madrid
Actualizado:De corte romano, la nariz, o aguileña. Frente despejada. Mandíbula generosa y barbilla cóncava, resaltada por una barba dejada durante algunos días que no puede ocultar las canas. Aunque el candidato de Ciudadanos a presidente de la Comunidad de Madrid, Edmundo Bal (Huelva, 1967), se recortó el tupé, recuerdos de rockero y motero, uno, al mirarlo, no puede obviar que le da un aire a Al Pacino, al Al Pacino de hace algunos lustros.
El pasado 8 de este mes, la líder de lo que queda del partido naranja, Inés Arrimadas (la recordarán de episodios como Que no quede lazo amarillo o Yo me manifiesto en el Orgullo aunque no comparta sus reivindicaciones), se derretía en elogios hacia su escudero en un desayuno informativo. De él, destacaba su solvencia por "sus treinta años ejerciendo de servidor público como abogado del Estado", su valentía "por enfrentarse a la corrupción y al procés" y un supuesto perfil moderado que pretende contrastar con el actual clima de polarización política en el que se desarrolla esta campaña madrileña. "Solo hay un candidato que quiere y puede ser el candidato de todos los madrileños y ese es mi compañero Edmundo Bal", palabras de Arrimadas.
En el año 1997, se estrenaba la película The Devil’s Advocate, título traducido en Latinoamérica como El Abogado del Diablo y por estas tierras como Pactar con el Diablo. Dirigida por Taylor Hackford, estuvo protagonizada por Keanu Reeves y el propio Al Pacino. El filme actualizaba la leyenda de Fausto, mito al que han regresado tantos grandes escritores (Christopher Marlowe, Goethe…): el insatisfecho con la vida carnal y material que, para llegar más allá, no duda en pactar con el diablo. La simbología de la ambición sin límite que hace perder la perspectiva que diferencia entre el bien y el mal. La película de Hackford fue catalogada como una de las mejores recreaciones del diablo en la gran pantalla. Era el personaje de Al Pacino.
"¿Con quién pactaría Ciudadanos, si consiguiera ser influyente tras las votaciones?"
La caída del bipartidismo en la última década, con la irrupción de nuevas formaciones políticas de carácter estatal (Unidas Podemos, Ciudadanos y Vox) hace que se vaya normalizando la costumbre de la coalición gubernamental en distintos niveles de la administración. Al mismo tiempo, esto lleva a ese tedio de que en las campañas electorales se hable más del quién que del qué, de pactos postelectorales que de políticas concretas. Y en esta tesitura (la del con quién) iniciaba la carrera hacia las urnas Ciudadanos, una vez que Isabel Díaz Ayuso daba por muerta la coalición gubernamental con Ignacio Aguado el pasado 10 de marzo y, tras los hechos de Murcia, convocaba elecciones para el 4 de mayo. ¿Con quién pactaría Ciudadanos, si consiguiera ser influyente tras las votaciones?
La lentitud de Aguado (podría haber sido más que vicepresidente en la política madrileña si se hubiera atrevido a buscar socios de gobierno alternativo) supuso el descenso a los infiernos de su figura. Quizás también ha significado una aceleración hacia el precipicio sin posibilidad de retorno de Ciudadanos. La osadía de Arrimadas de iniciar una jugada en Murcia para desbancar a un PP que lleva desde el 1995 engrasando la maquinaria (en lo institucional y en las relaciones y favores entre la política y demás sectores de poder) de esta región, puede suponer un anticipado punto y final a la aventura del partido naranja.
Una formación que se fijó como objetivo volver al centro tras los delirios de grandeza de Albert Rivera, quien llegó a pensar que podía sustituir al PP como punta de lanza de las derechas españolas y competir con Vox en cuanto a nacionalismo español se refiere. El resultado fueron tan solo 10 diputados en el Congreso (47 menos que en abril) en la repetición electoral de noviembre de 2019. Hay manos que todavía siguen doloridas de aplaudir tanto a Rivera.
Tras el batacazo, la primavera pasada era el momento de una renovación congresual de Ciudadanos. Esta consensuó volver a la moderación con Arrimadas (sí, con Arrimadas) como presidenta. De esa moderación ha sido representante el hoy candidato Bal, tal y como hemos podido comprobar durante la pandemia, cara visible de la escuadra naranja durante la baja por maternidad de Arrimadas, distanciándose en los momentos más duros de la crisis de la covid-19 de la línea de PP y Vox, quienes vieron la oportunidad de derrocar al Gobierno de coalición bajo el estandarte de "gobierno ilegítimo" cuando la pandemia golpeaba con más fuerza a la sociedad española.
Bal, sin embargo, fue fichado por un Rivera que se encontraba en su momento más nacionalista y ultra. Era marzo de 2019, al hoy candidato a presidente madrileño se le requería para incrustarse en las listas de las generales de aquel abril. Un mes antes de este anuncio, PP, Ciudadanos y Vox llenaban la plaza de Colón de rojigualdas, concentración que quedaría inmortalizada para la historia como "la foto de Colón". Una foto en la que los líderes de estos tres partidos apretaban puños, sacaban pecho, se ponían firmes y se miraban de reojo, desconfiados, retadores, bravucones. Rivera ansiaba liderar el espacio de las derechas y ultraderechas (como si la reencarnación de Aznar se creyera) y la caverna mediática lo mimaba con tal fin.
Pocos meses antes de la sonora incorporación de Bal a las listas naranjas, en noviembre de 2018, el actual candidato madrileño era sustituido como jefe del departamento penal de la Abogacía del Estado. No sería él quien dirigiría la acusación en el juicio en el Tribunal Supremo contra los líderes independentistas. Si el Gobierno de Sánchez pretendía rebajar la tensión en el conflicto catalán, Bal pedía para los acusados rebelión en lugar de sedición. Pretendía, el hoy moderado, conseguir la sentencia más dura contra los disidentes, como con sed de venganza. Tiempos extraños aquellos en los que España parecía que se rompía por Catalunya, y no por Madrid. Cómo cambian las tornas.
Hoy, Bal maquilla su perfil centrado para lograr su misión más importante desde que llegó a la política partidista (ya hemos visto cómo política también se hace desde los tribunales): conseguir un 5% de los votos que permita a Ciudadanos entrar en la Asamblea de Madrid y dejar al menos en punto muerto la inmolación del partido naranja. Para ello, el aspirante plantea medidas como incorporar al sistema público a los sanitarios contratados temporalmente durante la pandemia, acortar las listas de espera en sanidad, un plan de ayudas directas a los sectores más golpeados por la crisis del coronavirus, que el abono transporte mensual cueste treinta euros a los jóvenes de entre veintiséis y treinta años, mantener el metro abierto las veinticuatro horas del día los fines de semana…
"Madrileños por Edmundo", con este eslogan naíf Ciudadanos afronta la campaña reivindicando "una tercera España que no resuelve sus problemas a garrotazos", como si nunca hubieran roto un plato; borrón y cuenta nueva. Se sitúa en una equidistancia entre Unidas Podemos y Vox (entre el antirracismo y el racismo, entre otras cosas), a quienes considera en los extremos y augura que a mayor influencia naranja, menor será la de estos partidos. Sin embargo, tal y como no se cansa de repetir, Edmundo sueña con reeditar el pacto con Díaz Ayuso (a pesar de los malos tratos que recibieron los naranjas en los momentos más tensos del anterior mandato) y, para ello, no dudará en pactar con Vox, aunque sea indirectamente, para que, desde fuera del Ejecutivo, diera apoyo a la investidura y los presupuestos (como ya han hecho en distintas comunidades autónomas).
"Ciudadanos no consigue librarse del pacto sellado hace tiempo con la ultraderecha"
Como Fausto, que vende su alma al diablo hasta la eternidad tras sellar el pacto con una gota de sangre, Ciudadanos no consigue librarse del pacto sellado hace tiempo con la ultraderecha. El discurso final de The Devil’s Advocate de John Milton (el diablo, Al Pacino) bien podría ser un mantra de la noche electoral en la sede de Ventas. Frente a Kevin Lomax (Keanu Reeves, un abogado que no duda en defender las causas más indignas con tal de llegar al éxito y acumular poder, un ambicioso que vende su alma al diablo), el diablo pronuncia: "A Dios le gusta observar, es un bromista. Piénsalo: dota al hombre de instintos. Os da esta extraordinaria virtud ¿y qué hace luego? Los utiliza para pasárselo en grande, para reírse de vosotros al ver cómo quebrantáis las reglas. Él dispone las reglas y el tablero. Y es un auténtico tramposo. Mira pero no toques, toca pero no pruebes. Prueba... pero no saborees. ¿Y mientras os lleva como marionetas de un lado a otro qué hace él? ¡Se descojona!".
Figúrense a Al Pacino riéndose cara a cara con Edmundo Bal poco antes de que se inicie el escrutinio el 4 de mayo en la sede de Ciudadanos, aquel partido que selló un pacto con el diablo y que gracias a él casi llega a acariciar el poder máximo. Cuando quiso volver al centro, ya no había centro al que volver. "Mira pero no toques, toca pero no pruebes. Prueba... pero no saborees". Mientras, Edmundo deshojará las margaritas, taciturno y temeroso de que las urnas no le arrojen ni siquiera un mísero 5%. Quizás ya no exista ni el centro. Quizás nunca existió.
Los perfiles de los otros candidatos
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