuenta a la hora de escribir estas líneas) para no hacer spoiler. El resultado de las elecciones y el futuro político de Iglesias sí que es un verdadero enigma. En este caso, es imposible hacer spoiler.
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