El debate
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MADRID,
Hay quien dice que la política de verdad es lo que sale en el BOE y que el resto es relato. Que son las leyes las que cambian de verdad la vida de la gente y que las palabras, al fin y al cabo, se las lleva el viento. Suena razonable e incluso de izquierdas pero, en realidad, es una noción de la política enormemente ingenua.
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Ayer el debate entre los candidatos a presidir la Junta de Andalucía volvía a demostrar que el dominio del relato y de la agenda es condición de posibilidad, tanto de tener un buen resultado electoral como de poder traducirlo después en leyes. Y es en esa pelea por el relato donde el estilo de la ultraderecha presenta una política descarnada, sin el más mínimo respeto por las normas democráticas, por el rigor o por la verdad. Ayer lo volvimos a ver y en la SER Aimar Bretos se preguntaba: ¿Cómo debe contestarse a la ultraderecha cuando provoca y miente?
Está bien pararles los pies en un debate pero el problema real es otro. La violencia verbal de la ultraderecha no se sostiene por la agresividad de sus portavoces sino que la sostienen los que fabrican las escaletas de las tertulias y los telediarios. ¿Cómo no van a colonizar los ultras el debate público si las tertulias están llenas de tertulianos ultras y si buena parte de los medios normalizan cada día a la ultraderecha? Macarena Olona e Isabel Díaz Ayuso no son más que el resultado de la batalla ideológica que la ultraderecha va ganando porque cuenta con ingentes apoyos mediáticos y económicos en tanto que punta de lanza de la reacción.
Es evidente que si los andaluces decidieran su voto en función de quien ofrece y puede gestionar mejores servicios públicos, mejor sanidad y mejor educación, optarían por la izquierda y es evidente también que las fuerzas de Por Andalucía llevan el mejor programa combinado con experiencia de gobierno tanto a nivel estatal como andaluz. Pero la política no va de programas, va del dominio del relato y de la agenda. Hay partido en Andalucía.