Cinco opositores antifranquistas recuerdan las manifestaciones de 1976 por la amnistía: "Paralizaron Barcelona"
La amnistía de 1977 es el único precedente de una ley similar en el Estado, conseguida tras la lucha de la oposición antifranquista. En Catalunya hubo movilizaciones pioneras el 1976 y las Diadas del mismo año y de 1977 fueron clave.
Emma Pons Valls
Barcelona-Actualizado a
Más de 10 años después del inicio del procés y casi seis del 1-O, se negocia al más alto nivel una amnistía para todos aquellos encausados y condenados por la movilización independentista. Salvando todas las distancias, su único precedente en la actual democracia es la amnistía de 1977, que concedía la libertad a los presos del franquismo, pero también garantizaba la impunidad a sus represores.
La amnistía de 1977 es la única que ha habido en democracia
El camino hacia este hito de la Transición estuvo marcado por las movilizaciones de la oposición antifranquista. Las manifestaciones del 1 y del 8 de febrero de 1976 en Barcelona están grabadas en la memoria de varias generaciones. A estas protestas pioneras se sumarían las dos primeras Diadas, que marcarían un punto de inflexión. La de 1976, en Sant Boi de Llobregat, y la de 1977, ya autorizada en Barcelona, también serían claves para restablecer las libertades.
Casi 50 años más tarde, Público habla con cinco opositores que evocan la efervescencia política del momento y la emoción de sentir que se formaba parte de un cambio histórico.
El clamor por la libertad supera la prohibición franquista
Hacía tan sólo dos meses y medio que el dictador había fallecido cuando Barcelona empezó a movilizarse en las calles para reclamar la amnistía de miles de presos políticos que estaban todavía encerrados. Era febrero de 1976 y la fuerza para reclamar un cambio superó el miedo y la incertidumbre de participar en unas protestas prohibidas.
Rafael Ribó, antiguo Síndic de Greuges: "No pensabas en el miedo, pensabas en el impulso que había que dar por la libertad"
"No pensabas en el miedo, sino en el impulso que había que dar a la libertad. No huimos cuando la Policía se acercaba con toda su fuerza represiva. Nos sentamos y recibimos porrazos, balas de goma, pero nos quedamos pacíficamente inmóviles". Habla Rafael Ribó, antiguo Síndic de Greuges.
En esa época, formaba parte del Secretariado de la Assemblea de Catalunya, la plataforma que aglutinaba partidos y movimientos de la oposición antifranquista y que califica "orgulloso" como su escuela política.
"Las manifestaciones fueron un éxito pese a la represión. Los grises se veían incapaces de contenerlas", recuerda Josep Pons, que era militante del PSUC desde 1974 y en ese momento estudiaba Arquitectura.
La "agresividad" policial marcó la jornada. "Recuerdo haber pasado mucho miedo. No estábamos preparados porque pensábamos que, después de la muerte del dictador, la cosa sería más tranquilita", afirma Rosa Cañadell, profesora jubilada y exportavoz de la USTEC, sindicato mayoritario de la educación en Catalunya.
En ese momento, era cercana a la Liga Comunista Revolucionaria (LCR), donde militaba su compañero, y estaba implicada en la lucha del Institut Mental de la Santa Creu, donde trabajaba.
La manifestación del 1 de febrero de 1976 fue impulsada por la Assemblea de Catalunya, pero convocada formalmente por la Federación de Asociaciones de Vecinos de Barcelona (FAVB). Tras unas negociaciones fallidas, fue prohibida por el gobernador civil de la época, Salvador Sánchez-Terán, pero los movimientos no cedieron.
"El ambiente era de entre miedo e ilusión, una mezcla. Ver manifestaciones así cuando en ese país era tan difícil y peligroso era como una emoción", explica Imma Puig Antich, hermana de Salvador, uno de los últimos condenados a muerte por el franquismo, en 1974.
Sin militar en ninguna parte, cedía su piso a varios partidos y movimientos para reunirse, desde el PSUC hasta anarquistas: "En ese momento todo era muy bestia".
Carreras y represión
Las carreras y el desbordamiento de la ciudad durante horas son dos imágenes de la jornada, que transcurrió sobre todo alrededor del Eixample, con el Passeig Sant Joan como epicentro: "Las manifestaciones [del 1 y el 8] paralizaron Barcelona", recuerda Pons.
Pastor, de la LCR, había vuelto clandestinamente y miraba las protestas en la distancia
Ribó, que militaba en el PSUC desde 1974 y se convertiría en su secretario general en 1986, todavía guarda la bala de goma con la que lo hirieron en la rodilla: "De repente vemos que por Passeig Sant Joan suben los grises con las porras, las escopetas de balas de goma, en una carrera absolutamente de enfrentamiento".
"Decidimos sentarnos en el suelo, somos miles de personas. Al lado tenía a [Joan] Raventós, [Lluís Maria] Xirinacs, [Ferran] García Faria, Miguel Núñez, Quico Pi de la Serra. Estábamos en primera fila", continúa explicando.
Miraba todo a una distancia prudencial Jaime Pastor, ahora profesor de Ciencia Política jubilado, que fue exiliado político en Francia y en ese momento había vuelto a escondidas y militaba clandestinamente en la Liga Comunista Revolucionaria en Barcelona.
Vivía en un piso en la calle Roger de Llúria y cuando podía se escapaba a ver las protestas. "Estaba en la dirección del partido, ilegal. Pero recuerdo las movidas, iba a distancia a verlas y cuando se calentaba la cosa tenía que replegarme. Eran tan masivas que la Policía no podía hacer mucho".
8 de febrero, nueva convocatoria
Los últimos embates de un régimen que se resistía a morir no fueron suficientes para detener una nueva protesta, convocada para tan sólo ocho días después: "No se perdió capacidad de convocatoria pese a la represión", apunta Pons.
Rosa Cañadell: "Había un sentimiento generalizado de que aquello era insostenible"
En esta segunda protesta aún fueron más las personas que salieron a la calle, impulsadas por un clima social favorable: "Franquistas había y siguen habiendo, pero había un sentimiento generalizado de que aquello era insostenible", dice Cañadell.
Sin embargo, tras 40 años de dictadura, no todos los que los apoyaban lo hacían públicamente: "No podemos caer en el mito de que la movilización antifranquista era mayoritaria. El sentimiento, seguramente, pero salir a la calle, no", explica Ribó.
Cuatro puntos clave
La amnistía era tan sólo uno de los cuatro puntos reivindicados por la Assemblea de Catalunya, fundada en 1971 y motor de las movilizaciones: las libertades políticas y el Estatut eran los otros dos principales y completaban el famoso reclamo de "Llibertat, amnistia y Estatut d'Autonomia".
También había un cuarto punto, menos conocido, que reclamaba la coordinación de los pueblos por la lucha democrática. "Había una fuerza grande de exigencia de cambio democrático, y la amnistía era una condición sine qua non", apunta Ribó.
El historiador David Ballester, autor de Tiempo de amnistía. Las manifestaciones del 1 y el 8 de febrero de 1976 en Barcelona (Edicions 62), considera estas dos protestas como las "primeras" movilizaciones masivas de todo el Estado para reclamar la amnistía.
Euskadi fue también un núcleo importante de esta reivindicación ante el alto número de presos de ETA, así como Madrid, pero la capacidad de movilización y coordinación de los partidos y movimientos sociales de Catalunya destacó. "Había masividad, entusiasmo y confianza en que se podía ganar esta batalla", dice Pastor.
Las manifestaciones de febrero de 1976 marcaron un precedente y a partir de entonces las movilizaciones ya empezarían a normalizarse progresivamente, con las dos Diadas de 1976 y 1977 como principales convocatorias.
Quedaban lejos los "saltos", las protestas clandestinas de cuando Franco aún estaba vivo, que duraban apenas "unos minutos".
Militantes en la clandestinidad se citaban a una hora y un lugar a través del boca a oreja y en el instante escogido se lanzaba una proclama, por ejemplo: "¡Viva la clase obrera!". Poco tiempo daba a gritar algo más y desplegar alguna pancarta, ya que rápidamente se presentaba la Policía para la "disolución".
"Cuando veías venir a los policías, desbocados y con esas caras de perro, te querías volver transparente. Sentías sirenas por todas partes y, de repente, te salían los land rovers de color gris, se te paraban cinco o seis vehículos. Te podrías encontrar a 30, 40 o 50 grises. Salían enloquecidos y querías fundirte", recuerda Pons.
La primera Diada, en Sant Boi
En 1976, un año marcado por la gran movilización obrera, de partidos y sindicatos y con unas huelgas históricas, esto empezó a cambiar. Las manifestaciones de febrero allanarían el camino hacia la celebración de la primera Diada, también marcada por las tres reivindicaciones de la Assemblea de Catalunya.
Ante la prohibición a última hora de que se celebrara en Barcelona, se convocó en Sant Boi de Llobregat, lugar simbólico por ser donde está enterrado Rafael de Casanova. "Fue muy masiva, el objetivo era muy concreto y creo que la gente tuvo menos miedo", dice Cañadell.
La emoción predominaba después de 40 años de Diadas clandestinas
La ubicación hizo que el tren fuera el medio preferido para llegar desde la capital: "Había tanto colapso que sólo llegaba hasta Cornellà de Llobregat, allí se detuvo y el resto de camino tuvimos que hacerlo andando por la vía", explica Pons, que recuerda cómo a su lado, en el vagón, estaba el escritor Francesc Candel.
La asistencia se cifró en 100.000 personas llegadas de toda Catalunya, un "éxito" que lo desbordó todo. La emoción era un sentimiento predominante después de cerca de 40 años de Diadas clandestinas. No hubo ningún tipo de represión y hubo varios parlamentos, por ejemplo, de Miquel Roca i Junyent, uno de los fundadores de Convergència Democràtica.
Todo ocurría mientras en todo el Estado las movilizaciones obreras hervían y se empezaban a negociar cosas en las altas esferas para reformar el régimen y así garantizar su pervivencia. Las amnistías parciales aprobadas por Adolfo Suárez, de la UCD, no fueron suficientes y se seguía empujando hacia la amnistía "total".
La Diada de 1977, para restaurar la autonomía y el Estatut
La Diada de 1977 fue la culminación de esa dinámica ascendente de movilizaciones. Fue la primera autorizada en Barcelona, ya a posteriori de las primeras elecciones legislativas, en junio. Esto disipó miedo y dudas y los medios de la época cifraron en un millón de personas la asistencia.
Los medios de la época cifraron la asistencia en un millón de personas
La amnistía sería aprobada poco más de un mes después, el 15 de octubre de 1977. Con las negociaciones avanzadas, esto hizo que se pusiera el acento en otras reivindicaciones, principalmente el Estatut y la autonomía de Catalunya.
"Había un empuje muy fuerte para construir un sistema de libertades que culminaría en la Constitución y el Estatut", afirma Ribó. Serían aprobados en 1978 y 1979, respectivamente. Con esto, se alejaría definitivamente la etapa clandestina en la que Ribó se había identificado con los nombres en clave de Enric y Ernest.
Fue una manifestación tranquila, sin miedo, sin cargas policiales ni represión. Sin embargo, eran momentos todavía convulsos y el temor a cualquier incidente empujó a los organizadores a mantener un "servicio de orden". Hacía tan sólo unos meses que había sido la matanza de Atocha, donde un comando de ultraderecha asesinó a cinco abogados laboralistas a tiros.
"No sabías lo que podía pasar, si podía salir un loco disparando", señala Pons. Él formó parte de este despliegue, que se encargaba de velar por la multitud que llenó el centro de Barcelona durante cerca de cinco horas.
"Cuando se acabó todo, los del servicio de orden desfilamos con el puño en alto ante el monumento a Rafael Casanova. Ya era oscuro, nos hacía mucha ilusión. Ocupábamos toda la calzada de Ronda Sant Pere. Estábamos pletóricos: sentíamos que íbamos hacia un nuevo mundo".
La estatua del mítico consejero jefe de la ciudad durante el asedio de 1714 había sido recién recuperada de unos almacenes municipales y restituida en su lugar para presenciar el día histórico.
No se denunció hasta años más tarde que también se amnistiaba a los represores
Esta euforia se mantuvo inicialmente cuando llegó la amnistía, el 15 de octubre. Una ley agridulce porque amnistiaba también a las autoridades represoras, incluyendo a policías que habían torturado y asesinado.
"La sensación de victoria por haber logrado la libertad de todos los presos políticos fue mayor que la denuncia de que salieran impunes los responsables de los crímenes de la dictadura", reconoce Pastor.
Poca gente fue consciente de ello en la época y sería unos años más tarde cuando se vería la dimensión real del tema. "Tenía la esperanza de que se hiciera una mínima justicia en algún momento, pero no se ha hecho en 40 años y eso ha hecho daño al país", apunta Cañadell, que lo vincula con la falta de memoria actual.
Quien sí fue consciente de ello desde el inicio y quedó "horrorizada" fue la hermana de Puig Antich: "Se aprovecharon para sacar a todos los suyos, incluyendo asesinos, torturadores... Ni siquiera ahora lo he digerido". La conocida como ley de "punto final" ha impedido juzgar a los crímenes del franquismo hasta el día de hoy.
¿Y la amnistía hoy?
El contexto es muy diferente, pero más allá de que en 1976 se saliese de una dictadura y ahora no, lo cierto es que entonces y ahora han sido los únicos dos momentos en los que se ha reclamado e impulsado una amnistía en la actual democracia.
Rechazan de pleno que se pueda repetir el movimiento y beneficie también a los policías investigados
Sin ánimo de compararlas, Ribó señala que "la virtud de la amnistía es permanente" y es "un buen instrumento" para resolver políticamente un conflicto que se ha llevado por vías represivas o judiciales.
Para Pastor, el procés ha sido "el primer desafío fundamental" que se ha encontrado el régimen del 78, que fue incapaz de cerrar la crisis territorial. "La represión ha sido brutal y, por tanto, es legítimo reclamar una amnistía para los procesados y condenados por desobediencia civil", sostiene.
Todos trazan una línea clara: en esta amnistía no deben entrar los policías investigados por las cargas del 1-O. "Si ocurre lo mismo que en 1977, me muero. Pero creo que la gente ahora está más concienciada", reconoce Imma Puig Antich.
Pons afirma que ahora no hay el mismo consenso, que en 1976 existía una sensación compartida hasta por las autoridades de que había que hacer algo: "Había que realizar algún cambio, aunque fuera maquillaje. Ahora es lo contrario, el PP ejerce una posición retrógrada y paralizante".
"Me parece terrible que justo aquellos que se beneficiaron de esa amnistía y no se la merecían ahora digan que no se puede hacer", concluye Cañadell.
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